miércoles, 28 de febrero de 2018

La máquina del tiempo



La máquina del tiempo
(Por Emilio Nicolás)






¿Cómo decirle que quiero que me pase con su yo del pasado? Es imposible. Ahora lo miro, después de que lo busqué por días enteros en ese laberinto urbano donde el sol se partía en mil partes, colándose entre vidrios.
Nunca supe las combinaciones de los subterráneos. Las horas pasaban con mi nariz frente a esos mapas y los ojos bizcos, azorados.
No podría responder cómo es que siempre me devuelven la misma amabilidad con la que hago preguntas a los transeúntes. A los cientos de ellos. Cada uno percibe a su manera la sonrisa ingenua, el tono inocente, la mirada directo a los ojos, cálida, inofensiva. Entonces se apiadan, se enternecen, quieren ser mis amigos por un rato y me responden a las preguntas. Así es como formo mis propios mapas.
Mapas que no me duran más que un día, porque me pierdo, me vuelvo a perder. Mi cabeza está en otro lado pero ese es otro asunto. Yo soy otro asunto.
Aquí la incertidumbre se puso la capa y echó raíces en medio y alrededor, esparciéndose en pentagrama. ¿Cómo decirle que quiero que me pase con su yo del pasado? Está lloviendo y lo miro, después de la victoria de haberlo encontrado.
Su cabello rojizo ahora parece de sangre, con la lluvia mojándolo entero y cayendo en torrentes, formando cascadas. No quiero que me engañe el celeste de sus ojos, porque nunca antes ojos de ese color me han mirado alguna vez. Soy consciente y sacudo mi cabeza en señal de autopreservación. Lo vuelvo a mirar pero es imposible. Me mira y entonces miro más allá del celeste, más allá del cielo despejado que solo habita en su mirada y una vez más, no lo encuentro.
¿Cómo decirle que me pase con su yo del pasado? Le tiemblan las manos, de frío supongo. En cambio yo estoy muerto de miedo y no me atrevo a arruinar todavía más este momento. Simplemente lo miro.
Tartamudea un poco, molesto, y me pregunta qué estoy necesitando. El frío me recorre la frente, me hiela los ojos y pétreo por dentro no encuentro razones para responderme a la pregunta.
¿Cómo decirle que quiero ue me pase con su yo del pasado? Si ya no existe.
Recordé ese día en que él me buscó, desesperado. Le faltaban horas para entregar un trabajo y estaba como niñito llorando en su casa, recostado. Gritó mi nombre y le dije que viniera un rato. Lo arropé y le di ánimos. Le hice café y pasamos la noche entera, conversando. Apenas salió el sol y leímos su trabajo, terminado, reímos y nos dormimos así, abrazados.
¿Cómo decirle que quiero que me pase con su yo del pasado, si yo tampoco soy el mismo? No habría coincidencia, seríamos dos completos extraños. O lo somos.
No dije nada. 
No dije nada y seguí caminando.
Con el dedo señalando, apuntando hacia abajo.
Con las gotas cayendo de mi nariz a mis brazos y de mis brazos a...
No dije nada.
No era él. 
Pero tampoco seguiría buscando.