domingo, 27 de octubre de 2019

El niño con el niño en brazos

El niño con el niño en brazos
(Por Emilio Nicolás)




Pensé que durante la luna llena salían los licántropos, pero ahora comienzo a dudar de su existencia. Y sostengo esto mientras subo, peldaño a peldaño y los oigo aullar a lo lejos, oigo sus garras sobre la piedra repiqueteando como la lluvia sobre el tejado. No. No creo ya en ellos aunque gritan a mis espaldas y babean sobre mi nuca. Y avanzo. Hacia el altar.

Una ninfa de aire sombrío levanta su brazo y acaricia mi mejilla con el revés de su mano. Me pregunta cómo alcancé a llegar justo a tiempo al altar de las pasiones ocultas y solo la miro a los ojos, para que encuentre la respuesta. Con una leve señal me indica que siga caminando y una ráfaga de fresco viento, pese a soplar contra mi cara, me da la sensación de que soy más que invitado.

¿Acaso existe un Dios que lo llama a uno a su destino, con pena? Ellos quieren su espectáculo ¡Y por supuesto que yo también! Pienso que quizás eso les irrite, porque la sangre sabría mejor si fuera derramada con profundo sufrimiento. Sin embargo pienso sonreír cuando haya llegado a la cima. Pienso reír como nunca.

Su silueta se divisa en lo alto, ¿O acaso soy yo quien la está dibujando, con mis propios deseos y su fuerza sobrenatural? Así como siempre dibujaba su mano. 

Su mano. 

¿O estaba escrito que estuviera allí, parado? El niño con el niño en brazos. Llorando. 

Yo sigo subiendo, peldaño a peldaño mientras lo recuerdo, después de tantos años. Ahí, en la puerta. Y yo, yendo a abrir. Temblando. 

Hoy mi vida es un desfiladero de rostros y heme aquí, por él, caminando. ¿Cómo lucirá ahora? ¿Estará más alto?

Su pequeño torso desnudo. Su aroma a manojo de jóvenes nervios, en mi corazón impregnado. Serpentean los cascabeles, cantando que el inexperto ahora tiene un niño en brazos. Su futuro se está borroneando. 

Y los licántropos ¡Los licántropos! Él era el más manso de ellos, pero también el más macabro. Sus piernas, cubiertas de vello, su rostro raspando. Me abrazó con malicia. Me dijo "Te amo". Sus ojos negros se clavaron. Tan profundo se clavaron como la daga aquella noche en la que huí desesperado.

Ahí está. El niño con el niño en brazos. 

Cuánto he llorado por tí, mi pequeño. Cuánto sigo llorando. Te has embriagado de lo que sea y te has puesto tu mejor máscara de pena, siempre mendigando. Y de entre las sombras renace mi amor por tí, como brazos implorando, siempre dejándote libre para verme abandonado. Los dioses lo saben y yo lo sé. Por eso hoy voy a reír cuando te encuentre al final, sobre la luna de llena. Repleta de licántropos.

Siento frío en la herida, que ahora está borboteando, la sangre del puñal que aquella noche me clavaste se sigue derramando. Corre por mis piernas -Su roce en envuelve y te pienso sobre mí, sobre ella, penetrando- y forma un sendero que voy pisando. 

Ah, mi niño. Aquella noche de antifaces. Yo fui el mejor disfrazado. Con mi más paternal sonrisa bailé tendido a tus brazos el baile más corto del mundo y me escapé del castillo para llorar después, de demonios rodeado. La lluvia caía sobre el tejado, repiqueteando. Como las uñas sobre la piedra. Como la piedra sobre mis brazos. 

Qué tonto eres, jamás te diste cuenta de lo que sucedía más allá de tus propias narices, pequeño niño con un niño en brazos.

Ahora estoy frente a vos y quisiera llorar ¡Pero me empeñé tanto en que veas lo que no soy, todos estos años! Que simplemente tomo al pequeño sonriendo, como lo prometí, y lo hago pedazos. Me como su corazón y me trago su cerebro mientras tengo mis ojos en los tuyos, clavados. Me mirás llorando, te contemplo bajo el velo de sangre que salpica y que me deja ciego y me seguís enfrentando, casi golpeándome con la mirada, casi abrazando.

Sos libre, pequeño, sos libre pero no de tí mismo, y por eso me voy otra vez, y ellos corren conmigo, los licántropos.

Ay, niño. Los dioses ríen ahora. Otra vez se están riendo. Otra vez soy burlado.
Ay, niño. Sería perfecto si no fuera por tí. Pero te tuve que haber encontrado.