jueves, 15 de noviembre de 2018

Pecado


Pecado
(Por Emilio Nicolás)



¿Qué sería de mí si  tu nombre tuviera tal fuerza? La justicia se haría eco entre los muros rojos, repletos de miradas vacías de muñecos testigos. La soledad (que siempre estuvo) saldría de su escondite, vanagloriándose de haberme alcanzado al fin, mientras todos a mi alrededor se apartarían, anonadados, tapándose los ojos, los oídos y los labios.

Sí, estaría contenta la soledad y me abrazaría, vehemente. Me lamería las mejillas una y otra vez con su lengua raposa esperando saborear alguna lágrima. Pero yo deslizaría mi mirada, arrastrando mis pupilas agotadas, torcería mi boca y con solo mirarla a los ojos ya sabría. 

Que no hay sorpresa.

Lo sé todo.

Pero no puedo hablarlo.

Sos mi amor silencioso.

Mi amor inventado.

¿Qué sería de mí si tu nombre tuviera tal fuerza? Lo susurraría entre sueños, dormido, soñándote como tantas noches te sueño y despertaría gritándolo, confesando el crimen, llevándome al centro de las miradas acusadoras.

¿Pero existe tal crimen? Me consuela saber que no hay juez que no pueda ser juzgado. 

Veo manchas de sangre en cada mano, en cada santo. Cuando acepto que yo mismo me estoy lastimando nadie más es capaz de abrir una herida en piel de plástico.

¿Qué sería de mí? Pero tu nombre no tiene fuerza, son tres sílabas inertes, son laureles meciéndose en el viento, son tabiques que se están tambaleando, son roperos vacíos y sin espacio.

No. No es tu nombre. Son tus ojos, que no puedo contemplar por mucho tiempo, porque me hacen daño. Son tus labios resecos, apenas abiertos, ásperos. Son tus manos chiquitas, tus pies inquietos, tu pelo enmarañado. 

El poder no está en tu nombre. Está en tus abrazos.

martes, 18 de septiembre de 2018

Inmunidad



Inmunidad
(por Emilio Nicolás)



No es haber atravesado el umbral, intacto
es llegar al final de la puerta totalmente manchado

respirando

he de conocer muy bien a mis bacterias
cada una de las cuales
¡Cómo me ha infectado!
Y me revolqué por el suelo de cenizas
y también de cobre
mientras la lluvia corroía mis huesos
al borde de un acantilado

tan

tan adolorido

como maravillado

He combatido mil monstruos
pensando haberlos derrotado
pero he aquí la cura 
para ser hoy inmaculado
no es saberlos idos
porque eso sería engañarse
es tenerlos bien al lado

Oh sí
no os asustéis
estamos llenos de enfermedades
de locuras desquiciadas
de sueños retorcidos
de deseos maquiavélicos
así somos



estoy maravillado

mientras menos habré de negarlo
más inmune seré
a lo que somos
irremediablemente
atados
a nuestra nefasta
y suprema condición

de 
por siempre
condenados




miércoles, 18 de julio de 2018

El caos



El caos
(Por Emilio Nicolás)




Estamos hechos para esto
para el vacío

Cuando era más joven quería controlarlo todo
que nada se me escapara de las manos

Hoy, también

pero me acostumbré a que
de entre mis dedos
siempre salga algo rodando
alejándose de mi mirada
riéndose de mí, perplejo
anonadado
ahogado en el silencio obligado
de una garganta que aprendió a ser libre
en un mundo que se reprime
todo el tiempo

que salga, sí
algo de entre mis dedos
rodando
con el próximo colectivo
con el abrazo de aroma joven
arruinando mis años
contemplándonos frente a un espejo
un inútil "te amo"
de emoción materialista
adolescente
recordándome lo que pude ser
y que, por suerte, no fui
despertando mi consciencia
de que todo
todo
todo tiende al caos

lunes, 21 de mayo de 2018

Aniversario


Aniversario
(por Emilio Nicolás)



Lo sé
No es fácil culparse a uno mismo
Mirame a mí, sino
soy un monstruo de tu misma especie
jugando a ser un humano más
una víctima

Si algo he de agradecerte
es que todo este tiempo
hayas sido lo suficientemente ingenuo
como para creerme
eso me vuelve superior

Así es como, masticado
lleno de tu saliva
me levanto en regocijo
renacido
reivindicado
mientras todos se alejan de vos

Pero lo sé, creeme
No es fácil culparse a uno mismo
Crucé un espejo en el que te veía del otro lado
No somos tan diferentes
Perdón por haberte llorado




sábado, 19 de mayo de 2018

El juego



El juego
(Por Emilio Nicolás)



Entonces caminamos, apurados, no sé por qué. Él sabía. Yo no.
Caminamos y las luces de los grandes centros comerciales y sus inquietos juegos iluminaron la atmósfera congelada, la revelaron en partículas tan pequeñas que no podía verlas mientras, apurado, me desenvolvía todos sus miedos.

Ahora.
A salvo en medio de la jungla de la ciudad.
Lejos del peligro de cuatro paredes que obligan a desentrañar.

El agua se elevaba, volaba por el viento que producía su rápido andar (y el mío, injustificado) y se mezclaba con lo que sus labios escupían.
Claro que para mí esto no es nada, yo estoy en otro universo, estoy en otra dimensión, entiendo lo que decía, pero no entiendo por qué lo decía.
Sus enredados problemas parecían tener solución con tres palabras que, como si de mi puño se tratara, lo golpeaban en el rostro y él, entonces, callaba.
Pero yo también callé.
Porque le pegué fuerte.
No por aconsejarlo.
Sino porque
a mí también me dolía.

Y necesité ver más que solo agua flotando y me prendí un cigarro.
En mi mente yo también caminaba rápido.

- ¿Me convidás? Yo también fumo.
Me preocupé. 

Por él. 
Por mí. 

Pero evidentemente no estoy lo suficientemente manchado como para determinar las reglas, que seguramente serían perversas, sino que le cedo el privilegio mientras me meto las manos en los bolsillos y trago cuanto humo puedo.

Y no las entiendo.

Y me hizo caminar aún más rápido, como si quisiera huir de mí, después de haberme buscado.

Y lo dejé andar.
Sabiendo que no voltearía.

Y me fui.

Y caminé despacio, agotado.

Y el aire era humo y era agua y era frío y era palabras mudas.





lunes, 23 de abril de 2018

Entendimiento






Entendimiento
(Por Emilio Nicolás)





Cuando era adolescente le tenía mucho miedo a las mentiras


El mismo era producto de un miedo mayor, como si de la rama de un árbol gigante se tratara

Los árboles no son fáciles de quitar, y en cierto modo me da mucha pena arrancarlos

Son necesarios

Por lo general dejo que otros lo hagan, porque yo no puedo

Recuerdo el árbol del jardín de mi casa, que quitaron para que mi hermana pudiera construir en ese espacio la suya

Sufrí mucho por él

No por mí

Y me quedé con el último pétalo de su última flor

Y también con su última espina

Las  ramas, en cambio, son como heridas que no matan 

Son marcas tatuadas con sangre seca

y dura

No he tenido escrúpulos en quitar las ramas de un árbol insípido al que se le ocurrió crecer justo frente a mi ventana

Ya me era imposible ver el cielo

Se metían por entre la reja y golpeaban el vidrio, solo para avisar que iban a entrar

No pidiendo permiso

Así que me salí un poco de mis pacíficas estructuras


¡Y las arranqué!

Fue tan divertido

Hasta mi madre, quizás en un arrancón por querer sentir algo de vida, quiso participar

Recuerdo que cayó al suelo mientras sujetaba una que parecía elástica

Y reímos y yo no dejaba de decir que era peligroso para ella

Pero también reía

Al final quitamos algunas

Y ahora sigo sin poder ver el cielo

Pero veo aves

Sí.... 

Decididamente no puedo arrancar árboles, pero sí ramas

Mi miedo a las mentiras solía ser una rama

Ahora soy inmune

Porque las leo

Las percibo

Las detecto

Veo los ojos de quien miente, bailotear entre las nubes y las grietas de las baldosas

Los persigo y no los encuentro

Entonces sonrío y me rasco el pelo

Y me recuerdo, atemorizado, y me veo de nuevo

Las personas son tan frágiles

Tan predecibles

Tan manipulables...

Y yo también

Quisiera no sentirme uno más del montón porque entiendo todo ahora

pero aún hay cosas que no puedo controlar

porque el árbol sigue

Porque todavía temo perder lo que añoro y aún no tengo

Porque aún me veo repitiendo modelos viejos, en pequeñas medidas

controlables

fáciles de armar

de pintar

de proyectar

porque ya conozco las mentiras ¡Vaya que las conozco!

Porque me miro al espejo y no puedo retener las pupilas

Sin intentar desviar la mirada

a las grietas

de las baldosas

de mi propio suelo

miércoles, 28 de febrero de 2018

La máquina del tiempo



La máquina del tiempo
(Por Emilio Nicolás)






¿Cómo decirle que quiero que me pase con su yo del pasado? Es imposible. Ahora lo miro, después de que lo busqué por días enteros en ese laberinto urbano donde el sol se partía en mil partes, colándose entre vidrios.
Nunca supe las combinaciones de los subterráneos. Las horas pasaban con mi nariz frente a esos mapas y los ojos bizcos, azorados.
No podría responder cómo es que siempre me devuelven la misma amabilidad con la que hago preguntas a los transeúntes. A los cientos de ellos. Cada uno percibe a su manera la sonrisa ingenua, el tono inocente, la mirada directo a los ojos, cálida, inofensiva. Entonces se apiadan, se enternecen, quieren ser mis amigos por un rato y me responden a las preguntas. Así es como formo mis propios mapas.
Mapas que no me duran más que un día, porque me pierdo, me vuelvo a perder. Mi cabeza está en otro lado pero ese es otro asunto. Yo soy otro asunto.
Aquí la incertidumbre se puso la capa y echó raíces en medio y alrededor, esparciéndose en pentagrama. ¿Cómo decirle que quiero que me pase con su yo del pasado? Está lloviendo y lo miro, después de la victoria de haberlo encontrado.
Su cabello rojizo ahora parece de sangre, con la lluvia mojándolo entero y cayendo en torrentes, formando cascadas. No quiero que me engañe el celeste de sus ojos, porque nunca antes ojos de ese color me han mirado alguna vez. Soy consciente y sacudo mi cabeza en señal de autopreservación. Lo vuelvo a mirar pero es imposible. Me mira y entonces miro más allá del celeste, más allá del cielo despejado que solo habita en su mirada y una vez más, no lo encuentro.
¿Cómo decirle que me pase con su yo del pasado? Le tiemblan las manos, de frío supongo. En cambio yo estoy muerto de miedo y no me atrevo a arruinar todavía más este momento. Simplemente lo miro.
Tartamudea un poco, molesto, y me pregunta qué estoy necesitando. El frío me recorre la frente, me hiela los ojos y pétreo por dentro no encuentro razones para responderme a la pregunta.
¿Cómo decirle que quiero ue me pase con su yo del pasado? Si ya no existe.
Recordé ese día en que él me buscó, desesperado. Le faltaban horas para entregar un trabajo y estaba como niñito llorando en su casa, recostado. Gritó mi nombre y le dije que viniera un rato. Lo arropé y le di ánimos. Le hice café y pasamos la noche entera, conversando. Apenas salió el sol y leímos su trabajo, terminado, reímos y nos dormimos así, abrazados.
¿Cómo decirle que quiero que me pase con su yo del pasado, si yo tampoco soy el mismo? No habría coincidencia, seríamos dos completos extraños. O lo somos.
No dije nada. 
No dije nada y seguí caminando.
Con el dedo señalando, apuntando hacia abajo.
Con las gotas cayendo de mi nariz a mis brazos y de mis brazos a...
No dije nada.
No era él. 
Pero tampoco seguiría buscando.