sábado, 16 de febrero de 2013

Inky, que mordió una lapicera y la tinta se le esparció por la lengua





Inky, que mordió una lapicera y la tinta se le esparció por la lengua
(por Emilio Nicolás)



Universo
¿Conspiras en mi favor o en mi contra?
Cual sea la respuesta
es tan curioso

Te acercas por cualquiera de las esquinas
no importa por cuál
te acercas, nada más
y caes justo en el lugar, en el momento
donde no tenías que llegar

Y yo, que tímido me escondía
que te evadía
que en silencio te perseguía
no te supe a mis espaldas
atenta
con la boca abierta
manchándome de tinta
azulándome, por completo
entristeciéndome
me siento solo
me vuelvo lento
me devoras, entero
me encojo, más y más
me hago pequeño
y ahí vas, universo
y ahí voy
adentro




Blinky, que de tanta rabia que tenía, explotó a fuego lento


Blinky, que de tanta rabia que tenía, explotó a fuego lento
(por Emilio Nicolás)



Siempre me gustó callarme todo
desde que me moleste que nunca me llames
hasta el vellito que asomaba de tu nariz
que me ponía nervioso
Siempre me gustó callarme todo

Como las muchas bolitas que recogía en el camino
mientras tú las aprovechabas
las saboreabas
te las comías
yo las ponía en mis bolsillos
llenándolos lo más que podía

Y lo mismo hacía con las piedras
en el río, aquel día
Mientras tú nadabas sordo o pretendías hacerlo
yo elegía las más lindas
y de tanto que las metía
de pronto, si intentaba nadar
me hundía

Pero me dijiste que era malo, aquello
que hablara cuando tuviera que hablar
que me lo agradecerías
Pensé, no creo que quieras
pero te hice caso y quité las piedras
y dejé que mi sangre fluya
roja, como tus letras

Ah, debió haberse tapado de nuevo
porque de tanta ira que tenías
cada vez que abría mi boca
me mordías y sonrojabas
y terminaba por no entender nada

y me callé de nuevo
y una vez y otra
y de sonrojarme pasé a volverme grande
hinchado, contenido
y ahi te ves, víctima de nuevo
donde te gusta estar, niño
y yo te vomito
toda mi sangre
todo mi río




Pinky, que se subió al auto de un extraño y le pidió que vaya a máxima velocidad



Pinky, que se subió al auto de un extraño y le pidió que vaya a máxima velocidad
(por Emilio Nicolás)




Por la noche todo es negro
todo es silencio
todo es mío
La carretera es solo una línea fina
rodeada por pequeñas esferas
rosadas
sonrío

Porque te quito de mi mente, un segundo
para poner en práctica la admiración
a esos escapes que hacías
cuando entraba en escena mi delirio

No está tan mal
jugar al niño inocente
que vive un sueño
y después bebe olvido

Esa rodilla no es tu rodilla
pero es de un cuerpo al fin y al cabo
y esta noche es mío





Clyde, que se envió en un cohete directo al sol, y se desvió



Clyde, que se envió en un cohete directo al sol, y se desvió
(por Emilio Nicolás)




Estoy en casa, de nuevo
Todavía no amanece
pero quiero esperar al momento

Camino pero
estoy mareado
estoy perdido

La mesa baila conmigo
los gatos están nadando
el televisor quiere salirse
y llevarme consigo

más si me quedaba solo
en la ruta
en el olvido
¿Qué más da?
Ya no estás conmigo
cualquier lugar es mío
cualquier lugar es un lecho
para mi delirio

Te busco
como esa vez
que te busqué dormido
estando tú en tu casa
y yo en mi idilio

Qué tonto fui
qué tonto soy
soy humano, también
¿De qué te culpo entonces?
Tardo un poco en reaccionar
tardo bastante, en realidad
Ahí viene el sol
amarillo
amarillo
amarillo

Qué lento me  vuelvo
qué despacio me acuesto
la cama no llega nunca
¿Quién soy si no sos conmigo?
¿Dónde estás?
¿Dónde te encuentro?





miércoles, 13 de febrero de 2013

La criatura y el cazador





La criatura y el cazador
(por Emilio Nicolás)





Alguna vez me importó que mi cuerpo se pusiera pegajoso con el calor y la humedad. En realidad, más que alguna vez, casi todas.

No esta vez.

Aún si... en alguna otra circunstancia las paletas del ventilador, balanceándose en el último esfuerzo por hacer algo de sí mismas, pudieron haberme deprimido hasta negarme por completo. Pero ahora lo hallo hasta poético.

Cierro los ojos.

Te movés. Me muevo. Me muevo porque te movés, porque me llevás con vos, tal como siempre quise, durante años. 

Imagino tus gruesas piernas como las raíces de un árbol ubicado en el centro de un bosque, bien alejado del resto de la flacucha arboleda. Raíces que se desprenden de la tierra y se arquean hacia el cielo como tentáculos gruesos.

Suspirás.

Y presiono mis dedos, bien separados, que peinan hacia todas las direcciones los pequeños vellos negros, plantados sobre el suelo árido y pálido de tu cuerpo. Te volvés a mover y me levantás un poco hacia arriba, más cerca de las paletas ondulantes, agonizantes.

Mi criatura. Decís.

Y si me coloco sobre el mismo límite donde se paran tus ambiciones intelectuales, no está mal que lo digas. Tantos centímetros nos separan. De alto, de ancho. Me siento un pequeño barquito a la deriva sobre las olas, que se mueven, que se ondulan, que se arquean. Que me llevan.

Gemís. 

Y volteo para verte, tal como siempre quise verte. Regado de gotas de sudor por cada recoveco de tu cuerpo, volviéndote brillante, entero, único, en el máximo de tus capacidades.

Claro que es el único plano en que podría demandar todo tu potencial. Con los ojos cerrados y la energía toda puesta en mí. 

Suspiro.
Volteás tu cabeza de modo que si abrieras los ojos, de seguro verías todo patas para arriba. La mesita de luz estaría pendiendo del techo y esas paletas nos esperarían abajo, con la intención de desgarrarnos a pedazos. En vano. 

El desequilibro te obliga a usar tus manos. Movés tus brazos macizos hacia ambos costados míos. Presionás con tus manos sobre mi vientre. Quema. Volvés a gemir y esta vez hacés un esfuerzo mayor.

Me elevás más.

Y aunque duele me siento más cerca de donde siempre quise estar. En la cumbre de tus rodillas, en lo más alto, en el punto crucial de todo lo que tu cuerpo es capaz de dar. Volteo hacia tu torso y es un campo extenso y vacío sobre el que seguramente después me voy a tirar a dormir, acariciado por cada uno de tus vellos y refrescado con tus gotas de sudor. Comienzo a dudar.

El silencio nos llena a ambos.

Y se corta de a ratos, por leves letras sin palabras, sin nada más que decir, sin nada más que aportar. Sollozos inertes. Me quejo con más ganas, para evitar que el vórtice mudo nos arrastre consigo. Te animás y me explorás con más dinamismo. Con más violencia.

El cielo se pone negro.

Y en la habitación ya estábamos a oscuras desde hacía un buen rato. Mi cabello ya estaba completamente empapado. Mis mejillas rojas, extasiadas. Agaché la cabeza y varias gotas tibias se arrojaron por el vacío hacia tu entrepierna derecha. Y se arrastraron sin ganas.

Sentí el ardor de tus manos grandes.

Y sentí el momento cúlmine. Breve, instantáneo, insignificante.

Exhalaste todo el aire del universo.

Que se expandió por toda la habitación y refrescó el ambiente entero. Suspiré una vez más. Pasé mi muñeca por la frente. Me la sequé como pude, agarrando una porción de tus sábanas, el que tengo a mi alcance. Una mancha azulada quedó impregnada.

Con un corto quejido y un sobreesfuerzo por levantarme, sujetándome de tus rodillas temblando, me desprendo de tu cuerpo.

Te quedás en silencio. Recojo mi remera negra.

Tanto esperamos. Decís.

Ahá. Contesto.

En cuestión de segundos estoy del otro lado.
Y de pronto los años que desperdicié con vos, se fueron en un instante. No siento nada. Todo fue en vano.

Tendré que buscar otra criatura. Dijo la criatura, mientras levantaba la cabeza, para saludar a todo el que se le cruzara.

Y siguió caminando.











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jueves, 7 de febrero de 2013

A veces no te entiendo





A veces no te entiendo
(por Emilio Nicolás)





I


Estoy en el mejor capítulo. Mis ojos siguen las líneas, las letras, las palabras las oraciones los párrafos.
Mis ojos persiguen todo, y se apresuran, porque el reloj apunta y vuelve a apuntar y apunta de nuevo.
Doy vuelta la página, y sé que es el momento, quiero seguir leyendo pero...

Cierro la tapa del libro, dura, azulada. Paso los dedos. Corro la silla hacia atrás, no me importa que rechine.
Me levanto y le doy la cara al ventanal. Afuera el sol me está viendo. Y yo lo espío entre cortinas.
Cuando falta un minuto para que falten diez minutos para el redondo momento. Yo te busco, como todos los días, ese mismo momento.

Se paraliza mi mundo, se detienen mis sueños, como duendes que saltaban entre los pasillos de mi casa y ahora se quedan inmóviles, mirándome, contemplando cómo centro toda mi magia en ese preciso momento.
Estoy ahí, hablando con vos, nada más puedo ver, nada más quiero oír. Los espíritus giran sus cabezas hacia mí y todo se queda en silencio. No intentan llamar mi atención, pues desperdiciarían toda la energía del universo.

Y sonrío.
Y te cuento.
Y te escucho.
Y vuelvo a sonreír.
Y ahora no.
Y te hablo.
Y ahora no.

Y de pronto me preguntás...
Si me interesa charlar con vos, de lo que sea, de cualquier evento.

Me quedo en silencio.

El libro se enoja. El sol golpea el vidrio del ventanal, rabioso. Los duendes, impacientes, esperan a que cuelgue el teléfono.
Mi mundo entero está esperándome a que vuelva a zambullirme en él.

¿Y me preguntás si me interesa charlar con vos?

Me quedo en silencio

Y te dejo entender lo que quieras, ahora no tengo fuerzas para explicar que tengo a mi alrededor a mil seres clamando mi espíritu, sacudiendo la coraza que es mi cuerpo.


Me estremezco. 


II


Pobre del astro, que cansado de llamarme, se fue a dormir y dejó la casa en silencio.
La oscuridad se hizo dueña de cada uno de mis recovecos, y se quedó bailando toda la noche, mientras yo miraba al negro techo.

¡Qué inquietos, los gatos! que por quererme despierto, egoístas, corren de un lado a otro, haciendo caer ceniceros.
Uno tras otro, crash, pum, revientan y hacen llover espinas de porcelana que, después de volar, me esperan en el suelo.
Yo caigo rendido, después de tanto pensar que no debería pensarte, no así, no tan dormido en tu mundo, donde yo no cuento.

Inconciente, mi universo se abre, y convierte los muros de mi casa en un proyector de lo que sueño. Tengo los ojos cerrados y perdí el conocimiento. No puedo ver lo que hay en aquella ilusión de movimiento, pero los gatos me contaron… que tu rostro apareció en muchas formas, moviéndose por todas las habitaciones de mi oscura casa, todas con luz propia, todas en movimiento.

Estabas riéndote en la cocina, estabas triste en el baño, me esperabas parado en ropa interior en la puerta de tu casa en la sala de estar de la mía y dormías a mi lado en mi habitación, justo dibujado en la pared junto a la que siempre quiero acomodarme, donde sudando, daba vueltas y suspiraba en silencio. Dejando a mi alma escapar y volver con cada bocanada de aire entrando y saliendo.

Desperté, pero no del todo, y te busqué, te busqué por todas las camas de la casa. Caminé descalzo, me clavé las espinas en los pies y te seguí buscando, algo rengo, pero te seguí buscando. Quería ver tu silueta tapada por las frazadas, tu silueta tan serena, durmiendo, moviéndose como si bailase fogosa en el propio averno. 

Caí en la cuenta de que estaba en mi casa, de que estaba solo, y de que vos estarías igual que yo, en algún otro lugar, en el mismo momento.

Volví a dormir y así sucedió durante horas, hasta que al otro día, leyendo el mismo libro, volví a cerrarlo a la misma hora, y volví a tu encuentro.


Y me preguntás si pienso en vos.

Me preguntas si pienso en vos.

Me quedo en silencio.


A veces no te entiendo.