viernes, 1 de enero de 2010

Desde que se fue

Desde que se fue
(por Emilio Nicolás)



Tantas veces había pensado y programado cientos, no, miles de palabras que me susurré a mí mismo una y otra vez dándoles forma, sentido, oraciones, párrafos, cuentos, novelas. Sea cual sea el resultado siempre duraba una milésima de segundo y volvían a desparramarse en la corriente. Se perdían por completo y entonces ahí estaba yo de nuevo, con la espalda en el marco de la puerta de algarrobo abierta, las manos juntas detrás de mí, una de mis piernas flexionada. La rodilla apuntando a los dibujos de la puerta, cuatro lirios tan perfectamente tallados. Y frente a mí la columna de piedra tan bien puesta, sosteniendo el hall hecho tan caprichosamente de cerámica. Y mi cabeza apoyada, mis pelos apenas fuera de lugar. Y él marchándose.

Pude cerrar la puerta y seguir con mi vida, pude cerrarla y sentarme frente a la computadora, ponerme los auriculares y buscar refugio en mi melomanía. Pude correr a darle agua a mis animales y mirarlos como la figura paterna que ahora... ahora tanto quería ser. Pude pero no pude, y me quedé contemplando el cielo abriéndose despacio, muy muy despacio, así como su figura se hacía cada vez más borrosa en el horizonte. Los autos pasaban, las calles se movían y él no, él sólo era un punto negro haciéndose cada vez más y más pequeño.

Dicen, o dijo, que iba en búsqueda de su felicidad, y la noche anterior cuando vi a esa reina que tanto tiempo me tuvo en brazos, con el pelo recogido, el cuerpo pequeño, y el rostro de soñadora que siente haber fracasado en todos sus intentos de amar... me pregunto por qué nunca vio la felicidad en esa pequeña mujer que a la vez tanta grandeza hizo brotar de sus manos ásperas de tanto lavar. La vi sentarse en el auto junto a mí y sonreí. Y entonces lo recordé a él. Dicen que fue en búsqueda de la felicidad, y ahora lo veo tan triste, que me pregunto cómo fue que no la encontró en esta pequeña reina con tanto por dar.

La princesa y yo somos sus ojos, somos sus columnas, como esas que sostuvieron el hall aquella mañana en la que se fue y jamás pude escribir algo sobre él hasta hoy. Y la princesa y yo sabemos encontrar en esa pequeña mujer las cosas más bellas y tiernas que él olvidó ver. Dicen que se fue en los brazos de una joven que le haga creer que es él joven también. Y yo siento que cometió el error más grande de su vida por caer en la lujuria tan cruel. Ahora lo veo más viejo, qué destino ta cruel.

Y ahora me siento e intento escribir sobre él, tengo miedo de caer en una maldición por invocar su presencia que cada vez se hace más venenosa. Y es que todos lo han relacionado con una especie de mala suerte o algo así, cada vez que aparece una desgracia ocurre, un celular se rompe, un foco de luz explota, una rata cruza la cocina. Y yo sin embargo veo a un hombre cansado, que intenta, intenta, y falla, y falla, y me pregunto por qué. ¿Qué es lo que le falta? Él me enseñó tantas cosas, me enseñó a mirar a mis enemigos a la cara y luego darles la espalda.
Y así lo hice cuando él mismo se convirtió en mi enemigo. Sin embargo tantas veces lo perdoné.

Me enseñó que todo tiene solución salvo la muerte. Y ahora lo veo envuelto de negro intentando acariciar mi mejilla a través de la distancia. Y me asomo al balcón y extiendo mi cuerpo, y él extiende su mano, y llega, pero al segundo se marcha.

Y me pregunto por qué.

Tantos años pasó a mi lado, tantas veces eran las doce en punto y sus fornidos brazos ya estaban rodeando mi torso. Sin embargo desde que, esa mañana, lo como un punto negro cada vez más lejano, no pude más que preguntarme por qué lo hizo, si ahora lo veo aún más desdichado.

¿Puede un hombre elegir la miseria y lamentarse de ella a cada momento? Pues él sí, elige la miseria, se apropia de ella ya la forma parte de sí mismo. Se cubre de veneno y camina por las calles clamando un abrazo.

"Romperé ese hechizo, lo romperé y me veré contagiado. Pero esta noche no te haré a un lado."

Eso fue lo que dije la noche de anoche, horas después de ver a la reina subirse al auto, tan pequeña y arruinada, infectada con el veneno que este hombre emana de sus manos. La princesa también estaba algo enferma, con la mirada igual de perdida y cansada. Verla a ella es verlo a él, pero con vestidos en lugar de espadas. Y cuando en la noche subimos todos (caballeros, reinas, doncellas y princesas) a la terraza... todos vimos al cielo cubierto por colores fuego y esmeralda.

Estrellas artificiales abrían paso en la noche brillando encaprichadas, y los estruendos eran bombas que nos hacían recordar los tiempos de guerra y malaria, y a mí me hacían recordar a su espalda siempre curva, siempre cansada. Todos tapaban sus oídos y gritaban felices, pero asustados. Y yo me pregunté qué tan asustado estaría él, en la distancia. Entonces se encendió la pantalla naranja, mientras los fuegos seguían desfilando en la primera noche del año que comenzaba. Era un llamado de él, desde quién sabe dónde... pero me estaba llamando.

Y mi mano temblaba.

Su voz quebrada, su mano lejana, yo bajando las escaleras y cruzando la ventana. Puse una mano en el balcón y dirigí al cielo mi mirada. El mismo que nos cubre mientras entonces lo escuchaba. Su dolor expresado en risas. Miré hacia atrás y de la reina... caía una lágrima. Sentí su veneno entre mis venas haciendo lugar hasta mis entrañas. Reí con él, reímos juntos, y comencé a pensar en las palabras (las escribiré cuando llegue a casa). Volvimos a reír y me imaginé en un castillo victoriano, cruzando los pasillos esperando a que aparezca, como si fuese un fantasma, que me regala su figura y más nada, pues sus pertenencias no le sirven y nos regala su corazón, más nada.

La princesa estaba lejos, como siempre, tan negada. Y yo riendo sobre el balcón, riendo, pero muriendo de dolor por desear verlo feliz alguna vez en su vida. Y creerlo tan lejano. Y me pregunto por qué. De nuevo esa imagen de él alejándose y el sol que recién había salido. La mañana que parecía tarde. Los pájaros y la alarma. La enredadera abrazando la columna y yo con la espalda contra el marco. Me pregunto por qué se fue, me pregunto por qué eligió sufrir de estar lejos de mí, de la princesa y de la reina, a quien él dibuja como al monstruo de la montaña.

¡Ay, hombre! pobre de tí que no ves la hermosura que yo, si me alejo del papel de hijo, aún sigo reconociendo de su azul mirada.

Suspiro, suspiro una y mil veces pues esta vez, esta única vez, contra el destino no puedo hacer nada. Soy espectador de la película más triste que alguna vez haya visto. No, no soy espectador, soy protagonista, soy protagonista del dolor que me causa. Desde que se fue aquella mañana, que cada vez que me lo nombran los paisajes se extienden más y más, y más me pierdo, y más me siento con las manos llenas de nada. Y más intento buscarlo y encuentro estas palabras, que llegan caprichosas y se arman y se desarman. Y me pregunto si estará mañana, me pregunto si sabrá el dolor que me causa... desde que se fue.




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