sábado, 13 de abril de 2013

Solamente yo






Solamente yo
(por Emilio Nicolás)



Este sitio parece estar hecho para ancianos. Por ancianos y para ancianos. Por donde veo hay sacos grises, anteojos y cabelleras blancas. El sitio huele anaranjado, medio marrón, o al menos eso siento. Juego con uno de mis dedos alrededor del vaso de jugo, doy vuelta el borde, formo un círculo, dos, tres. Todo parece prepararlo a uno para morir, para morir plácidamente en lo que sería una suerte de siesta larga. Una que no termina nunca. La música, los movimientos de sus brazos, la cámara lenta todo, todo, todo el tiempo.

Hace pocas horas me estaba quejando del dolor de espaldas y ahora comienzo a sentir nada. Pasé tantas horas en la cama, por culpa de ese medicamento tan fuerte que me convierte en una hoja frágil, arrastrada por el viento. Tuve el valor de dejar esas frazadas que tanto me gustan, las que dibujan grandes plantas que parecen querer tragarme.

Tengo la vista nublada. Cincuenta y dos círculos, cincuenta y tres. No tengo idea de si es mi cabeza la que se está moviendo. El vaso se disuelve y se funde con la madera de la mesa. Mi dedo se cae dentro del líquido y forma con él un color nuevo, raro. Sacudo la cabeza. Todo vuelve a su lugar. El mozo me trajo la cuenta.

Los ventanales de la confitería parecen peceras gigantes de agua turbia, y las personas abrigadísimas dan vueltas en el mismo lugar tantas veces como doy vueltas con el dedo sobre el borde del vaso. Dirijo las pupilas a sus mejillas, que se enrojecieron. Sus ojos se convirtieron en dos pequeñas líneas, intentando mirar más allá de los empujones contra el cuerpo, contra el cuerpo entero. Tengo que salir al viento, y no creo poder sujetarme de algo.

Acá adentro hasta la pantalla del celular parece hacer juego con el escenario. Los botones también se ponen del mismo color, naranja, cuando levanto la tapa.  La foto de él y yo juntos. La lista en la agenda debe tener unas dos o tres personas por cada letra del alfabeto. Ninguna de ellas me importa ahora.

Porque ahora estoy saliendo, muy despacio, muy desganado. Hoy no tengo amor, o creo que hoy no lo necesito, lo tengo lejos físicamente y creo que de todos los demás modos existentes. Mi mente de pronto, vaya uno a saber si por el efecto de las drogas o conducida por la melancolía misma, se fue. De pronto se fue. Ni siquiera yo sé dónde está.

Camino, como si tuviera algún sitio a dónde parar. Lo tengo en realidad, pero no lo recuerdo. Las coordenadas están en mi cabeza, que allá va, hacia arriba, con el viento. 

No, hoy no necesito al amor, no necesito a nadie, a absolutamente nadie.

Las manos se congelan inmediatamente. Las dejo reposar dentro de los bolsillos, cada uno lleno de pequeños, maltrechos y arrugados papeles inservibles, pero que de algún modo conservo ahí, conmigo. 

¿Por qué los conservo? A fin de cuentas hoy nada es mío.

¿O por siempre?

Los pequeños papelitos vuelan, libres, escapando de su cruel captor que ni cuenta llevaba de los días, o meses o años que permanecieron allí, cautivos. Los miro. Nada es mío. Nada es nunca mío.

Solamente yo.