sábado, 26 de abril de 2014

Llamado mudo, lector sordo, estatuas ciegas




Llamado mudo, lector sordo, estatuas ciegas
(por Emilio Nicolás)






Cansado de permanecer como una estatua milenaria
Grité tu nombre en la oscuridad, quebrando en mil pedazos al entonces poderoso silencio
y mi voz iluminó el camino mientras se hacía eco y se desvanecía a mi mirada a medida que se alejaba

Alrededor había una multitud, hasta entonces igual de ciega
hasta entonces igual de quieta
Imperceptible para mí, si no gritaba

Una multitud

que avivó su gélida masa troquelada y oxidada, de muchos cuerpos fríos
ásperos
y dirigió su mirada al rastro de centello que dejaba el sonido

que repetía tu nombre con mil ecos, 
cada vez más débiles

cada vez más muertos

Algunos se dieron vuelta y me clavaron la mirada
dolió
otros estaban estupefactos
siguiendo con sus resecos ojos 
a la estrella fugaz, avanzando, horizontal


Entonces todo se apagó de nuevo
y nadie volvió a estar

Otra vez

Giré la cabeza como si fuera a sentir algo más

que el vacío

Inflé los pulmones
Y te volví a llamar


Y de nuevo se iluminaron las ondas
que de nuevo viajaron
despertando a las estatuas
ciegas
que, volvieron a mirar

Las mismas que respondieron a mi llamado
se dirigieron a mí
con las mismas espinas en mis ojos
con el mismo pesar

Y los otros, también los mismos
siguieron con la cabeza al sonido, ondulante

Esta vez devolví la mirada
y no te encontré

ahí no estás

Después se oscureció todo de nuevo
y lo volví a intentar








viernes, 18 de abril de 2014

En lo profundo





En lo profundo
(por Emilio Nicolás)






Ahora que por fin me he sumergido, en ambas manos ya no hay opciones que elegir, ya no hay rastros ni caminos. Me mantengo en medio de la voluminosa masa semitransparente, viéndola ondearse en tranquilas olas de zafiro bajo las calladas aguas mientras giro mi cabeza hacia los costados, para alimentar mis ojos con la gentileza de la forzosa distracción de esferas de aurora luminosa cruzándose en mi camino. Estoy dormido, hundido en el silencio y aunque mis oídos están tapados tengo la sensación de que no estoy solo.

Mis ojos también duermen pero aún así permanecen abiertos. Muevo los brazos, no para salir del embalse sino para mantenerme en medio. Temo descubrirte y asumirte en lo profundo. Temo salir del todo a la superficie y perderte. 

De pronto la ansiedad rompe la calma y estoy seguro de que si rompo la superficie, despierto. Y desde aquí, desde el gris, desde no el blanco ni el negro, me atrevo a mirar hacia arriba para encontrar el final del sueño. Todo se ve blanco, allí no hay zafiros. Y mis ojos se quedan ciegos y no me atrevo a fijarlos de nuevo.

Ahora con miedo, giro hacia abajo para encontrarte también, tranquilamente durmiendo. Lo que más temía. El encuentro en el espacio, el desequilibrio del tiempo. No es justo, si ambos jugamos el mismo juego dormidos. 

Sin embargo vos... vos estás como muerto. 

Y yo... yo dentro de poco termino de ascender solo. 

Yo ya casi despierto. 









martes, 15 de abril de 2014

La casa de mármol




La casa de mármol
(por Emilio Nicolás)








Si hubiera forma de hacerte saber. Me cierras los ojos aunque nunca hayas llegado a verme dormir. 
En la búsqueda de un camino sin final, en la desesperación de encontrar coincidencias un signo nos ata durante  tres segundos. La soga fosforescente sobresalta cuando la luz se apaga. Y nosotros quedamos en segundo plano.

Otros tres segundos unidos, no ahora por la soga, sino por el cuchillo.

El gato con nombre gira la cabeza en tu dirección, mientras tu diminuta sombra deja el último rastro sobre la casa de mármol, en cámara lenta. Entrecierra los ojos y vuelve a hacer nada.

De nuevo la soledad. De nuevo los pedales en dirección opuesta. Las paredes se cierran. Conmigo.






sábado, 12 de abril de 2014

Maldito sea



Maldito sea
(por Emilio Nicolás)


















Maldito sea, tu espíritu aventurero, el velo que cubre uno de tus ojos, entero, y con un brazo extendido te enseña el espejismo del horizonte de un falso universo. Y como una burda copia de Ulises, huyes de tus tierras de plata, para buscar por cielo y tierra lo que te falta. El oro que no existe, y por el que lo pierdes todo.
















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Souvenirs





Souvenirs
(por Emilio Nicolás)





Los souvenirs suelen ser recuerdos de sitios en los que hemos estado en lapsos breves, o de sitios en los que siquiera estuvimos. Están ahí en la repisa y al cabo de unos meses y unas capas de polvo te topas con ellos y los miras, entrecierras los ojos, afinas la vista, frunces el sueño y nada, ni una pizca de memoria parece asomar. Te alejas y entonces ahí queda el souvenir, gritando en silencio por un poco de atención.

Ayer me metí en mi jardín, hecho de bosques. Allí los rayos del sol apenas pueden infiltrarse entre los recovecos de las ramas que, cubiertas por enredaderas, se fusionan en enormes brazos cuyos extremos culminan en mil manos desde las que se extienden mil dedos ansiosos por acariciar al sol, sin éxito, y logrando nada más que taparlo casi por completo. Las líneas doradas de líquido sol eran algunas, muy pocas, contadas con una mano, e iluminaban por breves lapsos, si el viento no agitaba, a la tierra inmaculada. Con el crujir de mis pasos me zambullí, casi desnudo y me dejé llevar por el camino hacia ningún lado, en el jardín de mi casa que a fin de cuentas, es un lugar cerrado.

Los dioses habrán estado jugando conmigo aquella tarde, pues a cada momento era de noche y era de día, alumbraba y oscurecía. Aún así había algo que me movía, que tenía el control de mis cortas piernas que avanzaban casi hipnotizadas. Y el control de mis brazos, para apartar las lianas que, como tentáculos se enredaban en mi cuello, acariciaban mis espaldas, sujetaban vehemente mis pies y me sacudían con la misma efervescencia. 

Entre sombras y luces amarillas di con las aureolas que se dibujaban en el negro lodo. En cada una de ellas había un tallo que florecía. En aquellas estériles tierras algo más habría de existir debajo de sus raíces, debajo de tan frágil criatura divina cuya respiración en el laberinto era imposible. 

Oprimí los labios con fuerza y miré, entrecerrando los ojos, mientras las orbes de polvo flotaban derredor como copos de nieve bajo un bosque ennegrecido en el jardín de mi casa. En mi propio jardín. Me puse de cuclillas y afiné la vista, mirando los tallos de cerca y tratando de adivinar los colores de las flores que venían. Pero entonces algo debió ocurrir con mi cerebro. Porque la mente, de pronto, enloqueció sin darse cuenta, siquiera y no supo reconocer el tiempo ni el espacio, y los pies parecían ya no más estar pisando.

Estaba yo entonces, sin gravedad, en un jardín que no era ya más el mío, ni el tuyo ni de ningún ser humano. 

Cuando recuperé la conciencia dejé de pensarlo y con mis propias manos ejecuté el acto.

Uno a uno los tallos fui arrancando y bajo cada uno de ellos se ocultaba una semilla casi muerta de algo que pudo haber sido, y que no fue y no podrá ser mientras siga clamando por algo de sol, con espanto. Las ramas reían y me hacían cosquillas por todos lados. Las agraciadas copas, allá arriba donde la luz iluminaba sus coronas, danzaban jocosas y las piernas de raíces se desarraigaban y volvían a arraigar, intercambiando sitios para desorientarme y hacerme caer al suelo con cada uno de los tallos, ahora ennegrecidos.

Caí muy suave, como en un sueño. Los tallos secos también cayeron y sin ayuda de ninguna mano se enterraron. La tierra, entonces, se abrió de par en par y con ellos formó una única semilla, que se dejó dormir en lo profundo y liberó una luz propia que, entre medio de los árboles abrió un portal que lo cambiaría todo, cada uno de los datos de lo que no fue (porque no pude recordarlo)

Pensé repentinamente en vos, pensé en haberte conocido en el lugar y el tiempo inexactos, siempre lejos, siempre sin hablarnos, sin tocarnos, siempre lejos. Y ahora el portal se abría luminoso, con destellos de todos los colores, invitándome a atravesarlo. Allí te encontraría y el tiempo y el espacio serían diferentes. O bien no los habría. 

Los recuerdos irreales habían regresado.

Dirigí una mirada a mis manos embarradas y a mis rodillas negras, sentí el olor a lluvia y admiré a mis propias piernas temblando. Allá arriba sentía que había aves volando en círculos sobre mi cabeza y gritando. El silencio del bosque se rompió de golpe y todo estaba vivo, menos tu rostro que seguía en mi memoria, brillando. 

Miré por última vez al portal, que ahora no era para mí más que una fusión de todos los colores del universo, en un ovalado y flotante plato. Lo saludé con una reverencia y las ramas se abrieron ante mí, para dejarme buscar la salida del jardín que es mío, no tuyo ni nuestro, ni del suelo donde piso, ni de los años.







lunes, 7 de abril de 2014

Al inframundo




Al inframundo
(por Emilio Nicolás)






Él siempre dijo que quería vivir en las grandes capitales de oriente. Debo pedir disculpas por mi ignorancia pero no sabía comprender cuál era la diferencia entra una capital occidental con una de por esos lados. Solo podía imaginarlo haciéndose pequeño entre edificios cien veces más grandes que los nuestros y con cegadoras luces que lo volvían invisible. Jamás le pregunté si la imagen que me figuraba coincidía con la que moraba en su cabeza y se asomaba, imperceptible, cada vez que hacía ese comentario en medio de una conversación cuyo tema nada tenía que ver con las grandes ciudades capitales de oriente. Supe por otros conocidos que había hecho lo mismo en diferentes oportunidades, siempre en medio de conversaciones con otras personas. Por lo visto, algo quería decirnos y nunca fuimos capaces de  comprenderlo. Sus otros compañeros de la facultad, si bien tenían casi su mismo intelectual, narraron en alguna que otra declaración que en esos casos desconocían alguna respuesta que le resulte satisfactoria, así que no podían hacer más que contestar con un silencio de tres segundos que les daba pie para continuar con el tema interrumpido. Lo mismo nos pasaba a los que más lo conocíamos. Era una lástima, y al día de hoy lo sigue siendo. 

Tratar con él era como tratar con una copa de cristal, preciosa a la vista pero incapaz de ser tocada en exceso o sin tener cuidado de hacerlo. Cualquier movimiento provocaría un daño irreparable y entonces era él quien guardaba silencio por varios minutos, horas, días o semanas, según el daño causado. A muchos nos costaba entenderle, pero supongo que el daño es daño según quien lo reciba y no según quien lo provoque. No muchos le tenían paciencia y preferían echar culpa sobre sus hombros, como si no tuviese suficiente con sus fantasmas y sus ciudades capitales orientales en su cabeza. Resultaba mucho más sencillo indicar que tenía algún tipo de trastorno que lo obligaba a sentirse ofendido por cualquier comentario con una pizca de amargura. Afortunadamente no era amigo de la violencia, de otro modo creo que varios de nosotros habríamos terminado con un ojo morado por algún simple malentendido. Ahora me río, pero estoy haciendo algo que nunca hice y es hablar de él. Me gustaba pensarlo desde la superficie de su complejidad y la sola idea de hundirme en sus complicadas rutas marinas ya me hacía alejarme de sus playas. Pero ahora, que me obligan a zambullirme, estoy dándome cuenta de muchas cosas. De seguro es difícil ser él, no lo sé, ahora siento que incluso yo podría ser así, pero supongo que soy una hipócrita más, como tantos, que preferimos mentirnos; conformarnos; desayunar, almorzar y cenar con el mismísimo diablo y pensar que es un amigo. Él buscaba lo puro, y quizás es por eso que ahora no se encuentra ni a sí mismo, ha de ser difícil buscar algo de inocencia en estas ciudades, que no serán capitales orientales pero de seguro están repletas de pecados capitales. 

Claro que recuerdo la última vez que lo vi, creo que fue hace una semana y media. Habíamos arreglado, con otros dos amigos, salir a tomar algo precisamente al centro de la ciudad. A él le gustaba mucho recorrerlo, pero siempre nos decía que prefería la soledad y el silencio del campo, que la ciudad solo le gustaba como turista, como viajero de pasada, como un extraño con ansias de explorarlo todo y luego volver a casa. Él ya se conocía todos los locales de todo tipo de comercio, pero daba la sensación de que siempre tenía algo más para encontrar... algún café literario, una nueva librería, una tienda de mascotas, o alguna con música de la que nos gusta (que  es raro de encontrar por aquí), es como si hubiese sabido a qué  fecha y en qué hora se levantaría de las tierras un nuevo templo para él, y nos llevaba a sus expediciones y nos mostraba, ansioso, todos sus descubrimientos. Todos éramos felices viéndolo feliz, más aún los que conocíamos su pasado. Bueno, no todos, los más nuevos en el grupo no le tenían paciencia, como dije anteriormente, solían verlo con un poco de distancia, como si lo vieran chiquito, vulgar, algo fácil de pisotear y dejar abandonado a un costado de la ruta. No los culpo, no lo conocían y a simple vista él no se esforzaba mucho por dejar ver el universo dentro de su cabeza, que todos sabíamos que lo tenía, pero que no fuimos capaces jamás de entrar en él. Supongo que siempre nos estaría prohibido el acceso.

Ese día nos encontramos en la plaza de la ciudad, él había llegado primero y estaba como abstraído mirando todo a su alrededor, algo risueño, mientras llegábamos con Brandon y Nahuel. A mí me abrazó fuerte y me dijo que tenía el cabello más largo. Eran muy escasos los momentos en que él demostraba afecto con el cuerpo, es decir, no siempre te andaba abrazando y a decir verdad siempre se mantenía al menos a dos o tres pasos de uno, intentando no estar muy cerca. Pero cuando lo encontrabas te saludaba con un abrazo tan cálido que ya no hacía falta otra demostración. A Brandon también lo saludó con un abrazo y un beso y le preguntó cómo andaba su nuevo gato negro (le gustan mucho los animales, y particularmente hacía hincapié en el color del gato nuevo de Brandon, solo supongo que porque le gustan los gatos negros) él rió y le dijo que estaba bien, pero que aún no tenía nombre. Le respondió que ya le buscarían uno y mientras terminaba de decirlo, saludaba sin ganas a Nahuel, que hace poco comenzó a salir con nosotros y desconoce del tiempo que lleva ganar su confianza (mucho, ¡si nos habrá costado con Brandon que comenzase a saludarnos en la facultad!) 

Luego caminamos largas cuadras por el centro de la ciudad, yo iba del brazo de Brandon, sin ningún interés en él (tiene novia) sino que, admito que tal vez quería que Nahuel se pusiera un poco celoso. Supongo que lo logré, pero ese no es el asunto por el que me citaron ¿verdad? Nahuel caminaba a un costado de nosotros, mirando de reojo cada tanto a mi brazo aferrándose al de Brandon, y él caminaba detrás nuestro, como siempre. Es algo que no le importaba mucho, siempre le gustaba ir apartado pero nunca delante. Si pudieran analizar eso y luego contarme, me gustaría conocer los detalles, porque siempre me llamó la atención y estoy lejos de ser una psicóloga para saber interpretarlo.

Él estaba ahí, en su mundo de nuevo. Cada tanto debíamos repetirle lo que estábamos diciendo, porque si bien nos escuchaba, era imposible que pusiera atención. Generalmente, cuando hablaba, lo hacía con respuestas cortas y con una ligera sonrisa cálida, siempre dirigida a mí y a Brandon. A Nahuel ni siquiera lo miraba. Dudo que le importase a él, de todos modos. 

Aquí mi memoria se pone un poco borrosa, creo que nos detuvimos en una rotonda, que  tenía un arco cubierto por enredaderas y debajo había bancos, de esos para sentarse. La novia de Brandon llamó a su celular y él se detuvo a hablar un rato, un poco alejado de nosotros. Creí que mi emboscada a Nahuel se arruinaría, tras revelarse que Brandon tenía novia, pero creo que en ningún momento dejó al descubierto que la que llamaba era efectivamente su novia, solo la llamaba por su nombre: Celeste. Y sonreía mucho mientras hablaba con ella. Parecía entretenido y también parecía que se quedaría varios minutos hablando con ella. Nahuel aprovechó para sentarse al lado mío mientas esperábamos a que terminase de hablar y me sacó conversación. Sinceramente no recuerdo bien de qué hablamos porque en mis pensamientos no hacía otra cosa que festejar que me estuviese hablando de  cerca. Por su parte, él se había alejado, más de lo común. Estaba apartado, en otro banco, mirando a los jóvenes que andan en patineta por esa zona. Esperó a que Brandon terminase de hablar para volver a acercarse a nosotros. Cuando así fue, se acercó con pasos cortos, algo aniñados, cabeza gacha y no la volvió a levantar sino hasta cuando llegamos al café y nos ubicamos y levantamos la mirada al camarero, que nos preguntaba qué queríamos tomar. 

No hablamos de grandes sucesos ese día. Él estaba taciturno, como siempre; respondía corto, pero tierno, como siempre; se ofrecía a ayudarnos con lo que no entendiésemos de algunas materias, como siempre, incluso a Nahuel, a quien le habló más una vez sentados; todo fue como siempre, no nos dijo nada inusual, nada que nos sorprenda o que nos haga pensar que había algo más en su mente. Estoy casi segura de que esto se debía a la presencia de Nahuel, un extraño para él. Casi segura. De lo que sí puedo estarlo es que bastaba con la presencia de un solo extraño en el grupo para que él se inhibiera por completo y dejara de ser natural con el mundo. 

Alrededor de las siete nos despedimos en la misma plaza donde nos encontramos. Nahuel me preguntó si quería que tomase el colectivo conmigo (lo deja un poco más lejos de su casa) y claro que le dije que sí. Brandon le preguntó a él si quería ir a su casa a cenar. Raramente le contestó que no, a secas, sin ningún tipo de argumentos. Dijo "No" y todos quedamos en silencio por unos segundos. 

Nos despedimos y cada uno fue a su casa. 

Esa fue la última vez que lo vi hasta que llamó su madre una mañana, preguntando si lo había visto, si estaba conmigo, si había ido a la facultad la noche anterior. Y volvió a llamarme el otro día, y el siguiente...


































- ¿Qué estás mirando?
- ...
- Hey
- ¿Qué?
- ¿Qué estás mirando?
- A la gente... nada más
- Mañana termino con Celeste
- ¿Sí?
- Sí, esta vez lo digo en serio.
- ¿Y entonces?
- Entonces, no sé, salimos a la tarde y después... después vení a casa.
- Está bien
- Hay que buscarle un nombre al gato.