lunes, 12 de octubre de 2015

Las estaciones



Las estaciones
(por Emilio Nicolás)






Camino por tus calles como si no las hubiera caminado antes. 

Rebautizado, con mi propio nombre, navego el mar de concreto alguna vez caliente, hoy helado en primavera. 
Solías llevarme del brazo y yo vivía refugiado, eras mi guía, eras mi Orfeo encadenado. 
Y yo, en la sequía de un invierno que no termina, aún esperando por florecer, aún desnudo, pero navegando.
Oh sí.
Y en mi más sincera desnudez nada se escapa de mis huesos, excepto vos. 
Afortunadamente. 
Me sopla el frío y no hay abrigo y yo sonrío y digo que alguna vez, alguna vez lo he sentido; nunca supe del calor, ni cuando nadábamos en el río. 
Y dejo que el viento me empuje fuerte, de nuevo a tu casa, y me gusta decir que resisto, que las avenidas con sus calles peatonales me ven luchar contra la corriente mientras en el cielo los globos salen disparados y alguna gente. 
Y los autos pegan bocinazos y ¡Vaya si tendría razones para gritar de miedo, tiritando! 
Podría mirar detrás de mi espalda o incluso adelante, podría buscarte a diestra o imaginar que venís por siniestra; en tu territorio soy una fácil presa.
Pero acá estoy, en mi desnudez más honesta, caminando más Narciso que nunca, sin necesidad de verte para apuntar hacia la parada, parar el colectivo, subirme al barco de Caronte y sentarme al fondo, bien al fondo de la hilera de asientos para salir del Hades escuchando música bien fuerte, y siguiendo el ritmo con las piernas y los dedos golpeteando mis rodillas mientras paso por tu casa... y me cago de risa.



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