martes, 30 de noviembre de 2010

Karotte




Karotte
(por Emilio Nicolás)





Llegó un momento en que no distinguía si la negrura a su alrededor era el cuarto mismo o si sus ojos se habían cerrado en realidad.

- Karotte... - dijo de golpe, asustado. Se aseguró de abrir los ojos en el momento, aunque no se notase la diferencia.
- Rosig... - le contestó el otro desde quién sabe dónde, pues no se podía ver nada.
- ¿Estás despierto? - Le dijo con temor a ser el último sonido que sus pequeños oídos escuchasen en toda su corta vida.
- ... sí -contestó el otro, algo fastidioso.

Efectivamente sus ojos habían estado cerrados, si esforzaba un poco la vista podía divisar el contorno de aquella figura de madera con la forma de un gato que reposaba junto a la ventana, la cual tenía las persianas muy levemente abiertas.
Sabía que si se levantaba a corroborar que estaba despierto probablemente alguna de las criaturas de la noche aparecería desde las tinieblas para llevárselo quién sabe a dónde. La consigna era fácil, pero a la vez tan difícil de sostener. Debía permanecer quieto hasta que el sueño lo venciese. ¿Pero qué sucedía si lo vencía definitivamente? ¿Y si jamás volviese a despertar?

- Karotte ... ¿tienes sueño? - le dijo sin dejar de mirar el contorno de aquel gato cuya sonrisa brillante parecía dirigirse hacia él, burlona.
- Sí tengo - se escuchó.

Tenía miedo de confesar su miedo, tenía pavor de que Karotte se enterase de lo que son capaces las criaturas de la noche si uno se atreve a desafiarlas poniendo un pie afuera de la cama. Tenía la certeza de que él ignoraba tal peligro y sabía firmemente que si le contaba, su reacción sería tan escandalosa que los llevaría a los dos a una muerte segura. Si se agudizaba el oído concentrándose bien, podían oírse los gruñidos que provenían de abajo de las camas, de adentro de los armarios e incluso desde el jardín trasero donde aguardaban a cualquier ser humano digno de salir de su casa en plena madrugada.
¿Pero cómo salvarlo de una muerte segura y espantosa? Tampoco era pertinente cerrar los ojos. Por ahí, cerca del centro donde se reúnen todos los mercaderes, había escuchado que últimamente muchos pueblerinos jamás regresaban del sueño, y no había quien pudiese conseguir que abran de nuevo sus ojos a la luz. Una lágrima corrió de su pequeño rostro ingenuo, pero manteniéndose firme y fingiendo no tener preocupaciones volvió a romper el silencio.

- ¿Qué harás mañana, Karotte? - le dijo con la esperanza de escuchar algo convincente que lo alivie de la incertidumbre.
- Dormir... - le dijo el otro, casi sin voz.
- Karotte, ¿Por qué dices eso? - dijo el pequeño entre lágrimas que lo ahogaban y lo hundían cada vez más en la condena que tanto temía.
- Porque no me dejas dormir ahora, Rosig - dijo el otro, saliéndose con cada palabra un poco más del mundo de los sueños.

Permaneció en silencio. Miró el techo, que se veía algo negro, algo azulado. Quizás la luz del día estaba asomando ¿Qué hora sería? Pensó que quizás si movía levemente su cabeza las criaturas no se darían cuenta y se giró en torno a Karotte.
Podía ver, como ocurría con la figura del gato, el contorno de su cuerpo alumbrado por una luz algo azulada, algo violeta, dibujando la curva de su nariz pequeña que bajaba y volcaba en sus labios algo rellenos y entreabiertos. El mentón se movía muy despacio, si se concentraba fijamente la mirada y el pecho desnudo subía y bajaba con un ritmo casi imperceptible. Tenía los ojos cerrados y las sábanas lo cubrían desde el ombligo hacia abajo. Sintió deseos de deslizarse hacia él y sostenerlo pero la parálisis podía más.

- Karotte... - volvió a decir.
- Sí...
- ¿Recuerdas cuando nos conocimos? - le dijo, sonriendo en la oscuridad.
- Sí, Rosig... - le respondió aquel, ya casi entregado al mundo de los sueños, pero por alguna razón dejando un poco de sí mismo en la lucidez. El pequeño ignoraba el esfuerzo de este.
- ¿Aún quieres cuidar de mí, Karotte?
- Sí...
- ¿Mañana qué haremos?
- Ehm...

Se hizo silencio entre los dos. La respuesta jamás llegó. ¿Qué tal si lo perdía? ¿Qué tal si no volviese a verlo? El aire se ponía denso y su cuerpo más y más pesado. No sabía qué preguntar ahora para mantenerlo con él. No quería quedarse solo.

- Karotte...
- Sí...
- Dime, ¿Qué haremos?
- ...

Bostezó en silencio.

- Karotte ¿Recuerdas cuando me perdí en el bosque?
- Sí...
- ¿Cómo supiste que estaba bajo ese, ese preciso árbol entre los miles de árboles que había?
Se debilitaba a medida que mencionaba cada palabra.
- Tú sabes...
- No sé...

Sus respuestas eran cortas. No estaba seguro Rosig. Tenía ganas de llorar pero en lugar de amanecer pareciera que la noche se encerrase aún más en ambos. Temió perderlo. Era un temor inútil e infundado, pero lo tenía. Lo sentía respirar a su lado, cada vez más débil y lejos. Se iba. Pronto dejaría de contestar. Pronto no estaría más.

- Karotte...
- ...
- Karot...

Él también se estaba yendo, no quería pero se estaba yendo. De a poco lo único que seguía haciendo era respirar despacio, cada vez más despacio. Se preguntó a dónde iría y si Karotte estaría con él a donde fuese.
Su cuerpo sucumbía en el silencio, en la oscuridad y en la soledad aunque bien supiese que no estaba solo. El sueño lo envolvía con sus brazos ni cálidos ni fríos. Sintió un cosquilleo en su mano derecha. Muy, muy despacio, acariciándolo apenas, los dedos de Karotte abrían camino entre los suyos hasta abarcar espacio y cerrarse levemente. Rosig sonrió.





-





-

lunes, 22 de noviembre de 2010

Frágil





Frágil
(por Emilio Nicolás)





Lo último que se escuchó habrá sido el sonido de sus propias espaldas golpeando el suelo de piedra de aquella plaza abandonada. Se habrá escuchado con los oídos zumbando y con el ambiente distorsionado. Quizás sus ojos estaban abiertos, mirándome a mí con los míos cerrados. No lo sé. Retiré de un tirón hacia arriba lo único que nos unía y lo escuché caer. No me atreví a mirar de nuevo. Si tenía que darme un golpe lo sentiría, si tenía que empujarme también lo haría, si tenía que maldecirme antes de partir pues recibiría encantado su descargo, pero con los ojos cerrados.

Nada sucedió.

Se oyó el revoloteo de un grupo de aves, quizás temerosas de ser testigos de aquella atrocidad, que se alejaba velozmente y se debilitaba en pocos segundos. De haber tenido el oído más agudo seguramente sus latidos se hubiesen acoplado a ese sonido que veloz y gradualmente se apagó. Bajé mis brazos y aflojé los dedos. Sin querer la punta tocó mi rodilla izquierda. Sentí la humedad. Me producía placer sentirla. Era la primera prueba de mi fechoría. Era el comprobante de que todo estaba hecho. Pero necesitaba más. Tenía ganas de sonreír, de reír un buen rato. Abrí los ojos y ahí estaba el desgraciado, ahora una inútil estatua. Había muerto mirándome fijo. No me asustaron sus ojos fijos a mi rostro, de hecho sonreí como si aún estuviese presente en cuerpo y alma. Lo miré desafiante y me puse serio al instante. Serio pero amenazante, me paré sin dejar de mirarlo y me sostuve de su carnosa entrepierna para hacer equilibro.
Pasé una mano por mi flequillo y miré a mi alrededor. Nadie había. Y supe que nadie lloraría su muerte, eso me dejaba en paz conmigo mismo. Ya no volvería a perseguirme, no volvería a ver su pesado cuerpo pisando mis talones ni lo sentiría empujar sobre mí con esa fuerza que lo caracterizaba. Caminé hacia casa. Debía acostarme temprano, pues unos amigos me esperaban al día siguiente para pasar el día juntos.

La calle estaba tan abandonada y el aire... ¡Ah! el aire era lo mejor, acababa de llover así que no hace falta describirlo, el lector bien sabrá cómo es el aire después que llueve. Besaba fríamente cada centímetro de mi cuerpo y me conducía despacio con cada paso por mi camino. La brisa por momentos me acariciaba el cabello. Pensé que me detendría o que miraría hacia atrás para verlo durmiendo sobre el suelo de piedra, pero reconozco que en varias ocasiones había olvidado de dónde venía. Alcanzaba con ver la mancha turbia en mi rodilla para recordar que acababa de terminar con él. Pero era evidente, había vuelto el tiempo atrás, a cuando no lo conocía, a cuando él y yo éramos completos anónimos. Nada sucedió en mi universo. El momento se borró.

Jamás alguien dudó de mí, pues no había registros de mí en su vida, su contacto conmigo siempre fue clandestino y su soledad en la vida lo convertía en un muerto viviente que alguien tenía que desterrar de donde no merecía estar. Me sentí un elegido, un enviado para cumplir con una misión: Semejante bestia no podía vivir.

Pensé, ahora aquel joven que tantos halagos me venía dedicando hacía meses tendría el camino libre hacia mí y no correría peligro alguno. Todo sería perfecto. Sonreí y las estrellas empalideciéndose con la mortecina luz del día asomando sonrieron conmigo. Di unos cuantos pasos más con seguridad cuando una ráfaga me enfrentó de frente. Me quedé paralizado en medio de la calle como si un mensajero hubiese atravesado el universo entero para recordar mi esencia. Yo no era ningún héroe.

Tampoco fui ni soy ningún fuerte, al contrario. Él jamás sería capaz de venir hacia mí ahora que el otro había muerto. De alguna u otra forma encontraría la manera de dañarme y tendría la misma suerte. Una mentira piadosa, un olvido, una mirada seductora y fugaz hacia otro, quizás una marca de egoismo, o de soberbia ¡Quién sabe! Ni él ni nadie saben de dónde vengo ni a dónde voy. Yo no soy como todos estos que caminan por las mismas calles que yo, que van para adelante o van para atrás, creyéndose tan conformes y tapándose los oídos a las mentiras que bailan como niños en círculo a su alrededor. Soy frágil. soy horrendamente frágil.

Me tomé por los codos y caminé seguro e iracundo. Todo a mi alrededor era el enemigo, todo merecía ser desgarrado hasta desangrarse. Soy frágil, nadie ha cuidado de mí y nadie se ha propuesto hacerlo. Ya se habló alguna vez en este planeta de la desesperación y el terror a la soledad que anida en cada uno que los obliga a tantear por todos lados sin importar lo que agarren con tal de tener algo en las manos. Todos y cada uno me duelen y no puedo más que caminar mirando hacia abajo. Soy frágil, soy de papel. Para cuidar de mí hace falta un entrenamiento especial en la honestidad y en la cortesía, en la pureza misma de un alma desnuda que no pretende disfrazarse a los demás.

Imágenes, todos viven de imágenes. Pues les diré lo que hago yo: Yo me elevo sobre mi propio cuerpo durmiendo sobre el viento y cerrando los ojos para no mirar. Lo único que siento es el sonido del viento, despeinando mis cabellos y entrando a mis pulmones hasta llenarlos. Yo salgo por las calles y no soy uno más. Soy enemigo de las raíces y no de lo superficial. Y es por eso que tanto temo, porque he de mirar lo que nadie se dispone a buscar. Temo al temor mismo y doy vueltas sobre mi eje en cualquier sitio hasta caer sobre mis rodillas y esperar. Sé que hay alguien más. Sé que alguno me cuidará de esta masa negra que me obliga a presionar el filo hasta sentir que yo mismo comienzo a desangrar. Entonces calmo mi mano, calmo mis nervios y vuelvo a casa alerta y consciente. Puedo cuidar de mí mismo, pero ¿a quién quiero engañar? Soy tan fragil que si pronto no aparece la excepción al universo me terminaré por congelar.





-


-

lunes, 15 de noviembre de 2010

Y quisiera conocerte



Y quisiera conocerte
(por Emilio Nicolás)




Y quisiera conocerte, aunque te rías
aunque tu cuerpo tome esa postura que tanto detesto
cuando llevas tus dedos índice y pulgar
a tus cejas y suspiras e irónicamente te ríes y me miras
¿Qué harás conmigo? Pensarás
y yo, con las manos juntas donde mi espalda comienza a levantarse
Nunca aprendí a crecer en muchos aspectos, pero en otros me siento volar por encima
de tantas cabezas...

Y es que quisiera conocerte, aunque te rías
porque hayan pasado ¿Cuántos años? Desde que te vi por primera vez perdí la cuenta
Siempre fuiste un compañero, un aliado, un oído y un cuerpo sudando
El mar envidiaría nuestras olas en tus sábanas color frambuesa
y miles de idiotas abrirían sus bocas al vernos besando nuestros cansados cuerpos a mitad del escenario
¿Qué nos importaba? Somos jóvenes y estamos sanos
(quiero decir, al menos tenemos pies y manos)

Y creí que volaba contigo pero aún cuando mis labios permanecían así,
quietos pegados a los tuyos un buen rato
jamás te sentí al lado, ni atrás ni adelante ni en ningún costado
Es que mi cuerpo ha soltado mi alma y aquella siempre está viajando
Incluso se aleja y no me avisa dónde se ha ido
y es por eso que me miras con los ojos entrecerrados y sonriendo, tan enamorado
y yo reacciono como niño que recién se ha despertado
como quien olvida qué día es, o qué hora o en dónde está parado

Quisiera conocerte, de veras
Pero siquiera me he encontrado





-




-


viernes, 5 de noviembre de 2010

Pareces olvidar de dónde vengo





Pareces olvidar de dónde vengo
(por Emilio Nicolás)



Pero ¡Ah! Pareces olvidar de dónde vengo. La primera vez que me viste, a tus palabras era un niño que se rehusaba a crecer, era una cabeza mucho más abajo de donde estaban todas las de esa enorme multitud mientras se llevaba a cabo el festival en el pueblo. Supongo que como habías subido a la terraza para ver a las odaliscas desde un mejor panorama fuiste el único que me vio en aquella calurosa tarde en el desértico pueblo de suelo de piedra al norte de Asyü. Debo confesar que no noté tu presencia, pues estaba muy distraído esquivando los sudados muros blancos que se movían a mi alrededor, cerrándose a veces sobre mí.
Aún así, difícil era que en aquel momento imagines mi destreza para arrastrarme cual serpiente de escamas violetas, brillando al sol cada vez que me aproximaba a esos puntos luminosos entre las sombras sobre la tierra arenosa. Levantando el polvo me escabullí para salir de la muchedumbre y buscar refugio en la soledad de algún callejón desolado. Pero me viste y olvidaste los movimientos ondulantes y encantadores de aquellas sirenas de dos piernas y de piel reseca. No comprendo por qué, no comprendo por qué según tus palabras bajaste a toda prisa pisando fuerte con tus pies descalzos las escaleras de mármol para levantar polvo con fuerza al arribar al suelo y correr a mi presencia. Atrás quedaron los hechizos femeninos sobre los que bien te habían instruido. Tu piel quemada y tus ojos de agua supieron encontrar el camino a mi guarida, a mi nido y caer presa de mi hambruna. Hubiese preferido otra de tantas víctimas, fácilmente accesible en el cuerpo andrajoso de cualquiera de aquellos peones inútiles, aplaudiendo, silbando y gritando incoherencias a las pobres damas, víctimas de su bestialidad carente de alma alguna.
En tu serenidad estaba mi paz. En tu silencio totalmente necesario y en tus ojos clavados en los míos estaba mi escape, mi oportunidad. Y no pude resistir el ardor de tus aguas posándose sobre mi piel caliente y aparté la mirada y me tomé de mis rodillas mientras mi espalda bajaba con mi cuerpo entero, arrastrándose contra el paredón. Debiste alertarte, debiste suponer aquella señal y volver al sitio de dónde venías. ¿No te diste cuenta acaso? Pareces olvidar de dónde vengo y aún así te entiendo. Me miras como si ahora tú estuvieses en mi cuerpo y yo fuese un cerdo, un envase vacío pues te equivocas, yo vengo del mismísimo infierno y no cualquiera puede cruzar las puertas sin tener algo de cerebro. Allí donde Cerberos guarda con recelo el candado que sella tu mundo con el nuestro, y donde Eurydice y Orfeo se abrazan estirándose y retorciéndose, intentando volver el tiempo. Claro que te equivocas, yo no soy como esos que aplauden y gritan a un espectáculo de carne y de huesos. Pero heme aquí, y lo reconozco, soy presa del miedo.

Me miras y sonríes levemente, tienes razón. Pero a mí me sobran varias aunque las desconozca. Es este instinto de viajero que me obliga a llorar en tus brazos, desconsolado, y clavar mis garras en tus espaldas y alimentarme de tu propia sangre para volver a mi encierro. No eres más que un objeto temporal, uno de mis tantos muñecos. Te tomaré para que escuches mis lamentos y me veas bailar al viento, mientras la tormenta sobre nuestras cabezas en el oscuro cielo forma círculos en el desierto y me ves girando y girando, formando un tornado que se lleva todo para adentro. Y me detengo y sigues allí, después de verlo todo destruido después de aquel acto violento, ¿Qué haces aún despierto? Hace tiempo que estoy dormido y cuando me tomo un recreo para contemplar este mundo, lleno de utopías y de desconsuelo no hago más que abrir los ojos y allí te encuentro. O has de estar muy aburrido o eso que ustedes llaman amor en tu alma encontró su sustento. Pero pareces olvidar de dónde vengo.

Te miro y me pregunto si eres capaz de ser la excepción de aquello que alguna vez di por hecho. Esa humanidad que tanto desprecio. Sé que abriré los ojos durante siete días y siete noches y no estarás allí, pero transcurrirán otros siete con sus lunas correspondientes y me sorprenderás, sentado en mi cama, sabiendo que te había estado esperando en secreto. Ay, pobre de tí, y pobre de mí, que me creo inmortal por haberme declarado acabado después de salir del infierno. No quiero pensar que has llegado para avisarme que en el fondo algo más espero. Quiero mostrarte lo peor de mí, para que huyas como todos lo hacen y no vuelvas a pisar en mis adentros. Sonríes y crees conocer el alma del niño que se esconde adentro de mí, muy adentro (y quizás esté en lo cierto) pero será mejor que huyas, pues pareces olvidar de dónde vengo.




-




-