viernes, 19 de octubre de 2012

Desde arriba



Desde arriba
(por Emilio Nicolás)



Cuando se recostaba en sus piernas y miraba su mentón con algún que otro vello, él era todo. La majestuosidad con que lo sostenía y la delicadeza con que parecía tomar con los dedos, cual pequeño de pocos días, cada una de sus tensiones y hacerla desaparecer.

Los cinco alargados trepaban, suaves, por su espalda, provocándole pequeños y breves momentos de cosquillas. Y ascendían a su corto, cortísimo cabello y rasguñaban y rasguñaban con la misma finura, con el mismo amor. Cerraba los ojos y por momentos los volvía a abrir para volver a ver su mentón, y las pupilas de sus ojos dirigidas a su cabeza, como concentradas, dedicadas pura y exclusivamente a su bienestar.

Cuando se ponía de pie, con esos alargados zapatos y tenía que inclinarse un poco para estar a su altura, él era tan frágil como un niño caprichoso de cuyas inquietudes infinitas nadie quiere hacerse cargo. Sus brazos presionaban bajo sus axilas, asfixiantes, denigrados, intentando alcanzar su cuello sin éxito. Le dolía la espalda si mantenía aquella postura para permanecer cerca de su calor, y tenía que enderezarse cada tanto para evitar el malestar.



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Domingo


Domingo
(por Emilio Nicolás)





Qué día más extraño el de hoy. No termino de comprender el por qué de tantos remolinos para ser estas cuatro paredes el único escenario. Hoy parece, o más bien ocurrió, que estuve realmente solo, dejado por todos y cada uno de mis afectos para volver a vivir lo que antes era parte de mi rutina de cada día: estar solamente conmigo.

Diferentes momentos, diferentes costumbres, diferentes sensaciones del pasado volvieron a mí en diferentes momentos del día. Me recordé a mí mismo ayer, antes de ayer, y antes de antes de ayer. Y lloré, sin entender bien por qué. Pero lloré. Y no comí. Y fumé. Y canté. Y me sentí extraño. Me sentí extraño todo el tiempo. Me reencontré con las palabras y sus correspondientes ecos, con la soledad, con la nostalgia.

Desconozco las razones. Diferentes estados de diferentes  tiempos regresaron, quizás para preguntarme si estoy feliz con quien soy ahora, si alguna parte de mí extraña quien fui alguna vez. Si crecí, o si decrecí. No lo sé. Pero a pesar de que en el fondo le saco provecho, para hablar conmigo, para responderme preguntas, para formular otras, siento una asfixia que de pronto me despierta y me hace dar cuenta de mi repentino encierro en el pasado que no quiero repetir, y quiero salir, quiero volver al presente. No quiero ser de vuelta quien alguna vez fui. No.



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Caracol



Caracol 
(por Emilio Nicolás)





Si de pronto detengo la música
en esta enorme espiral pecera
giro los ojos hacia las paredes
como si pudiese ver 
más allá de ellas
y agudizo mis oídos
capturando los sonidos
afuera el planeta
susurra y grita mil ruidos
que se mueven, ondulantes
pero no penetran
los muros de este espiral
con piel rasgada construido

Y si de repente
la curiosidad corroe mis venas
despierto al gato con mis pasos
aún cuando piso con medias
y me dirijo al ventanal
deslizándome cual ente
y con los dedos, suavemente
abro camino entre cortinas
la luz  del día que ilumina
mis retinas, que arden
recién nacido, nuevamente

Allá caminan
y allá corren
La profesora de inglés
aquella vez
ah... esa vez
Caracol, me dijo
la desgraciada
¿Qué? ¿No te ves?

Retrocedo
No me doy cuenta
piso la cola del gato
que, por la misma curiosidad que lo atormenta
quiere espiar conmigo
a quiénes pasan por mi casa a cada rato

Lo lamento, susurro
como si temiese a ser escuchado
se lame la pata y se queda mirando
me tiemblan los labios
la puerta palpita

Caracol, me dijo
no por lo lento
sino
por esto
por los muros
que son y que fueron
mi prisión y mi refugio
durante tantos años

Ahora no es la puerta
sino que lo es todo
la cocina
el cuarto
el baño
se mueve despacio
se cierra
se abre
se encoge
me encojo

Y el cerrojo, bailando
lo detengo
cierro mi mano
Caracol, me dijo
no te encierres
no te escondas
no te hagas a un lado

Y yo, que dejé que sus palabras
tengan habitación propia
en esta espiral pecera
ahí quedaron, rebotando y rebotando

y salí
oh, ¡Cuántas veces!
y di una, dos
tres mil vueltas
y termino en el punto de partida
siempre
Siempre encerrado




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