El lazarillo ciego
(Por Emilio Nicolás)
Para Nicolás
En la ciudad de los silencios, lo conocí una vez. No había más que perros, cuya carne asomaba y no los huesos, por doquier.
En los pasillos había sangre y en las escuelas, también. En la oscuridad de la noche, entre teclas y risas yo lo amé.
Mas su aparente inocencia, de niño torpe, ignorante; no fue más que un espejo que atravesé, como se hace en las segundas partes.
Y ahí estaba yo, el lazarillo ciego, o ahí estoy. En la ciudad de los silencios, donde lo conocí una vez.
No hay más que perros, cuya carne asoma y los huesos no; y cuando corro bajo la niebla, que es cenizas
escucho sus risas
y me pierdo.
Y como aquellos acertijos que alguna vez resolvimos, ahora uno las piezas, y en el dolor, me eximo.
Y la música suena, es todo lo que percibo. Es la música que alguna vez conocimos.
Y corro en tu dirección y te llamo en silencio. Te llevo conmigo, te sujeto la mano y siento el dolor.
Te veo tan perdido y me estremezco yo, quiero salvarte y cuando te alcanzo, cuando te encuentro
el que corre peligro soy yo.
Y así, en la redención, caigo a tus pies en un charco de sangre. De entre mis rodillas asoman mis manos, anonadadas
espinadas
y levanto la cabeza para mirarte.
Ahora soy yo quien está del otro lado.
Con los ojos abiertos
Y el perdido sos vos.
¡Cuánto dolor! Dijo el lazarillo ciego
cuando por fin vio
No hay comentarios:
Publicar un comentario