jueves, 24 de junio de 2010

Übermensch (Volver el tiempo)




Übermensch
Volver el tiempo
(por Emilio Nicolás)




Y vuelvo entonces al retroceso. Cuando no era más que un adolescente lleno de miedos, o más bien con un miedo grande, uno o dos.

El tiempo.
El vacío.
La soledad.
El espacio.
La libertad.

Y me río mientras presiento que estoy por tener fiebre, las manos están frias por fuera pero por dentro calientes, y dejo a un lado las hojas un momento y me llevo al jardín en medio de la madrugada. Los árboles están haciendo eco de sus gritos y con ellos se agita muy fuerte el viento. Está por llover y cierro los ojos y siento cómo se me vuelan los pelos. Esos viejos tiempos...

Y vuelvo a las hojas y tengo ganas de dibujarte tal como te pienso, como en algunas de las últimas fotos que me quedaron antes de que pongas esa barrera entre nosotros que ya dejó por terminado el juego. Hago esbozos de tu cuerpo con las piernas cruzadas, los codos en las rodillas y con la cara dirigida al suelo. Tus nudillos golpean despacio tus mejillas rojas, bien rojas como el amor que hoy siento. Y podría decir que eres un niño caprichoso antes de acostarse sin cuentos, pero te veo las piernas con vellos y vuelvo a reírme. No sos más que un grandote que no quiere crecer, y sabés que yo soy lo mismo, por eso nunca te animaste a venir por mí en ese invierno.

El dibujo que queda sobre el blanco no se asemeja en nada a tu cara de niño hambriento, con ganas de salir aunque ya haya roto el cascarón y de envolverse con el viento. No, no creo que tenga ganas de envolverse porque nació para ser libre y quizás es por eso que hoy no te encuentro. Y vuelvo a sonreír pero mis ojos se humedecen y me estoy contradiciendo. ¿Qué más da? al fin y al cabo tengo la memoria que por ahora no me falla y puedo volver el tiempo.

Y a veces sin llamarte te aparecés en sueños, y en lugar de mirarte -porque tengo tanto miedo de olvidarte-, disfruto de nuevo de lo que siento. Porque de nuevo soy ese caminante nuevo que recién estrena su calzado y que peca mil veces de ingenuo. Y dejo que tus brazos abracen mi cuerpo y me hagan sentir a salvo al menos por un momento. De nuevo te siento indispensable para atravesar el desierto, te siento ese héroe alemán que me despertaba a la mañana cuando quería seguir durmiendo. De nuevo siento el naranja teñir mis jardines y hasta el techo. De nuevo el calor cuando te da el sol en una mañana en colectivo. Y de nuevo tu imagen solo en el cine, contándome lo que estás viendo.

Y no estás, no porque quiero, quizás lo haya necesitado, pero es tiempo de volver el tiempo. Ya fue suficiente, no me dejes que aún te espero. No sé dónde estarás ni qué estarás haciendo. No sé si ahora estarás despierto o si estarás durmiendo. Y miro el reloj y pienso que los años pasaron tan rápido como una ráfaga que corre detrás de un camión que pasa a toda velocidad y me vuela el cabello. Y así como se fueron pasarán más y vuelve el miedo. Y vuelvo a ser niño y otra vez te llamo en silencio. Me pregunto si moriré sin haberte visto a los ojos y sentir la calidez de tu cuerpo. Estoy casi seguro de que moriré sin haber estado al menos en la misma habitación en la que estés en algún momento. Entonces me aferro al recuerdo y todo lo que hago... es volver el tiempo.





-






-



miércoles, 23 de junio de 2010

¡Hey!






¡Hey!
(por Emilio Nicolás)






Entonces le dije
¡HEY! Apurate
A veces me olvido que estoy fingiendo
que no te espero

y me contradigo todo el tiempo
porque para ser libre me hicieron
y doy vueltas con el viento y me miran, y no me detengo
y luego corro entre la gente, empujándolos al pasar
y no tengo idea de a dónde voy pero ni lo pienso

Después salto entre edificios y hace frío
es una tarde de invierno y todos llevan sus abrigos
aunque hay sol es imposible escapar del escalofrío
y yo saltando de edificio en edificio

Y me subo al más alto y miro y miro
y me pregunto si estarás cerca o lejos
me río solo, nadie me escucha, después suspiro
y acaricio las alas que me dieron
pero después pienso en la libertad como una gracia
que cuidar solo no quiero

(no puedo)

Y por las noches vuelvo a casa
cruzando los cielos violetas
con mil lunas invisibles a los ojos humanos
y nubes sepia alumbrando el camino
y cierro la puerta y se encienden las luces
y abro los brazos entre arañas
y grito tu nombre que rebota en las paredes
tu nombre incierto, compuesto de letras, de sonidos y silencios
que no conozco
pero que deseo

Y te llamo para que vengas
a correr conmigo una tarde de invierno
dame la mano o agarro la tuya
corremos entre la gente, no importa si terminan en el suelo
sabré cuando me mires el momento de dar el salto
y de edificio en edificio reiremos
y serás el único que me oiga
y seré el único que te escuche

Estoy gritando tu nombre entre mis muros
la ciudad descansa y quizás estés despierto
ahora que menos oídos están atentos
escúchame
¡Hey!
apurate
que a veces olvido que estoy fingiendo
que no te espero





-




-

lunes, 21 de junio de 2010

El pequeño indómito




El pequeño indómito
(por Emilio Nicolás)






Y está deslizándose
impulsado por sus brazos
que preceden de sus manos
apretando el borde de la bañera
Y se desliza
su cabeza hace dibujos en el aire
parece desmayarse
pero antes de tocar el borde mojado
vuelve a levantarse

Suspira en silencio
el agua cubre hasta su ombligo
y hace espuma densa
sus piernas flexionadas
corre hielo por sus rodillas
tan laberínticas
tan manchadas
vellos

Los azulejos expanden
sus tintes de tristeza
pero él está alegre
él necesita ser cuidado
es un ángel bailando
es un demonio soñando
es una risa perfecta
es una mancha junto a un ojo
son dos miradas que se encuentran
colmillos besando paletas
cuerdas y más cuerdas
y son uno y mil gestos
acompañados de risas burlonas
quisiera ver donde se esconde
el sendero a su zona
él aparece y desaparece
y no debe explicaciones
¿Cuántos otoños habrá renacido?
Es un niño de manos ¿grandes?

No, aún su cuerpo se niega a afrontarlo
aún tanto como el mío
No, quizás no tanto
Y lo imagino tras un breve encuentro
de anticiparme a sus palabras
Sí, no es difícil idealizarlo
un muñeco caminando
independiente como mi alma nació
para ser una con el viento y para saborearlo
sí, libre, ser de sí mismo
indomable, pequeño, sutil, pero salvaje
y en el centro el anhelo
de ser amado

Dime que es así
o que me digan sus amados
y correré a buscarlo







-






-



martes, 15 de junio de 2010

Fanboy


Fanboy

(por Emilio Nicolás)




¿Y quién era yo para juzgarlo esta vez? Todo se había movido a la perfección, según mi propia fantasía, todo a la perfección.

Ahora las olas, rompiéndose mientras besaban las rocas eran los únicos testigos, y dudé de que sean igual de molestas que todas esas manos y todos esos ojos que alguna vez estuvieron a su alrededor. Pero aún así, atrapado, con el precipicio que conducía a los infiernos de olas bajo mis pies y con su meditabunda mirada a mi diestra, fui incapaz de actuar o actuar. ¿Qué era? ¿nihilismo puro, quizás? ¿miedo? ahora, sentado frente al balcón del octavo piso de un antiguo (pero fuerte) edificio de la capital, soy capaz de volver el tiempo atrás y preguntar qué otras opciones pude yo tener en aquel momento, y creo que ninguna más, tan sólo escapar con mi mente... y suspender el funcionamiento de mi cuerpo hasta volver a mí.

Y río, mientras el viento desparrama las cortinas y las invita a pintar las paredes del viejo cuarto que parece vivo mientras lo espero. Todo se va tornando oscuro y tenue, pero no hay motivos para desesperar, ya no más.

Me gustaba decir que era la primera vez que pisaba con mis pies desnudos la arena tibia mientras el sol de verano reposaba. Ya había conocido la costa años atrás y la había visitado otras dos veces, pero algo en mí hizo bloquear esos recuerdos y hacerlos desvanecer de mi memoria. Quizás el mar no era lo que se dibuja en mi mente cuando lo pienso; quizás no es la clase de océano que espero encontrar.

Lo primero que hice cuando llegamos, aunque hacía mucho calor y mi cuerpo estaba húmedo, fatigado y algo torpe, fue caminar atropellado (no sería capaz de correr, el movimiento no es uno de mis fuertes) hasta que mis pies tocaron el agua que se deslizaba por la arena. No me importó mi debilidad ante el fulgor del sol, no me preocupó mi manía de esquivarlo a toda costa antes de que sus latigazos atenten contra mi piel, mi visión, mi entero ser. Me quedé mirando la infinita extensión de agua que iba más allá de lo que mis mortales ojos podían mirar, y entristecí, mucho.

Nos instalamos en un pequeño departamento con vista al mar. Recordé que todos aquellos que buscan instalarse en la costa al menos por unos días esperan precisamente eso, alguna ventana con la vista hacia el mar. Caminé hasta llegar al balcón, aún con los pies ardiendo y los ojos entrecerrados y lo encontré en el mismo lugar. Aún interminable, aún imperceptible en su totalidad a mis ojos. Apreté la baranda que me impedía seguir avanzando y probar caminar sobre el aire como tantas veces lo llegué a soñar. Tenía que llegar hacia aquella infinidad, comprobar su largo, pisar y sobrevolarlo hasta descubrir qué tan lejos me pueda llevar (si terminaba en algún lugar)

Uno de mis amigos, mejor dicho la única mujer de entre nosotros me preguntó si no me parecía fascinante asomarse al balcón mientras las cortinas blancas bailaban y contemplar el océano. Encendí un cigarrillo y miré hacia abajo. Claro, bajo nosotros estaban los autos, los edificios altos y la gente que caminaba sin detenerse. Supuse que el hombre aborrece su propia creación y contempla a la naturaleza desde un balcón, como quien mira una película en un cine, una mera ficción, una utopía y nada más. Eso sí que es agradable a la vista.

Desparramé humo por sobre los aires y la miré y le sonreí. Le dije que me parecía fascinante la idea de despertar a la mañana y contemplar el mar. Rió y dijo que eso era imposible, debido a que yo siempre despierto por la tarde. Tenía razón, ¿por qué mencioné al alba en aquella oportunidad? supongo que es lo convencional. Pese a mi acto fallido no estaba más lejos de la realidad. Durante la noche los animales no son los mismos que deambulan durante el día, y la idea de perderme la mirada refulgente de alguno mientras sueño con ellos me quitaba el sueño.

Ellos charlaban, relajados sobre sus camas o se arreglaban para salir a explorar la ciudad cuando cae el sol. Yo no hice más que volver a la playa y probar, probar si con el sol escondido esta vez podría de una vez conocer de verdad al mar.

Como era de esperarse, no había testigos. No, no los había. Cuando penetré la playa una pareja se estaba yendo, ambos de la mano y sonriendo y los miré sin cambiar la expresión en mi rostro, los dejé pasar, pero con la mirada estaba pidiéndoles que me dejen en paz, que me dejen solo con el mar, que se alejen de su presencia y de la mía, al menos por un momento y nada más.

Me acerqué despacio, dejé que las mangas de mi camisa se sigan deslizando por la gravedad y me cubran las manos por completo. Mis brazos colgaban, sin otro movimiento que el de la inercia, como si estuviesen bailando movidos por el viento fuerte de la noche y del mar. Me acomodé sobre unas rocas, agarré mis rodillas y pude ver oscuridad y nada más que oscuridad. Cerré los ojos.

Entonces las bestias que durante el día se esconden bajo las aguas comenzaron a saludar. Oí canciones que jamás volveré a escuchar (y de cuyas melodías no perderé el tiempo en intentar detallar) y voces dulces que me invitaban a saltar. Claro que no lo hice, pero la tentación fue demasiado poderosa y casi me mueve a pesar de mi voluntad.

No iba a permitir perderme tal espectáculo. Sonreí con los ojos cerrados aún, si los abría la magia se perdería en su totalidad.

Las olas gritaban rabiosas de celos, opacando aquel canto y en cuestión de segundos se volvían a calmar, y luego reían y lloraban, y se chocaban unas con otras formando remolinos al centro de la tierra que se deslizaban hacia abajo arrastrando todo lo que se interponga en su camino. Estaba seguro de que aquellas voces eran de las mismas sirenas. ¿Pero realmente existen o son un invento de algún soñador mortal? Quizás eran aves, o quizás las mismas olas. Eso ya no importaba. Las escuchaba cantar, y sé que si abría los ojos todo se iba a terminar.

Reí, reí fuerte extasiado por el hechizo del mar y un suspiro con olor a tabaco me hizo despertar. Abrí los ojos y miré a mi derecha y ahí estaba él, mirándome, al principio sintiéndolo entretenido, luego expectante, sin querer interrumpirme pero sentado ahí, mirándome fijo y esparciendo humo de sus fosas nasales mientras sus labios permanecían fijos y rectos sin sonreír, sin expresar nada más.

Esa mirada.

Esa mirada, ¿quién no pudiera reconocerla? seguramente varios más además de mí. Hacía tiempo pensaba en él, hacía tiempo lo imaginaba tal como lo estaba viendo esa misma noche de verano frente al mar. Era como si después de tantos golpes al fin la recompensa tuvo su lugar. Y lo movieron kilómetros y kilómetros, los mismos que recorrí para hasta a la playa llegar y lo hubiesen puesto en el mismo momento en que decidí salir a quedarme solo con el mar. ¿Cuántas posibilidades había? una en un millar. Y aunque siempre me supe distinto ante los miles de ojos y las millones de manos que alguna vez lo intentaron alcanzar, este momento no podía ser más perfecto, ilustrativo, real. Me puse de pie, y todo lo que venga a continuación se reprodujo en un segundo, nada más.

La primera vez que lo vi fue a través de una fotografía. La misma estaba en una especie de catálogo repleto de rostros de desconocidos que intentan conocerse o al menos algo más (digo esto porque hoy en día conocerse es todo lo contrario a lo que la palabra significa) ninguno me convencía, las miradas tenían cada una su especialidad, algunas más desesperadas que otras, las había arrogantes, superadoras, otras no tanto, otras completamente tristes. Me sentí ridículo, inhumano, como si a partir de una fotografía uno pudiese conocer más allá. Mis fotografías se mostraban serias… serias y melancólicas, como siempre me dijeron que aparezco en ellas. Mi rostro no cambiaba a medida que podía verse una serie de seis o siete fotos en las que siempre tenía ropa distinta, quizás cortes de cabello distintos y escenarios variados, pero el rostro era siempre el mismo. Y no faltaba quienes se comunicaban para preguntar por qué la cara.

Él en cambio me dijo... que le gustaba la manera en que no me importaba parecer.

¡Eso es: parecer, simular, fingir! Él se había movido por sobre todos los demás, había pisado sus cabezas y no había caído bajo la magia de la ficción en fotografías que a tantos puede engañar. Smart boy, y atractivo con su rostro tan apacible, tan relajado y con una mirada de viajero que tiene mucho por recorrer aún, pero que al menos unos centenares de reinados han caído y se han levantado frente a sus vidrios.

¿Quién era? ¿Por qué no podía evitar sentirme tan inferior? Él estaba ahí arriba, con sus ojos entrecerrados perfectamente añiles y su gesto tranquilo preparado para la vida, para las masas y para el mismo mar que se movía tras de sí con tanta intensidad (aunque claro, en la imagen estaba paralizado - aún así su rostro tenía tanta vida y parecía carne misma frente a mi vista, carne pálida- )

Me quedé mirándolo por mucho tiempo e idealizándolo al levantarse, con los pelos revueltos y las piernas cansadas y flacas; con el espejo de cuerpo entero frente a la cama y con sus camisas y corbatas: con su juventud no tan joven y con sus años largos pero cortos. Lo imaginé de cabeza, de costado, desnudo, durmiendo, parado, en el subterráneo. Lo imaginé una y mil veces y volví luego a la realidad. Creo que había sonado el teléfono o seguramente algún ruido me hizo despertar, como siempre suele pasar.

Aún así con los días pasando la profundidad de su mirada atravesando la fotografía y llegando hasta mi cerebro no me dejó en paz. Lo veía en todos lados, hasta en la calle misma y en otros momentos en los que me limitaba a sonreír y a decirme a mí mismo que era una pequeña obsesión efímera que se iría con el correr de los días y nada más.

Y así fue hasta que una noche lo vi sobre el escenario del club nocturno donde siempre solía ir a bailar con las mismas personas con las que esa noche estaba en una ciudad cerca del mar. Su cuerpo se movía con una música frenética que mis oídos taparon y pusieron otra en su lugar. Era una danza inmortal, era secreta, sólo para mis oídos y cambiaba sus tonos y sus melodías con cada movimiento de sus brazos, de sus piernas, de su cuello al moverse sin parar. Sí, era él, tenía que ser él. Me moví entre la gente y me acerqué para contemplarlo una vez más, esta vez de manera real, soñando despierto, con los ojos abiertos y con aromas y luces y tantas ilusiones más.

Miles de brazos intentaban tocarlo y hasta vi ojos que, llorosos, lo miraban sin pestañear. Miré al techo, lo miré de nuevo, creo que en ese momento sus ojos chocaron con los míos y produjeron una explosión tan rápido que dudé en ese momento que haya hecho algún efecto en realidad. Todo ocurrió durante un breve segundo, porque tenía que seguir con su danza mortal. Y no era más que eso, un hechizo, un encantamiento, él era un demonio que sacaba provecho de su entero cuerpo angelical para encantar a quien se cruce en su camino y convertirlo en un dependiente de sus ojos y de su manera de moverse y respirar. Y yo era uno más de entre tantos que caían embelesados y lo convertían en el ídolo que más querían tocar. No me sentí especial. A pesar de que nadie conocía tanto de vampiros como él y como yo en ese mismo edificio (sé que exagero, pero me gusta recalcar que ambos conocíamos enteras a las Crónicas Vampíricas de Anne Rice) y de que nadie más pensaba en él de la misma forma en que lo hacía yo. Bajé los brazos y me dirigí hacia la puerta, listo para viajar a mi casa a descansar.

Durante cada fin de semana lo volví a encontrar, y lo vi bailar tantas veces que luego de unos meses no era más que uno entre tantos y nada más. No porque lo sea, sino porque era mejor convencerme de eso y continuar. Dejé que sea un fantasma intangible y mientras viví algunos romances y padecí de tantas heridas que sangraron dentro de esas cuatro paredes que a la larga se convirtieron en mi hogar (tantos fines de semana que me vieron amanecer abriendo la puerta y dejando que el sol haga estragos con mi vista acostumbrada –para ese entonces- a la oscuridad)

Pero inevitablemente tenía que pasar, o no. No, ¿qué digo? ¿Cómo iría a recordar mi rostro entre tantos mortales perfectos que lo seducen al pasar? el mío es tan común y aún más miserable que aquellos niños modelo que lo buscan sin cansarse. Es imposible que lo haga, y lo dije en ese momento, es imposible. Y ahí pasa con su séquito, y yo estoy fumando un cigarrillo con la espalda contra la pared, y él es un ángel volando frente a mis ojos, y yo lo miro desde abajo, y él vuelve, y me toma del hombro, y me saluda. Y su mejilla hace contacto con la mía.

- Hola ¿Cómo estás?

En pocos segundos estaba tendido en el suelo, sentado mientras cientos de frenéticos cuerpos pasaban moviéndose al ritmo de la música, y yo sin poder recomponerme de aquella experiencia no más utópica que me acababa de ocurrir. ¿Cuánto bebí aquella noche? ¿Lo suficiente para imaginar? ¿Era una ilusión? ¿Fue real?

Pasaron los meses y jamás lo pude averiguar. Claro, lo seguí viendo y creo nuestras miradas se volvieron a chocar, pero jamás se volvió a acercar como aquella vez en que creo, lo hizo de verdad.

O al menos eso fue lo que creí, y volví a lo mismo de siempre, a dejar que mi mente bloquee su elegante y serpenteante cuerpo emanando incienso cada madrugada de sábado y volví a mi vida normal, a dejar que mis piernas se entrelacen con las de simples e inútiles mortales hambrientos de carne, de carne y nada más que de carne. Y yo tan iluso, tan conforme con lo que me había tocado se las entregaba en bandeja, sin preguntarles qué ocurría con mi sangre entonces, que entonces bullía ansiosa por encontrar alguien por quien circular. Nada más una simple mirada gris y opaca y ya estaban entre mis sábanas hasta terminar el ritual. Con el tiempo el vacío fue llenando cada uno de mis espacios y aprendí a vivir con ese peso helado, de tal manera que me hizo perder la sensibilidad.

Y así me sentí esa noche, y así fue como me alejé del resto de los humanos para lidiar con mis demonios, que anhelaban conocer las aguas tanto como yo, y que bailaban a mi alrededor y salían de mis venas para meterse bajo el mar y gritar con dulces alaridos nostálgicos que se confunden con el grito de las sirenas y me obligaron a soñar. Hasta que su suspiro me hizo despertar.

No hace falta aclararlo, quien estaba ahí, sentado no muy lejos de mí sobre unas rocas frente al mar era el mismo hombrezuelo que bailaba en el escenario cada sábado mientras bebíamos y fumábamos y que una vez, una sola vez, recordó saludarme entre tantos rostros que lo van a visitar. No pude evitar recordar ese mismo momento cuando lo vi. Si no lo hubiese hecho, si no hubiese puesto en mí una ilusión infantil e inocente de creerme especial por haber sido buscado y no buscador entonces su presencia me hubiese dado lo mismo, pero la semilla había estado germinando hacía tiempo en el centro de mi cuerpo y con su imagen en la oscuridad terminó por florecer y obligarme a concluir con ese idilio totalmente irreal.

De seguro es simpático con todo el mundo, me dije. De seguro hace reverencias a todos; sí, recuerda todos y cada uno de los cuatro mil rostros que alguna vez lo adularon al pasar. Sí, sí; es eso, tiene una excelente memoria y un corazón noble, digno de un hermoso Lestat. No, no, más bien sería un Louis, aunque la convicción del anterior de seguro ha de correr por su sangre inmortal. Quizás sea el término medio entre ambos, quizás sea lo que siempre soñé encontrar. Tiene que ser eso, un amable vampiro que saluda a todo mundo y yo aquí mirándolo a los ojos mientras las olas rompen el silencio y creando una historia en mi fantasiosa cabeza y sin hablar.

No recuerdo bien lo que pasó después. Cada vez que intento recordarlo las manos me hielan y la cabeza me duele terriblemente. De nuevo es como si quisiese olvidar lo ocurrido pero irónicamente ha de ser lo mejor que me pasó en la... "vida".

Si hay algo que aún late en mis oídos super sensitivos cada vez que lo recuerdo, fueron sus primeras palabras que rompieron con el perfecto silencio que nos envolvía, que envolvía a dos hombres que por alguna razón estaban en el mismo sitio a la misma hora y alejados de las tierras que solían pisar. Era extraño, casual o causal, pero extraño aunque no busqué más razones y me dediqué a ubicarme en el lugar en el que estaba parado en aquel momento y actuar. Desperté una vez más pero sus palabras ya estaban deslizándose de sus labios como serpentinas finas que acarician donde tocan e intentasen mis labios alcanzar. Me dijo que aquellas chapoteando no eran sirenas, más bien demonios que, disfrazados, sacaban mejor provecho que cualquier ser humano del mismo mar. Por alguna razón lo sabía, pero no fue hasta que lo dijo que tomé conciencia del hecho. Es como si sus sentidos fuesen aún más agudos de lo que siempre intenté que fuesen los míos. Me superaba ampliamente en muchísimos aspectos y, al igual que aquella vez en que lo vi en ese catálogo de vulgares infelices que quieren acabar con la soledad, no pude evitar verme inferior a él una vez más. Era su presencia que pisaba con tal fuerza que me dejaba atónito, sin palabras para soltar y con los labios temblando y el cuerpo a punto de desparramarse por el suelo sin pretender hacer algo al respecto. Me sentí un completo perdedor. Recordé los consejos de quienes intentan hacer más creíble mi seguridad, como si aquello fuera la clave para atraer a alguien a mis brazos y conocer de una vez el verdadero amor. Hacía tiempo me había rendido ante la idea de su existencia. O bien supe que existía pero a su vez que alguien como yo no estaba destinado a él, que las vivencias en mis crónicas no eran más que sentimientos efímeros y apurados que acababan en la nada misma. Sólo la carne jugaba un papel. La sangre estaba suspendida, aún virgen.

Pero ¿quién era él, que como si se tratase del periódico recién comprado por la mañana podía percibir a mis demonios y describirlos mientras bailaban sobre el mar? Podría detallarlo en estas líneas pero juro que si indago más y más en aquel momento podría desmayarme y no sé si podría volver a despertar. El dolor es agudo, fuerte y sobrenatural. Pero una cosa puedo asegurarles, él sabía que yo era especial, y no fue casualidad. Él me había estado buscando y esa misma noche me había sabido en esa playa, solo sin otros testigos más que esos diablitos que habían estado esperando tanto para salir a jugar.

Claro que sí, nada era casual. Su piel pálida de aspecto increíblemente exangüe y su seguridad al andar; su sangre en pequeños hilos bajo sus brazos y su mirada petrificante eran atributos que para ellos (para ellos) no se salían de lo superficial, de la portada de la belleza misma, externa y desinteresada, de la misma forma en que la contempla un fan. Pero yo era más que eso, estoy seguro de que sí, era más, porque lo soñaba entrando en mis aguas y agarrando de mis tobillos para sumergirme en sus océanos y obligarme a beber cada una de sus saladas aguas hasta conocer de qué estaba hecho en su totalidad. Quería su esencia, quería su fuerza y sus labios pegados a los míos, quería revolver sus cabellos y correr riendo maliciosamente y quería invitarlo a recorrer las luces de neón en la noche antes de que sol no haga más que amenazar. Quería su cuerpo empujándose dentro del mío y quería sus gemidos y sus suspiros calientes en mi rostro y aún más. Quería todo, absolutamente todo, y creí mentirme a mí mismo, creí al mundo mentirme y burlarse de mí cuando de sus labios se desprendió una voz inmortal anunciando que deseaba lo mismo de mí y de nadie más.

Reí. No, no podía ser real.

Pero lo fue cuando me tumbó contra la arena e hizo a varios granos saltar como sangre que estalla de un cuerpo que no aguanta más. Y así estaba el mío y él lo pudo notar. Y fue real su peso entero sobre el mío, sus manos apretando contra las mías hasta hacerlas sangrar, la sangre corriendo a borbotones, sus piernas pesadas hundiéndome más y más en la arena hasta dejarme medio cuerpo afuera y aprovecharse para atacar.

Aún así fue real cuando (intento ser breve, las jaquecas comienzan a aumentar) osé pedir socorro y me corregí advirtiéndome a mí mismo que la ayuda que tanto reclamaba por fin estaba ya, sobre mí, asfixiando mis pulmones con sangre y hundiendo las fauces en mis hombros hasta absorber toda la impureza que alguna vez me convirtió en un espectador de la vida y nada más, en un soñador idílico enamorado de la fantasía que fue arrancado de la misma y colocado en un universo que se esfuerza por respirar. La tierra, carmesí como la luna. O bien eran mis ojos que enrojecían todo lo que llegasen a mirar. El mar, el mar ahora estaba a mi vista, todo entero, sin un espacio que olvidar.

Todo, todo podía ver, todo podía sentir, todo podía saborear, pero sus labios eran lo único que me importaba, la eternidad para él ahora no sería más un castigo, ni para mí.

No más.

¿Y quién era yo para juzgarlo esta vez? Todo se había movido a la perfección, según mi propia fantasía, todo a la perfección.

Aún sucede que despierto por la noche, mientras han pasado los años y siempre estoy cambiando de ciudad, y me pregunto a mí mismo si me habré quedado dormido para siempre y este es un sueño que jamás se va a terminar. Estoy seguro de que ya me encuentro lejos de la mortalidad, de que ya la he perdido por completo y no me importa mientras despierte y encuentre sus cabellos revueltos, los mismos de aquel que hace tiempo vengo observando cada noche en el escenario bailar. Y aún lo hago, mientras esas fiestas sigan siendo nocturnas él y yo estamos a salvo y ninguno nos ha de delatar. Al menos eso creo. ¿Y si existe alguien como yo, que lo observe de la misma forma, que lo desee con la misma intensidad? La fuerza sobrenatural que me ha sido heredada de aquel místico linaje se encargará de hacerlo a un lado para que él no lo vaya a notar.

Me cruzo de brazos entre la multitud y simulo beber vino rojo mientras lo veo moverse y esta vez, percibiendo momento a momento cada uno de los movimientos que antes no hacían más que atontarme y hacerme dormitar.

Aún así creo que no alcanzará la eternidad entera para convencerlo de que nunca fui su fan, de que nunca fui como esos tantos que no soñaban con el interior que yo deseaba poseer. Me mira, sonríe y me besa la frente para tranquilizarme, luego dice que con la paranoia en mi mirada aún parezco un mortal, y que eso lo hace desearme aún más. Entonces me tranquiliza saberme seguir siendo tonto e inseguro y recuerdo a mis amigos y a sus consejos para ahuyentar a la soledad (que admito nunca me dolió más que el temor a la mortalidad –el tiempo corre y en algún momento, no corre más-)

Pero eso ya terminó.

Escribiría millones de líneas para describir a quien alguna vez fue mi platónico y para contar acerca de cómo me protege pese a haberme hecho casi inmune e inmortal; describiría las anécdotas en las que me enseñó a caminar por edificios altos y hasta a volar y cazar con la misma frialdad; escribiría una Biblia entera sobre sus ojos cuyos colores inmortales sólo yo puedo percibir, pero no lograrían entenderme.

Y en el caso de que alguien pudiera hacerlo y enamorarse con cada detalle... no me quiero arriesgar.



-




-


domingo, 13 de junio de 2010

Blessed





Blessed
(por Emilio Nicolás)







So the vampire came to me that night
and said hello to me so kind
his silky words cursed me
and i couldn't return to myself

while the lights turned red and green
my body sealed by the spell
thoughts and thoughts of him, breathing
his gentle cheeck next to mine

Then again

His softly words sweet as wine
two seconds, a moment divine
and in slow motion he kept walking by
and i couldn't, i couldn't talk

(damn! he noticed
enchanted i am)

And i called Curse
to that tender bow
because i couldn't stop thinking
of his eyes deep on mine

(even
when the misty morning
came from aside)

And i know it was a Hello
and an eternal goodbye



















- Oh, sí; inspirado por tu saludo -



-







-