domingo, 23 de octubre de 2016

Incertidumbre





Incertidumbre
(Por Emilio Nicolás)





Si lo que supe alguna vez
con la fachada de la certeza
fue no más que un incendio de cuyas cenizas por primera vez
nació un árbol nuevo

Si lo que supe alguna vez ahora está muerto
Y ahora conozco nuevos artilugios
tan perfectos
tan estrechos

¿Qué forma tengo de saber que no soy el mismo de siempre
en una versión diferente?

La inevitable inercia que lleva a donde no sé ni voy a saber hasta haber llegado
hecho trizas


Ahora sonríe con la mirada de un ángel y yo lo miro y me río porque no tengo idea. Nunca tuve idea. Nunca voy a tenerla.


jueves, 13 de octubre de 2016

Amistad





Amistad
(Por Emilio Nicolás)







Pero yo nunca tuve un amigo.

Poniendo toda la fuerza sobre su trasero se dejó caer sobre la cama y su cuerpo rebotó en saltitos unas tres o cuatro veces. Eso no le impedía encender un cigarrillo mientras lo repetía, también poniendo toda la fuerza sobre el costado derecho de sus labios, moviendo el otro costado para hablar.

En serio, nunca lo tuve.

Pero no le respondió. Él ya estaba fumando el suyo y miraba a través de la ventana una calle que no conocía. El sol estaba ocultándose y lo bañaba de naranja y de rosa. 

Se quedó contemplándolo, con el pulgar aún presionando el gatillo del encendedor y la llama, flameando caliente. Avispó la mirada y contempló sus nalgas infladas, luego su espalda rígida y ancha, luego su pelo enmarañado, oscuro y la barba de dos días que resplandecía en su mejilla prominente.

No sé lo que es un amigo.

No pudo saber si le respondió, finalmente, o no. Porque giró su cabeza y fijó los ojos en los suyos, con una expresión severa que apenas pudo divisar, ya que ahora la luz del sol no estaba iluminando su rostro.

¿Esto es tener un amigo?

Levantó la mano derecha pero al instante la dejó caer sobre su vientre desnudo y tomó todo el humo que pudo.

La canción que estaba sonando entonces terminó, y durante tres segundos hubo incomodidad hasta que empezó una vez más. En su cabeza no pudo evitar anticipar los sonidos que se reproducirían y largó una bocanada de humo, mirando al techo, embrutecido por sus propios pensamientos. 

El otro caminó unos pasos hacia la computadora y cambió de canción.

Ah, no me hubiese importado escuchar ese tema una vez más.

De pronto recordó. Su celular permanecía apagado. Se puso a pensar en qué respondería, pues nunca se había ausentado durante tanto tiempo. 

Ahora que el otro se había corrido la luz anaranjada iluminaba sus piernas, que ofrecían una selva de pequeños rayitos dorados saliendo por la piel de las dos ramas blancas, enredándose unos con otros.

Pero yo nunca lo tuve. Y quiero tenerlo. ¿No lo merezco?

Se vistió y se fue, sobre esa misma calle que el otro estaba observando otra vez, con la misma expresión severa.

Lo vio cruzar, también desorientado, también extranjero, se volteó a ver los pliegues de la cama, aún con su marca, aún con su perfume. Suspiró y dudó en acostarse sobre la silueta, pero en lugar de hacerlo se fue a bañar.



lunes, 10 de octubre de 2016

Inicio del juego





Inicio del juego
(Por Emilio Nicolás)



Al primero de los saltos me quedé mirándola, como si anticipara el inicio del juego. 
Sin alertarme giré mi cabeza en torno a ella, solo para ponerle atención. Creo que ninguno de mis músculos se tensó, solo quise estar. Como si fuera que eso pronto pudiese acabar.
No tuve en cuenta en aquel entonces lo que mi mente me recordó días después, pero creo que muy dentro de mí un instinto estaba moviendo fichas sobre algún tablero invisible, en un juego invisible del que no podría ser espectador, jamás.

El segundo y tercer salto sobre las piedras y sus frágiles rodillas redonditas se flexionaban con cada movimiento torpe. 

Yo miraba. 

Yo observaba. 

Mas aún así el cielo se ponía naranja, casi rosado y suspiré porque tantas veces he preguntado mirando hacia arriba qué estaría haciendo alguien más y hoy estaba preguntando qué estaba haciendo yo y reí, reí como nunca y la volví a mirar.

Ella estaba tan abstraída en su mundo limitado, libre, de vocabulario de sonrisas o de lágrimas de cocodrilo que para ella eran tan ciertas... que de pronto empecé a creer en su dolor y corrí desesperadamente a tomarla en brazos, mientras lloraba aterrada.

Todo se solucionaba con un poco de alcohol, soplar y darle alguna golosina. 
Con eso bastaba. 

Le sequé la cara llena de mocos y de agua y corrió al mismo lugar. Se puso, de nuevo, a saltar. Y miré resignado, porque me acababa de defraudar. Después de todo hasta los más inocentes son humanos y nada más. 

Y dentro de ella alguna ficha invisible dentro de un juego invisible le decía que, a esa misma roca manchada de sangre que se ubicaba allá, tenía que volver y tenía que decirle de vuelta: Estoy acá.



domingo, 10 de julio de 2016

Barro




Barro
(Por Emilio Nicolás)




Desde la superficie pudo parecernos
pudo pero no
me viste emerger con el rostro sonriendo
iluminado por la luz de sol
tocaste mi frente, yo te bailaba a los ojos
que se abrieron, gigantes, mientras tu rostro 

empalideció

Desde la superficie pudo parecernos
pudo
pero no
yo pataleaba en ensueño bajo las aguas negras y vos seguías mirándome
con los ojos fijos en mi disfraz
y, arrodillado con tu mano aún, acariciando
y temblando
un nubarrón apareció

Las aguas oscurecieron y, espantado, te echaste hacia atrás
tus codos se quebararon con el suelo 
y el grito más desgarrador al bosque entero

ensordeció

y desde mis talones pude sentir
el frío abrazo que desde la superficie, donde pudo parecernos 

pero no

me volvía a llevar lejos de vos
hacia las profundidades
de un petróleo 
espeso
pesado
irreversible
temor

jueves, 23 de junio de 2016

El laberinto encantado




El laberinto encantado
(por Emilio Nicolás)





Cuando me seas familiar voy a buscarte en otro lugar
Cuando tus risas y comodidad
Acechen a mi idílico sobrenatural
Y voy a olvidar quién eres y a quitarte el encanto
Serás de  cenizas barriéndose mientras me estás hablando
Y haré muecas invisibles, escuchándote hastiado
Voy a buscarte en otro lugar y cuando te encuentre
Voy a subirte al pedestal y a adorarte
A besarte los pies y a reír a cada rato
Serás el nuevo fuego subiendo al solsticio
Mi día más largo

Y cuando me seas familiar...

lunes, 8 de febrero de 2016

Martín, el extranjero

Martín, el extranjero
(Por Emilio Nicolás)




Martín, el extranjero, no está nunca. Martín para no pensar, se ocupa. Martín hace un espacio en su cajón repleto y se rasca la nuca. Martín lee mis retos y ni siquiera se inmuta.
Martín saluda y sale corriendo. Martín, el extranjero, no lo dice. Pero tiene miedo. Martín no quiere hacerlo, pero lo hace y lo diagrama. Por completo. Martín, el extranjero organiza sus cosas, encuentra un espacio de aire en su cajón y se rasca la nuca. Martín es tan incierto.
Martín saluda y sale corriendo, lo voy a buscar y vuelve sonriendo. Martín es imprevisible, porque es Martín el extranjero. Podría estar en cualquier sitio donde huela siempre distinto, el salvaje viento. Martín podría estar en cualquier parte, menos adentro.
Martín está sentado en la vereda, mientras el mar de autos avanza, indómito. Martín está acá, frente a mí, y nos separa un océano. Pero en su cabeza Martín, el extranjero, ya está inventándose en otra parte, o en otras, donde sea menos adentro.
Y como cuando Martín habla de saltar al vacío yo también lo intento y cruzo la calle frunciendo el ceño. Tuerzo la boca, lo veo -y me enternezco-,  metido en sí mismo. No parece saberlo. 
Martín el extranjero es tan inquieto, que jamás sabrá que lo que busca está... no importa, ya no soy quien para exhalar un lamento.
Martín es el extranjero, yo no, yo podría estar tendiendo mis sábanas o preparando el almuerzo, pero estoy saludándolo y me sonríe y caminamos sin rumbo, como si yo estuviera siguiéndolo.
Martín es un niño con voz de tipo serio, Martín me habla de planes y planes y dice que no es un hombre de palabra, mas yo lo miro y pienso: ¿de verdad, señor viajero del tiempo? Martín podría enseñarme tantas cosas, pero ¡Cierto! es el extranjero. Martín podría aprender de mí pero está muy ocupado, se está moviendo.
Martín y yo bajo un cableado de luces chinas ¿o son japonesas? debería preguntarle, ya que Martín es el extranjero. Martín está tan lleno de dudas, que me las pone encima y me las sirve en bandeja. Y ahí van, con una cerveza, yo tomo lo más pequeño, para disfrutar mientras puedo, y Martín mira al cielo, a las nubes moverse con el inesperado viento.
Y una ráfaga, de pronto azota todas las luces que bailan encima nuestro. Martín pregunta la hora y se acuerda: es el extranjero. Martín toma el tren y se preocupa por mí, no tiene idea de lo que significa la noche. Martín me pide que me porte bien, y se disuelve al instante. Martín no volvió a aparecer, es el extranjero. Y yo, arraigado, sobre el marco del umbral de mis aposentos, miro hacia adentro el espejo que me sonríe y digo: ¡Ay, Martín! ¿Para qué voy a llamarte? ahora no es momento.






viernes, 29 de enero de 2016

De tu dolor de muela




De tu dolor de muela
(Por Emilio Nicolás)




Me acordé de cuando me acompañabas
y yo renegaba
Me acordé de tu dolor de muela
la madrugada
Dos simpáticas señoras
nos acompañaban
Yo reía
vos llorabas
La calle estaba tan
tan empinada
y el suelo hecho de piedras
y las escalinatas
Y el pequeño teatro que 
se desnudó ante
tu tonta
tonta mirada
Ay, de tu dolor de muela
en tierras extrañas
Buscábamos, los dos, en la oscuridad
lejos de casa
una mísera
farmacia
Ay, del mío
acá
muy solo
sin haber dormido
nada



Ícaro - Parte II




Ícaro - Parte II
(por Emilio Nicolás)





Y sobre una silla que se mece sobre el risco de la isla que acabo de fundar con mi nombre los ojos de las arpías se posan subiendo y bajando como las olas que Casandra les prepararía
Pero mientras nadie ha de creerle como a mí, yo tampoco me creía, ellas se siguen meciendo, cantando y esperando al momento final. Yo sigo yendo para adelante y para atrás, para adelante y para atrás.

Papá le había dicho que no subiese más, tan hermoso es el sol y tan en el fondo del mar la estatuilla de mi hermano que nunca pude tomar, lo imagino erguido, con el pecho inflado aunque ya no le sirviera más, con la luz en los ojos, una luz que solo conocen los tritones al pasar.

Tonto, mirando hacia abajo grito en un susurro que ni siquiera yo puedo escuchar, pues las arpías siguen cantando, obstinadas como ellas, nomás. Tonto, que tanto querías tenerlo todo y mirate ahora, porque nadie más te puede mirar. Tan inmenso, tan inmenso es el mar.

Papá le había dicho que no subiese ¿Le dijo algo más? No lo puedo recordar, solo recuerdo que hacia arriba no debo mirar, entre los picos afilados y el fuego abrasador no tengo más que hacer que volar. Sujeto mis plumas y trato de recordar ¿Había algo más? Me levanto de la silla y las abro de par en par. Ahora ellas me siguen con la mirada y dan vueltas a mi alrededor, acariciando con sus patas la espuma del amor en su forma más pura, más leal.

No puedo evitar mirar hacia abajo, cómo sus garras parecen pies caminando sobre el mar y toda la cubierta azul parece un espejo desde el que me puedo contemplar aleteando bajo el aire de libertad. La espuma se hace burbujas, una revienta en mi mejilla y la besa al reventar. La sangre hace cosquillas y hierve al brotar, yo quiero estar ahí, yo quiero hundirme en el amor y lo hago, me hundo con ellas, con todas y cada una de las arpías, agarrándome de cada extremidad.

Ah, papá le había dicho que no subiese más, y que no bajase tampoco, pero el amor es tan suave y tan pegajoso que... ya no puedo respirar...