jueves, 19 de noviembre de 2009

Así la conocí

(primero las damas)




Así la conocí
por Emilio Nicolás







I.




Ella estaba sentada con alguien. Apenas notó mi presencia en la oscura noche y mi rostro se enredaba con otros.

Yo era una más.

No recuerdo cómo estaba vestida. Sólo la recuerdo sentada. Era tan bella como lo había imaginado. Su piel tan fresca, sus rodillas tan bien flexionadas en la vereda.

Pero aquello no era motivo de distracción para mí. En mi cabeza una serie de datos acerca de ella, fabricados por mí, daban vueltas y me hacían girar hacia el otro lado. No la quería cerca.

Su belleza... ah... su belleza superando las barreras de cualquier pixel a través de un pedazo de vidrio. Pocas veces me sucedía esto, pero aún así, no me urgía prestarle atención.

Fue entonces cuando la vi levantarse y la escuché hablar. Su voz tan... distinta a como la había imaginado. Me llevé una sorpresa. Recuerdo que mis mejillas se ruborizaron, pero en menos de lo que pasa un segundo...
Ya me estaba olvidando del tono de sus labios...

Su recelosa dueña estaba cerca, y juntas conversaban mientras caminaban a la par mío.
Se las veía... no sé si "bien" es la palabra, pero al menos se las veía.
Y ella... tan sobreprotectora... la cuidaba como a nadie. Los cuidados más inútiles e insignificantes le daba.

Por mi cabeza rondaban la ternura y la curiosidad. Pero ella era incapaz de voltearse a verme. Y si me veía, yo voltearía mi rostro también. No la quería cerca.

Y ella... tan desinteresada, tan acostumbrada a los cuidados de esa princesa caprichosa.
El humo que emanaban sus labios parecía tener otro color, otra forma. Pero no me interesaba.
Su voz se hacía eco en el cuarto mi cabeza, de inmediato abría la ventana.

Alguien por ahí me dijo emocionada... "¡Me saludó, me saludó!" mientras con sus puños histéricos me presionaba el cuello de la campera.
La miré con el rostro fruncido y le dije: "A mí también me saludó, pero no estoy saltando de la alegría"

¿Tan importante era ella?
¿Tanta era su belleza?

Mi mente la bloqueaba, de alguna forma no me dejaba ver lo que los demás veían en ella.

Aún así... todos esos pensamientos que yo tenía sobre su presencia, sabía, eran falsos. Los había creado yo, a partir de las lecturas escasas que tenía de su puño y letra.
No eran más que palabras sueltas en el aire que no formaban oraciones. No tenía sentido. Era tan poco lo que tenía a ciencia cierta.

De todos modos... lo poco que había sobre la mesa me dejaba un sabor amargo, superficial, más bien... inalcanzable... sí, para mí.

La noté un poco exaltada... un poco... ¿Hiperactiva? Quizás...
Lo repetiré... mi mente la bloqueaba, creaba un muro negro entre su persona y la mía.




Pero no era por ella.
Era por la otra.




Y en medio de la noche... pasadas algunas horas, pasados licores...
La vi decepcionada
¿Primera vez que le sucedía? ¿Segunda?
No sé, jamás la había conocido, ni quería hacerlo.
Incontables eran las veces en las que había hablado mal de ella y sin conocerla...

Pero ahí estaba
Esa figura de cristal que todos idolatraban...
Se estaba rompiendo en mil pedazos frente a mi presencia...
Tan inmortal... tan inmortal no era...




De nuevo Ella... ¡ELLA!




La odié sin conocerla... la odié por atreverse a romper esa figura que tan buena fama tenía...

Pero insisto... mi mente la bloqueaba.
El sol comenzaba a salir y ella corría detrás de su dueña, rogándole compañía, rogándole no la deje, acelerando sus piernas cortas...

Que la haga trizas, que la arroje al suelo, que la patee y le falte el respeto, pero que no la abandone... eso pedía...

Sentí tanta pena por ella... princesa histérica rogando compañía...

Pero no me importaba,
no había ido por ella
y no volvería pensando en ella...


De hecho...


Cuando regresé a casa...


Lo que menos tenía en mente era su figura deshecha.




II.


Siete días pasaron...

Siete días en los que... pocas veces su rostro se hizo imagen en mi universo.
No la necesito. No me interesa verla de nuevo.

Pero... aún así no dejo de pensar en lo que le habrá ocurrido aquella noche en la que la ví marcharse ya no como la Diosa que antes era.

Aquella noche en la que su figura se rompía frente a mis ojos. Y yo, tan indistinta a su destino, a su sufrimiento, retorné a mis sueños, sueños en los que ella no está ni estará jamás.

De todos modos... ¿Por qué a veces pienso en ella? Culpo a mi afán de querer curiosear a todo lo que me rodea, sin más propósito que el de saber.

Dicen que la curiosidad abre puertas cuyas llaves no estaban destinadas a estar en nuestras manos.


Pero... ¿Existe el destino?


Sea como sea... ella no es parte del mío. Ella pertenece a otro universo y yo ya tengo el mío. Ella no es nada para mí.


No ignoro que esta noche la veré. No lo ignoro. Saber su presencia no me conmueve ¿O sí? No...

Voces... del norte, del oeste... me han comunicado de su situación.
La supe atacada, perseguida. La supe del otro lado del teléfono, desesperada. La supe corriendo, huyendo asustada... de su amor...

Y volviendo a los brazos del mismo...

De nuevo, de nuevo Ella dominando su mente y su cuerpo.
Pobre muñequita de cristal controlada por el cegado sentimiento de... ¿de amar? no... de evadir la soledad. Sí...


Y me vi reflejada en ella...


La princesa que se cae y ve romperse su zapato de cristal, impidiendo que alguien se lo recogiese.
Y accidentalmente lo rompe al descender corriendo de las escaleras abrazando a la villana que le arrebató la posibilidad de elegir, de ser libre de buscar en lugar de encontrar.

Disfruta de su dolor. Lo disfruta.

Y yo, otra que espera sentada a que sean las doce, mirando fijo a un reloj que está detenido.
Que alguien me avise que tengo que comprar baterías...

Pero no pude verme del todo reflejada en ella. Aún no he visto sus ojos. Es que es tan inquieta...

No... no voy a pensar más en ella, es imposible, no me interesa.

En la estación donde las islas no se mueven con las aguas comencé mi camino. Sabía que estaría, sabía que iba de último momento. Las demás eran muchas y a la vez se veían en escala de grises. Era a ella a quien esperaba.

No, no puede ser, no la quiero ver, no puedo dejar de decírmelo. Maldito sea mi inconciente que me obliga a pensar en cosas que no debo. Vuelve a esconderte en tu casa de vidrio y déjame dormir.


Pero cuando dejé de pensar ahí estaba, acercándose hacia donde el peligro me distraía.


De nuevo... de nuevo el humo tomando color al salir de sus labios como figuras de inestable vapor de opio. De nuevo ella, pero esta vez... sola.


Me pregunté de nuevo si su dueña seguía siendo su dueña. Quién diría que más adelante descubriría que ambas estaban entrelazadas por una misma serpiente en la desesperación.


No pude conmigo misma. Le esquivé la mirada y la saludé por cortesía. Princesa perfecta... te envidio, quiero ser así, infelíz, pero fresca como el rocío de la mañana.

Sí, era eso, la envidiaba, envidiaba su forma de moverse, envidiaba su voz y sus ojos que ahora los estaba mirando... eran... de plástico a primera vista... pero no pude ver más, no en esa noche.

Emprendimos camino pero, aunque esta vez la tenía más cerca, mis pensamientos seguían hundidos en otros asuntos.
La ví sentarse cerca de mí, pero lo suficientemente lejos como para no dejarme seducir por su simple forma de moverse.

Me dormí con los ojos abiertos y me sumerjí en mis pensamientos. A dónde iría esa noche. Qué nuevos encuentros se pararían frente a mí. Cuántas nuevas experiencias estaba por vivir...
Esa noche yo era virgen, a diferencia de las demás. Mi cabeza estaba muy ocupada, ella no estaba dentro.

Por momentos se dirigía a mí, preguntaba indirectamente de dónde venía y cómo me había comportado antes. Hasta tuvo oportunidad de hacer notar mi caligrafía.
Me hubiese gustado ver mi rostro en ese momento. De seguro mis mejillas se habrían tornado a rojas ante la situación... Ella, tan poderosa, hablando de mí. Pero no podía verme ni en el reflejo del cristal a mi lado.

En menos de lo que se enciende una chispa ya me había olvidado de ella nuevamente.

Ya debajo de las aguas la perdí. Se fue por ahí. A mí no me importaba, tenía a las mías cerca y aunque, a veces celaba a alguna de ellas, no era motivo para alejarme. Al contrario, sentía un leve regocijo al hacerla enojar. Aún mis pensamientos sobre ella me dejaban un sabor amargo. Niña caprichosa que se quiere llevar al mundo por delante. Conmigo no podrás.

Tanto era su orgullo y su paradójico autoestima bajo fusionados, que en cuestión de instantes estabamos uniendo nuestras espaldas. El contraste. Lo divino y lo terrenal, lo eterno y lo mortal. Vi su derrota. Si sus cabellos no estuviesen tan erectos quizás habría ganado la contienda. Pero gané yo, pequeña.


En ese lugar estaba lo que buscaba. Lo nuevo. Lo inesperado.
Lo... lo inesperado.
No, esa caverna colorida no era lo inesperado...
Lo que no esperaba era que al darme vuelta nuestras miradas se cruzasen...


¿Por qué me miras?
¿Por qué te miro mientras te quitas la blusa?

¿Notaste algo?





No puedo permanecer indiferente a tus ojos... que ahora se ven distintos.




Adentro de aquel sitio la perdí de nuevo. No me importó.

Esta vez me volví a enfocar en mis ambiciones. De nuevo estaba bebiendo los más dulces encuentros hasta embriagarme de ellos.
La cabeza me daba vueltas y los fulgores se mezclaban con mis dedos. Ella no estaba, y no la quería.


De nuevo en medio de la noche se hizo notar. Su rostro, cual cara de niña caprichosa que no quiere jugar, y mi impulsivo brazo que la toma para hacerla salir de su escondite.


Pero los minutos, las horas transcurrieron y volví a perderla.



No recuerdo lo que hice en ese lapso. Pero luego la tenía cerca de mí, de nuevo.

Las demás damas se perdieron.


Subimos.
Supuestamente era parte del ritual que me correspondía ejercer.
Un ritual del cual no quería participar. Pero era necesario.


Le tomé la mano.


¿Por qué se la presioné?
No sé. No sé.
Pero se la presioné.
Y ella presionó la mía al instante.


Y en medio de la oscuridad, uní mi frente con la suya.
¿Por qué? el frenesí quizás...
Pero todo estaba oscuro y las manos aparecían por diestra y por siniestra.
Manos que buscaban otras manos, manos que buscaban otros miembros. Manos por doquier.
Estábamos en el infierno. Era Dante y ella mi Virgilio, mostrándome los más monstruosos placeres humanos y cuidándome de no caer en ellos.

Pero... su frente, y sus brazos rodeando los míos, o mi cintura. ¿Por qué no puedo recordar?
Porque la detestaba. Pero en ese preciso momento descubrí que no la conocía, no podía repudiarla.

Princesa... ¿Por qué estoy tocando tu cuerpo? Será mejor que me aleje...



Y de nuevo la vi por última vez al asomarse el sol
Me... me abrazó, pero no fue significativo, lo hizo con las demás señoritas.
Yo era una más.

Como en aquella noche en la que la vi sentada con su dueña.

Su dueña...

¿Qué sería de ella?
¿Qué estaría haciendo ahora?


Nuestras miradas antes de entrar, mientras el sol se ponía.
Nuestras frentes en la oscuridad.
Su abrazo al amanecer.

No. No puedo pensar en ella, se supone que la detesto, que no la quiero. Todas lo saben.
Todas saben que no la necesito, que su nombre me provoca náuseas.


Se fue así, rota como la vi.


Y entendí que no... no era envidia.



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