domingo, 9 de marzo de 2014

Después de hacerlo



Después de hacerlo
(por Emilio Nicolás)








Caminar.
Sí, eso me gusta. Me gusta caminar. Aún cuando quede impregnada todavía la fragancia que me delata, que nos delata. Bueno, a vos no, porque no te sentís culpable de nada. Aún cuando sienta clavadas en mí las miradas y las narices despiertas. Aún cuando mi cabello está algo desarreglado y en mi frente se lee el delito. Aún cuando el humo del cigarrillo no alcanza para cubrir el cielo. Aún cuando me prometo no volver a ensuciar mis manos sabiendo que voy a volver a hacerlo. Aún cuando las piernas me tiemblan y los pies se vuelven piedras. Cuando el último trecho a casa se hace infinito. Aún cuando sé que tengo que llegar, pero no quiero. Aún cuando pienso en cerrar despacio la puerta de mi cuarto y que las paredes sean testigos de mi piel desgarrada. Aún cuando siento que no hay motivos para buscar motivos para no tomar atajos. Aún cuando confieso sea ese mi momento, cuando estoy enamorado de mí y no quiero contacto con nadie más, ni con vos. Con nadie más. Aún cuando no ayude a la terapia, cuando no haga más que encogerme más de lo que estoy. Aún cuando no emita palabras, porque las tengo a todas en la cabeza, amontonándose, a punto de hacer estallar todo. Aún cuando mi flequillo caiga en picos hacia abajo y mis manos no salgan de los bolsillos. Aún cuando te vea por la calle y tenga que fingir que no soy yo y que vos no sos vos. Aún cuando me despiste para cruzar la calle. Cuando mi única distracción sean los gatos, asomando sus narices de entre los portones. Aún cuando me olvide de mi existencia.
Me gusta eso, caminar.

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