lunes, 8 de febrero de 2016

Martín, el extranjero

Martín, el extranjero
(Por Emilio Nicolás)




Martín, el extranjero, no está nunca. Martín para no pensar, se ocupa. Martín hace un espacio en su cajón repleto y se rasca la nuca. Martín lee mis retos y ni siquiera se inmuta.
Martín saluda y sale corriendo. Martín, el extranjero, no lo dice. Pero tiene miedo. Martín no quiere hacerlo, pero lo hace y lo diagrama. Por completo. Martín, el extranjero organiza sus cosas, encuentra un espacio de aire en su cajón y se rasca la nuca. Martín es tan incierto.
Martín saluda y sale corriendo, lo voy a buscar y vuelve sonriendo. Martín es imprevisible, porque es Martín el extranjero. Podría estar en cualquier sitio donde huela siempre distinto, el salvaje viento. Martín podría estar en cualquier parte, menos adentro.
Martín está sentado en la vereda, mientras el mar de autos avanza, indómito. Martín está acá, frente a mí, y nos separa un océano. Pero en su cabeza Martín, el extranjero, ya está inventándose en otra parte, o en otras, donde sea menos adentro.
Y como cuando Martín habla de saltar al vacío yo también lo intento y cruzo la calle frunciendo el ceño. Tuerzo la boca, lo veo -y me enternezco-,  metido en sí mismo. No parece saberlo. 
Martín el extranjero es tan inquieto, que jamás sabrá que lo que busca está... no importa, ya no soy quien para exhalar un lamento.
Martín es el extranjero, yo no, yo podría estar tendiendo mis sábanas o preparando el almuerzo, pero estoy saludándolo y me sonríe y caminamos sin rumbo, como si yo estuviera siguiéndolo.
Martín es un niño con voz de tipo serio, Martín me habla de planes y planes y dice que no es un hombre de palabra, mas yo lo miro y pienso: ¿de verdad, señor viajero del tiempo? Martín podría enseñarme tantas cosas, pero ¡Cierto! es el extranjero. Martín podría aprender de mí pero está muy ocupado, se está moviendo.
Martín y yo bajo un cableado de luces chinas ¿o son japonesas? debería preguntarle, ya que Martín es el extranjero. Martín está tan lleno de dudas, que me las pone encima y me las sirve en bandeja. Y ahí van, con una cerveza, yo tomo lo más pequeño, para disfrutar mientras puedo, y Martín mira al cielo, a las nubes moverse con el inesperado viento.
Y una ráfaga, de pronto azota todas las luces que bailan encima nuestro. Martín pregunta la hora y se acuerda: es el extranjero. Martín toma el tren y se preocupa por mí, no tiene idea de lo que significa la noche. Martín me pide que me porte bien, y se disuelve al instante. Martín no volvió a aparecer, es el extranjero. Y yo, arraigado, sobre el marco del umbral de mis aposentos, miro hacia adentro el espejo que me sonríe y digo: ¡Ay, Martín! ¿Para qué voy a llamarte? ahora no es momento.