lunes, 10 de noviembre de 2014

Andar dormido, soñar despierto


Andar dormido, soñar despierto
(por Emilio Nicolás)




Quiero dormir y no quiero. Es este inmenso día entre el comienzo de la primavera
y el final del invierno. Quiero taparme y quiero dormir descubierto.
Y en las paredes acarician tus dedos, en todas partes en todas las casas en todos los sueños.
¿Y si me pierdo y te veo? ¿Y si me duermo y te encuentro? Me encojo y doy vueltas, como aquel día
El día del miedo.

Me siento solo y enfermo. Con las palabras justas en
el momento más desarmado. 

En el no-momento.

Que se despierte, que no duerma más, que venga ahora.
Le dice al viento.

Y yo, que repito esas palabras, medio dormido, medio despierto:

yo, todo el tiempo
yo, todo el tiempo

Y lloro sin derramar una lágrima
¡Cuánto lloro!

La sombra de una nube oscurece mi ceño

Y pasa

Riendo

Y le digo al mundo que un millón de enseñanzas y sonrisas sabias
se perdieron

que el reloj corre para atrás y que todo vuelve a su lugar de origen
que nunca nada fue cierto

Y no me escuchan y doy vueltas en la cama, agarro la almohada, deshago las frazadas
se apaga el incienso


Es este el día más largo, entre el comienzo de la primavera
y el final del invierno

miércoles, 22 de octubre de 2014

Los platos platónicos



Los platos platónicos
(por Emilio Nicolás)




Estás  un poco más gordo. Un poco, nada más. O quizás sea la remera, un tanto apretada. Hace calor y estás un poco más gordo, pero seguís siendo el mismo, bajo el mismo velo silencioso y la misma mirada de vidrio, a la nada. La que no puedo mirar, porque me hace sentir mal. 

Y pensé que podía manejar la situación, pero no. Río solo y dirijo una mirada al respaldar de la silla mientras dibujo cambios en el escenario, con la imaginación: el suelo se abre y me traga de a poco mientras vos mirás algún punto fijo que ya no puedo buscar, porque acabo de hacer un chiste que a mí solo me causa gracia y por eso las baldosas  me están chupando hasta terminarme de enterrar.

Pero a vos no te importa y estamos riendo al cabo de cinco minutos, porque acelero al tiempo por miedo a preguntarte si alguna vez quisieras detenerlo y darle prioridad a… conversar. 

Y ahora mis chistes tienen gracia y los dos miramos al mismo punto, al techo amarillento y al ventilador que nos saluda y tu codo se apoya en mis pelos y lanzo uno, dos, tres chistes y todos te hacen reír y me pica en la nuca la felicidad.

¿Le digo que ya puede irse? No, mejor que lo digan sus labios, yo voy a parar al tiempo ahora, por un rato, ahora que es su turno de acelerarlo… aunque se está tardando y de nuevo el silencio y de nuevo atrás de mis espaldas esos ojos que no puedo mirar y de nuevo mi imaginación hace estragos y ahora la cama es una balsa a la deriva en altamar.

¡Y ahí va! Sus ropas asoman de entre las aguas del océano y se las vuelve a colocar. Se sube a su propia barca a todo terreno y me aconseja conseguir una similar. Yo miro a sus ojos de vidrio mientras la luna los alumbra, emblanquecida; y me pregunto si suele hacer así con todo mundo, dejar al tiempo pasar… yo no acostumbro a esa clase de ternura disfrazada de una sonrisa o dos, o más. Y mi gatito negro, desde lejos, lo ve navegar mientras me tiro de nuevo a la balsa y suspiro mientras las mil clases distintas de pensamientos míos se terminan de ahogar. Ahora estoy yo solo, sin ninguna carga más, y hablando de tiempo, ya casi es hora de hacer mi cena y hace calor y debo arrancar.




viernes, 19 de septiembre de 2014

El hombre muerto


El hombre muerto
(por Emilio Nicolás)





No se acerca el mediodía, si no las siete de la tarde. No hay puente golpeado por los pasos del caballo de un muchacho, ni pequeño llamando a mi nombre bajo la luz del asesino sol que se corta con un machete tajante (hasta la muerte muere)

Ni yo soy el sueño de Horacio. No, no es nada inventado y no estoy tendido en el suelo, pero estoy igual de cansado.

No, no hay mediodías ni espinas en mi vientre, pero el sofoco me mantiene vivo y cada segundo camina hacia atrás mientras yo lo miro. 

Todavía no son las siete y tu barbilla llovida se mueve y se mueve, se contrae y se relaja y yo la miro y no entiendo cómo el mundo sigue y yo estoy acá detenido, perdiendo mi tiempo, haciendo nada.

Mañana voy a organizar mis papeles, mañana voy a mirar uno o dos capítulos más de aquella serie, mañana voy a... 

Todavía no son las siete. Y debía irme a las seis. Y tus brazos de sangre grisácea y roja se siguen moviendo y el umbral me mira, esperándome y el alambrado de púas se cierra sobre mis pies. Tu sombra se funde con la mía y no puedo salir. 

Me hablás, me hablás... como si no pudieras leer mi mente.

Estoy tendido con el vientre entumecido, las palabras ahogadas y la sangre, toda junta, en la boca de mi garganta.

Y el caballo que no existe todavía no pasa y el niño sigue llamando mi nombre con una voz muda y el sol sigue quemando y me pregunto si serás tan inteligente como parecés para darte cuenta de que esto no es un cuento sobre otro cuento y que todo es un mundo de ficción, imaginario.

Y olvidate de que sean las siete. Sigo siendo un bulto en el suelo, encogido y vos seguís al lado mío, hablando y hablando. 

Hablando y hablando.

Siento el aroma de tu aliento ¡Tan cerca! ¡Tan vivo! pero es tarde para moverme, porque el puñal está bien clavado y yo estoy ya casi hecho. Te escucho y asiento. Vos querés ser el centro y yo te dejo. Intento resolver el enigma detrás de tu personaje y no lo encuentro. Te hablo con los ojos y vos me hablás del tiempo.

El tiempo.

¿El tiempo?

¡El tiempo!

Me resigno a festejar que ya son las siete y por fin muero por dentro. 

Finjo tener algo más importante en qué ocupar mi mente, que en tu eterno, molesto, inquietante y pendejo misterio.

Y como un errante me dispongo a caminar muy, muy, muy lento.


Escondite





Escondite
(por Emilio Nicolás)





Dentro de una bolsa, bajo la cama. Tan fácil de encontrar.
Y yo, con los pies enrojecidos y mojados, bien parado sobre la arena de una rivera donde tus corrientes van siempre apuradas.

Siempre carismáticas, siempre sociables, siempre con brazos y manos y dedos para todos.
Y yo, con los pies enrojecidos y mojados, bien parado sobre la arena.

Una vez escondí 
(porque yo también escondo cosas) 

mis secretos no en una bolsa, bajo la cama; sino en el fondo del agua. 
Que va tan rápido, que se perdieron tras alguna montaña.









martes, 2 de septiembre de 2014

Espécimen predeterminado




Espécimen predeterminado
(por Emilio Nicolás)







No puedo culparte por ser humano. 



Vos no podés culparme por utilizarte para evadir mi espíritu huraño. Pero yo sí.



Atrás, los cuatro asientos  que se ven solitarios por los rayos del sol de la mañana están bañados. Afuera está nublado y yo ni siquiera estoy enterado. Yo veo los rayos del sol y me veo al final, sentado. Y me adormece la goma espuma y sonrío y me pregunto qué pasaría si te fueras de mi lado. Acaricio el vacío asiento aledaño. Miro por la ventanilla y ¡Ah! Lo que es soñar aún andando.



Sí, puedo culparme por haberte utilizado, y el castigo merezco pagarlo en cada momento que escribo poéticamente sangrando. He buscado al intelecto más ingenuo, al más aniñado, para simular que puede acompañarme en esta laberíntica prisión de sueños nunca bien justificados. A fin de cuentas nada tiene sentido, ni siquiera todos estos años que llevas caminando al lado mío (o adelante, cuando estás apurado)



Me refugié en la mentira que construí sobre tus duros pelos y tus rotas gafas de niño que no puede cuidar a su gato. Y una vez dentro busqué la verdad en otros lados. Y caminé por locales abandonados y por camas deshechas y colchones malgastados. Caminé lejos y volví para dormir y volví a encontrarte y sonreí y lloré y soñé lindo y desperté transpirado.



No. No puedo culparte por el futuro en el que no estamos. Ni yo comprendo. 



Pero gracias por intentarlo. 



No puedo culparte ni por el daño causado. Lo merezco. Yo puedo culparme por haber sido consciente todo este tiempo y aún así... aún así, nunca haberte avisado.




viernes, 8 de agosto de 2014

Los cobardes



Los cobardes
(por Emilio Nicolás)







¡Qué payasos!

Alzando nuestras lanzas y escondiendo los escudos, como si no tuviéramos nada que ocultar.
Enfrentando al enemigo, juntos, como si nos cupieran las etiquetas heroicas.

¡Qué payasos!

A toda prisa en la misma dirección, sin saber que estamos escapando.

¡Mi payaso favorito!

He aquí lo que nos diferencia…
Yo miro a los ojos a mi tragedia

Y río mientras ella misma me patea.



.

lunes, 4 de agosto de 2014

La otra cara de la luna


La otra cara de la luna
(por Emilio Nicolás)





-        -  No te rías, de verdad te digo. Todavía no conocés ni la otra mitad.
-         - Ah, pero sos un buen pibe y con eso alcanza.

Como si no tuviéramos nada que hacer, la tarde estaba en nuestras manos, y apenas podíamos sentir el aroma de la primavera a punto de llegar.

Las últimas hojas de los viejos, pero no tan grandes árboles de la ciudad caían a nuestros pies y nosotros las pateábamos, con una caja de leche chocolatada individual en cada mano derecha.

Como si los años no hubiesen pasado por sobre nosotros.

Los transeúntes no parecían importar mucho. Quizás a él sí, sobre todo si se trataba de alguna ejemplar con cuerpo llamativo. Era inevitable que perdiese la mirada y de pronto se cortaran las risas, al menos por un segundo.
-     
      - ¿Y qué? ¿Sos un asesino encubierto, entonces?

Las risas volvieron en un pestañeo. Quizás naturales, quizás forzadas.

Mientras cruzábamos la calle fría, algunos autos pasaron antes que nosotros y levantaron una cortina de hojas secas que, como olas cruzándose en nuestro camino, se pegaron en los pantalones y hubo que removerlas con algunas sacudidas, usando las manos. Arriba el sol calentaba las últimas horas antes de que la oscuridad cayera y las luces destellaran en cada punto de aquel paisaje de centro de pequeña ciudad.

Cuando las risas y los vicios hubieron terminado y la soledad también me encontré mirándolo y él a mí, cerrando la puerta. Yo presioné fuerte, cerrando mis puños, las cintas de la mochila que cargaba hacía unos meses, desde que la había comprado y emprendí el viaje, un poco caminando, un poco sobre ruedas.

A medida que avanzaba hacia casa la oscuridad caía muy despacio sobre mí y sobre todos. Yo avanzaba en línea recta y ella… bueno, se entiende. De a poco los fulgores encendían uno a uno, para combatirla. De a poco cobraba magia el entorno entero. O quizás yo era quien podía ver lo mágico en todos lados. Los pequeños fuegos centelleantes. El azul volviéndose violeta, volviéndose negro.

En el último asiento a la derecha, como siempre, me veía sentado, pero como si durmiese sobre una cama junto a una ventana de una imaginaria casa móvil, tan rápida que me obligaba a poner atención para captar cada momento, a cada elemento del que parecía estar escapando... o demostrando libertad.

Más y más transeúntes, niños corriendo, gatos cruzando a toda prisa, pájaros volando a la par, nubes como brazos extendidos, bien violetas, bien brillantes, y edificios roncando muy suave sus últimos susurros antes de que el frío los haga despertar de la siesta.

Yo no quería despertar. Nadie quiere despertar cuando se duerme tan bien. Supuse que él tampoco.

Dejé las zapatillas junto a la puerta, del lado interior de la casa y caminé sobre el suelo con las medias algo húmedas. Me recosté sobre la cama más grande de la habitación y contemplé a las astas del ventilador moverse hasta dejarme en un ensueño.

-     -     No te rías. De verdad, te digo, no conocés ni siquiera la otra mitad.

Me despertó el sonido del celular, pero lo primero en mis ojos fue la luna llena, tan redonda, tan pálida, tan brillante. Mi rostro, dormido, se había dirigido hacia el ventanal. Entrecerré los ojos, fijé mi atención en su pálido costado y traté de imaginar el otro. El olvidado.

-        -  ¿Llegaste bien che?
-        
        - Uh, sí. Disculpá. Colgué en avisar. Me quedé dormido. Mejor me apuro a preparar la cena la cena. Abrazo.

Pobrecitos. Estrella y Nube, no dejaron de dar vueltas por toda la casa, esperando a que despierte. Ninguno  se atrevió a maullar. No es que yo sea un peligro cuando me obligan a levantarme, supongo que es el afecto, que los lleva a esperar pacientes. Bueno, no tanto. Tarde o temprano, saben, se llena de comida el plato.

Una vez satisfechos calenté lo que había preparado al mediodía. No había ganas. Ni tiempo.

De la noche poco y nada sé. La conocí bajo techos, varios. A la luna siempre la contemplé desde diferentes ventanas, a diferentes alturas.  Pero solo a la cara que deja ver.

Esa noche no sería la excepción a la regla. A la noche la conocía bajo techos.

Varios.
.
Me preguntó a media mañana si podía ayudarlo a terminar un trabajo. Digo a media mañana, porque para mí la mañana es el mediodía. Me sorprende lo poco que duerme ¿De verdad no disfruta del buen dormir?

¡Qué más da! Tenía que responder. Pero solo hablaba mi cabeza:

“Dibujo líneas ahora, sobre el aire, esperando a que salga de mis labios o de mis dedos alguna respuesta. Dibujo rulos y dibujo círculos que se expanden y se expanden y toman formas violáceas. Dibujo lápices, dibujo hojas, dibujo agujas, muchas agujas. Pero no sale ninguna respuesta.”

No repregunta, él.

Su orgullo no se lo permite.

Finalmente le digo que sí, pero no era lo que quería. Cuando el mar de hojas sabe que volveremos a pasar al día siguiente, no se sacude de la misma forma. Y las calles de pronto no son tan mágicas.

Y así fue. Él trabajaba y yo ayudaba con los detalles.
-      
        -    Me quedé pensando eso de que no te conozco ni la otra mitad ¿tan grave es?
-       -   Te estaba jodiendo, ¿qué tanto puede uno conocer de todo?
-        -  No tanto como uno quisiera, sí.
-        -  A veces no ayuda mucho ser taaaan curioso.
-        -  ¡Andá, misterio! A mí me gusta saber todo.

El trabajo se concluyó en silencio y por la noche, dicho y hecho. La ciudad no era la misma y el asiento al fondo a la derecha del colectivo no era tan cómodo. Realmente no pude ver lo que ocurría del otro lado de la ventana y cuando llegué a casa dejé las zapatillas junto a la puerta y no me recosté nada. Solo me metí bajo la ducha, dormido pero despierto, y dejé que el agua caliente hiciera lo suyo.
.
Desde un primer piso la luna se ve apenas un poquito más grande que desde casa. O tal vez me engañaba a mí mismo.

Me quedé mirándola cuando aquél me dijo que volviera a la habitación, que iba a enfermarme.
-      
 -          - Como si te fuera importante, jaja.
-          - Bueno, igual. Más que nada no quiero que te vea nadie.
-          - Eso sí te creo.

Me cubrió con sus brazos y me impregnó, a pesar de que hacía poco me había bañado, de su aroma a perfume barato. Conocidísimo. Respondí con besos a mitad del pecho y pensé: Cuando llegue a casa voy a volver a bañarme.

Entonces se cubrió con las sábanas blancas, que estaban cubiertas por el acolchado y a mí me cubrió con su pesado cuerpo, por lo que éramos entonces una suerte de capas y capas que resguardaban alguna suerte de cosa pequeña y frágil en el centro, donde estaba yo.

Después del sofocante calor, de su transpiración en mi sien y de la puja rítmica de costumbre mi bestia silenciosa comenzaba a tranquilizarse. Quizás por un par de horas, pero comenzaba a tranquilizarse. Y aquél también.
-      
-         - ¿Querés un pucho?
-        -  Bueno ¿Pero no te importa si me lo fumo mientras camino a casa?
-        -  ¿No vas a querer que te lleve, che?
-        -  Nah
-        -  Bueno, pero salí rápido.
-        -  Sale y vale.
-        -  ¿Eh?
-        -.  Dije que bueno – Respondí riendo -

Me alegra no compartir códigos con esa cosa.
.
Algo que amo: La soledad de las calles durante la madrugada. Si olvido los peligros que podría conllevar ponerse a caminar solo cuando no hay un alma, o si interpreto seriamente eso de que no hay un alma (salvo la mía) no hay motivos para temer. Todo es mío: Los edificios, las jaurías de perros que pasean y disfrutan con la misma inocencia, los papeles de volantes que arrastra el viento hasta donde puede. Los miles de carteles allá, en lo alto. Todo, todo es mío y nadie más está ahí.


Aunque quisiera.

.

Algo que no amo: La lluvia con frío.
.

Y tampoco me gusta ir con paraguas por la calle, siento que cae sobre mí la responsabilidad de fijarme por dónde voy, o alguien podría perder un ojo y arruinar mi vida por haberlo hecho (aunque no haya sido intencional, claro) ¡Sí! Arruinar mi vida ¿Qué me importan a mí los ojos de las vidas de otros? Supongo que se puede vivir tuerto, pero yo con semejante culpa no podría.

Siempre fui así de culposo.

Pero ahí estaba, haciendo malabares sobre una cuerda imaginaria y tambaleando mi paraguas a la izquierda, a la derecha, ahora hacia arriba, ahora hacia esa señora ¡No! Esquivala, esquivala, uf…

Lo cerré. El escudo se disolvió y reveló su sonrisa detrás del vidrio. ¡Cuántos escudos! El paraguas y el vidrio y nosotros atrás de ambos. Ah… demasiada poesía para una tarde lluviosa. Espantosa tarde lluviosa.

Que fue nuestra.

Que fue de nuevas risas.

Que fue.

Y llegó la noche, esta vez desde un cuarto piso.

La luna se hubiera visto genial desde aquel ventanal pero… la lluvia. La maldita lluvia.

Y de nuevo el cuerpo encima. Esta vez no tan pesado. Un poco más sudado. Perfectamente aromatizado de manera no artificial y con la caricia de cientos de ásperos vellos. Y la puja y mi cabeza en otro lado. Y el calor, el sofocante calor a pesar del invierno crudo dando su último adiós. La picazón y el sueño eterno. El calor. El frío. La luna escondida por completo. Su sonrisa al cerrar el paraguas. El movimiento brusco. Mi gemido, esta vez no de placer. Su gemido, egoísta. Su sonrisa, su sonrisa. No. No aguanté.

Lo alejé como pude, como si él no fuese él. Lo alejé como pude, porque nunca tuve suficiente fuerza y a duras penas un cuerpo era menos fuerte que el mío. Este no sería la excepción pero tampoco era una mole.

Se enojó. No me importó. Quizás debió.

Una masa de, hasta entonces, impredecible violencia se me vino encima y esta vez no con fines placenteros. Mi bestia silenciosa, siempre necesariamente hambrienta, hoy ansiaba algo más. O quizás era otra bestia, otra olvidada, otra de otra cara.

Como sea, este metro sesenta sabe ingeniárselas y ya no estaba bajo el peso de bestias ajenas ni lidiando con la propia libido desencadenada, y ahora podía caminar libre, bajo la lluvia fría.

Porque no hubo tiempo para salvar al pobre paraguas.
.
La noche no termina. Y no quiere terminar.

¡Maldita!

Pero no todo es siempre oscuridad. La tormenta parece disiparse aunque todavía sigue llorando sobre la desolada ciudad que hoy sí, ni siquiera es de los perros. Ahora sí he de creer que no hay un alma ¿O me equivoco?

Una silueta sentada sobre uno de los bancos de la oscura y solitaria plaza. Bajo un enorme árbol.

¿Por qué me acerco? Suficiente violencia ajena tuve esta noche y quizás hoy me sienta lo suficientemente fuerte para provocar y resistir otra.

De eso se trató siempre mi itinerario.

La adrenalina, la necia adrenalina me lleva.
-      
           - Eh, ¿vos?
-         - ¿Qué hacés acá a esta hora? ¡Y con lluvia!
-         - Jaja, ¿qué no puede uno salir a caminar solo bajo la lluvia sin tener que dar explicaciones?
-         - Nah, no me hacen falta, pero es extraño.
-         - Sí, ¿vos qué onda? Cara larga, reíte un poco como yo.
-         - (no te creo la risa) Ah… ¿no dijiste que no hacía falta explicar?
-         - Tenés razón. Y en lo otro también.
-          - ¿En qué otro?
-          - No se puede conocer la otra mitad de las cosas.
-          - Ah… Triste ¿no?
-          - Nah, quizás es bueno un poco de misterio.

Y la noche se hizo día y ahí nos recibió, y con risas. Ah, de nuevo las malditas risas. Nunca explicaciones, nunca misterios revelados, nunca verdades que bailan en nuestras lenguas y ahí se quedan. Risas. Y su sonrisa.

Y tanto alarde que hice de que no pudieras acceder a la otra mitad de esta luna que soy yo y ahora yo me sigo preguntando, sin respuestas, qué carajo hacías solo a esa hora bajo la lluvia. ¡Qué ironía!





domingo, 27 de julio de 2014

Billy




Billy
(por Emilio Nicolás)



Billy sólo está cuando estoy solo. Cuando se expande el escenario atrás del muro de agua sobre el que salto, y en el que me zambullo. 
Los colores de la calle asfaltada y el verde de la puerta se mezclan con las ondas. Mientras entro, los muñecos caen de los estantes y también sus dibujos y aquella chica en traje de baño.

Billy tiene a cada lado de la cara un largo dedo negro que rasguña sus mejillas pálidas. Tiene también el torso grande y mucha barba. Billy no existe, si no soy yo quien manda.

Escondí sus lentes negros bajo mi almohada. Billy, cuando no sea Billy, va a querer buscarlos, para salir a la calle a hacer sus monadas.

¡Ah! Billy es un payaso al que todos aplauden y todos bailan. Billy se lleva el mundo por delante, y cuando todo sucumbió a su estampida arrebatada, aparezco yo entonces, y para salvarme no hago nada.

Aún cuando soy yo quien en mis sueños manda, me dejo aplastar por Billy, que me eleva por los aires en un golpe de verdadera gracia. Y ahí está él, alejándose y dándome la espalda. Billy es una silueta que se hace cada vez más pequeña mientras ríe y no tiene tiempo para contarme lo que le pasa.

Y yo ahora floto en el aire... ¡Ah, Billy! Si pudiera estar despierto, si pudiera darte un alma.

sábado, 26 de julio de 2014

Todas las cosas tienen nombre




Todas las cosas tienen nombre
(por Emilio Nicolás)





- Qué bien te sale.
- ¿Eh? ¿De qué hablás?

(fingir)

- De lo bien que te sale el corte, es perfecto. 
- Y, viste... Son años de práctica
- No podría hacer uno igual (mirando con detención, inclinando mis rodillas un poco para acercarme)

- ¿Y ahora dónde lo ponemos?
- No sé. Pero ¡Mierda! Debí conocerte mucho antes.
- ¿Qué harías sin mí, no?

...


Estoy esperando a que me responda y por alguna razón no lo hace. Me mira fijo pero no responde y yo en estos momentos tendría que bañarme. Juego con mis dedos y con los colores que se oxidan conforme pasan los minutos. Quiero mantenerlos ahí, mantenerlos así. Juego con los dedos, los dos índices. Y él no me responde y se termina el tiempo.

Me vino a buscar, como siempre dejo que haga. Llegó en la bicicleta, no tan desenfadado como siempre solía llegar. Esta vez era distinto, un poco ansioso, un tanto impreciso, bebiendo de a sorbos grandes que tragaba con aire. Yo lo miraba desde la esquina de la entrada, tragando humo, quizás con un poco de miedo.

- No fumes, te hace mal.

Se recostó sobre la mesa, burlándose de mis libros y dejándolos caer al suelo. Una lluvia de golpes que no iban dirigidos directamente, pero iban a mí. 

El gato subió a su regazo y extrañamente le dio la bienvenida a su barriga. Lo acarició, sin mirarlo, con los ojos fijos en la araña que colgaba del techo y que desprendía la luz blanca que nos bañaba.

- Es igual al mío, pero igual igual.

(ningún ser vivo es igual igual a otro)

- ¿Viste? ¿El tuyo tiene nombre todavía?
- Nah, mi hermana le dice "Michi"
- Es el nombre que se le pone a un gato cuando uno no sabe qué nombre ponerle.

Yo no podía permanecer esperando alguna acción que me conformase, pero estaba en mi territorio, campante, con los libros sobre el suelo y el gato sobre su panza, frotándose contra sus piernas y siendo peinado por sus delicadas y grandes manos.

Creo que pasaron mil años hasta que decidimos salir. Mil años que costaron para que el sol se pusiera de una vez y pudiésemos salir a jugar. Ahora sí, no había miradas (o no tanto) ahora sí, estábamos plenos y de todo desconectados.

- Te dije que no fumes, boludo, te va a hacer mal.
- ¿Qué más hace mal?
- No sé... nosotros.

Cruzamos la plaza sin prisa, sin hablar mucho pero riendo cada vez que nuestras miradas se cruzaban. Yo no hacía preguntas sobre su vida y él no hacía sobre la mía. Era lo más propicio si queríamos seguir de alguna forma atados a...esto.

- Creo que hoy se cumplen cuatro meses de habernos conocido.
- ¿Ah sí?
- Sí... es re poco cuatro meses. 
- Sí, qué se yo. Allá hay uno, mirá.

Las sombras dibujaban una silueta grande y negra.

Nos separamos. Yo comencé a caminar más sigiloso, él se apresuró para tomar carrera y desplazarse a toda prisa sobre su ruta invisible que lo llevaba a dar la vuelta alrededor de toda la plaza como una gacela. O como un negrísimo puma.

Mi posición me ubicaba a espaldas de la presa. Que para mi sorpresa no era uno, sino dos. Supuse que él ya lo había notado, pero no podía comunicárselo. Estábamos separados. 

Tenía ganas de abandonarlo todo, tal vez por miedo, tal vez por cuidarme o por cuidarlo. No sé, pero no era raro que antes de cometer la travesura me invadiera el pánico que me acosaba y que, con cada turno que me costaba acercarme más, me quitaba un poco de vitalidad.

Es un juego, nos encanta jugar. Siempre jugamos juntos. No podría ser de otra forma. Es lo que nos une, es lo que nos define. Es lo que nos da un nombre ¿Pero cuál?

Tomé al primero por debajo de las axilas para aprisionar sus brazos y ahí estaba haciendo su entrada él, pegando un salto horizontal desde la inmensa oscuridad al que le seguía un desgarrador ruido de carne cortándose de un solo zarpazo. 

Un pequeño gemido y ya estaba caído el primero, ahogándose con el charco que nacía de sus propias venas, abiertas de par en par. Lo dejé allí, suprimiendo cualquier sentimiento de compasión, tal como me había enseñado. Lo dejé allí y fui por el segundo. Pero el segundo ya estaba actuando.
Ni bien giré hacia él lo sentí arrojarse de cuerpo entero contra mí y tirarnos a ambos al suelo.
Paralizado, sentí el peso de todos los cuerpos del mundo encima y escuché otra vez el grito de la carne desgarrándose.

Esta vez el zarpazo fue para nuestro lado. Pero no para mí. 

La presa, ahora victimaria, corría y desaparecía, llevándose consigo un invisible hilo que tiraba de él y que seguía tirando con cada segundo, con cada latido. Era cuestión de tiempo para que el hilo se terminara. Él quería levantarse a toda costa y perseguirlo.

- ¡Andá a buscarlo! ¡No seas boludo!
- No... no puedo. Estoy paralizado.

Yo no sabía si estaba autorizado a tocarlo, a abrazarlo ¡A qué! Lo vi inclinarse y caer  una y otra vez y así cayó de forma definitiva, con la rabia bien viva en su rostro.

- No hagas nada.
- ¿Cómo nada? Tengo que hacer algo...
- ¡Nada! La cosa no es que vos me salves.
- Eh...
- Yo nada más puedo salvar ¡Nadie me ayuda!
- ¡Nadie! ¡Nadie puede ayudar! ¡Nadie puede ganarnos!

Estoy jugando con mis dedos enrojecidos. Es extraño pero de pronto el rojo se vuelve marrón, se oxida y así mismo es su sabor es a óxido. Lo miro y espero a que me responda. Lo miro y quiero que me diga qué mierda fuimos, somos, vamos a ser ¡Qué se yo! Yo solo quiero saber, pero me mira y no me responde. Y yo tengo sus garras de metal en una de mis manos, ahora que dejé de jugar con mis dedos y me parece absurdo ponerle de nombre Michi a un gato, porque ese es el nombre que se le pone a un gato cuando uno no sabe qué nombre ponerle. Y todas las cosas tienen nombre.  




martes, 8 de julio de 2014

Superhéroe

Superhéroe
(por Emilio Nicolás)




Hubieras salvado mi adolescencia, entonces
Hubieras interrumpido la gesta, aplastado a la larva 


y cambiado mi esencia

pero no lo niego, habrías entonces 
salvado mi adolescencia

En cuyos tiempos los héroes no existían, y la crisálida era tan frágil que
¡Ah! lo que daría por enviarte tiempo atrás 
a impedir que se me presentase por la fuerza
a la mismísima independencia

Y hoy no sería más que tu sombra, adorador de tu incumbencia 
tu facilidad para entrometerte 
cuando hay 
ausencia
conocer mis necesidades
llenarme de providencia

La hubieras salvado
y yo a vos
de que seas mi cobra
de que sea tu presa

o quizás no
¿quién sabe? cuando éramos niños estábamos lejos
pero tan cerca

y la coraza está hecha
sos impenetrable, igual que yo
pero de otra manera
vos sos hierro puro
yo soy de seda

La hubieras salvado, sí
tanto tanto

Tu sentido de la justicia no me interesa
en cuanto esté tu defensa
el escudo que nunca pedí
el que el destino pone ante mis ojos para burlarse
Cómo pesa
no todo llega justo a tiempo
todo regresa

si no hubiese sido quien fui
y no fuese quien soy
si no hubieses aparecido


¡Ah! ¿Qué más da?
Hubieras salvado mi adolescencia






sábado, 28 de junio de 2014

Palabras



Palabras
(por Emilio Nicolás)




¿Y qué pasaría si ya no las tuviéramos?

Se está inundando el cuarto de silencio
besa mis pies como agua lodosa
imperceptible a tus silencios
cuerda filosa

No hay ventanas, sino una puerta
y mis rodillas ahora se empapan
Palabras, las necesito
de las que me hieren
de las que me salvan

Y sonreís, del otro lado de la ventana
no puedo verte, pero ahí estás
Mi cintura bañada

Te necesito
Las necesito
Te solicito con la mirada
Pero no hay ventanas

¿Qué pasaría si no las tuviéramos?
Te sentás sobre el umbral de tu entrada
y el silencio llegó ahora a mi garganta

Muy despacio me sumerjo 
con todas ellas
y te miro
con mis palabras

No pasa nada











miércoles, 25 de junio de 2014

Introspección




Introspección
(por Emilio Nicolás)







[Silencio por fin]

Cuando salga a buscarla, de nuevo
tengo que saber que nadie más puede ir conmigo

Y cuando la encuentre
finalmente
todo lo que ame
lo amaré
solo














Viajero









Viajero
(por Emilio Nicolás)






Entonces ha de ser así con todo
Desde que tengo memoria (si aún la tengo) la noche siempre me ha tenido mientras me veía apenas tocar sus extremidades y volver a la cama, agotado.
Sí, ha de ser así con todo. Jamás fue mío el verano y sus vientos del norte, jamás la oscuridad de una madrugada de otoño ni las pesadas lluvias heladas de invierno. Reían, entonces, las flores de primavera cuando las creía mías, y reía la música gritando en mis aposentos.
Ha de ser así, con todo. Me despojo de lo que alguna vez he creído de mi propiedad (o al menos me despojo del ensueño) de absolutamente todo y heme aquí, el diletante de ojos fascinados
y corazón vacío