domingo, 19 de julio de 2015

El lazarillo ciego




El lazarillo ciego
(Por Emilio Nicolás)




Para Nicolás






En la ciudad de los silencios, lo conocí una vez. No había más que perros, cuya carne asomaba y no los huesos, por doquier.

En los pasillos había sangre y en las escuelas, también. En la oscuridad de la noche, entre teclas y risas yo lo amé.
Mas su aparente inocencia, de niño torpe, ignorante; no fue más que un espejo que atravesé, como se hace en las segundas partes.
Y ahí estaba yo, el lazarillo ciego, o ahí estoy. En la ciudad de los silencios, donde lo conocí una vez.
No hay más que perros, cuya carne asoma y los huesos no; y cuando corro bajo la niebla, que es cenizas
escucho sus risas
y me pierdo.


Y como aquellos acertijos que alguna vez resolvimos, ahora uno las piezas, y en el dolor, me eximo.



Y la música suena, es todo lo que percibo. Es la música que alguna vez conocimos. 

Y corro en tu dirección y te llamo en silencio. Te llevo conmigo, te sujeto la mano y siento el dolor. 
Te veo tan perdido y me estremezco yo, quiero salvarte y cuando te alcanzo, cuando te encuentro
el que corre peligro soy yo.


Y así, en la redención, caigo a tus pies en un charco de sangre. De entre mis rodillas asoman mis manos, anonadadas

espinadas
y levanto la cabeza para mirarte.
Ahora soy yo quien está del otro lado.
Con los ojos abiertos
Y el perdido sos vos.




¡Cuánto dolor! Dijo el lazarillo ciego

cuando por fin vio







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