viernes, 26 de marzo de 2010

I am a Demon





I am a demon
(por Emilio Nicolás)




Y después de prácticamente un año desde que dejé que tu rostro se quede helado, mirando a mi nuca haciéndose cada vez más chiquita en el espacio, la encontré. Quizás te rías, quizás tengas unas cuantas lecciones en la punta de la lengua todas directo a mí, y sí. Las tomo. Mis manos no me temblaban, al contrario, estaban más rígidas que nunca, apoyadas sobre el colchón sobre el que alguna vez te quedaste dormido después de tantas caricias (yo nunca me quedé dormido, yo siempre me obligué a dormir) Algo en mí estaba intentando conmoverme, del viejo cajón de abajo (el último de todos) no había quedado nada, todo estaba revuelto por el suelo y debajo de la cama donde alguna vez me escondí después de apagar las luces y de decirte entre risas que intentes buscarme. El imaginarte inmerso en la completa oscuridad, siendo víctima de un juego casi perverso me hacía correr la sangre, confieso.

Entre mis manos primero había estado un libro viejo, bueno no tanto, o quizás estaba en tan perfecto estado que el correr del tiempo no se hacía notar en sus colores amarillo fuerte y blanco nuevo. El mismo contenía frases de aliento para que las circunstancias de la vida no nos tiren abajo, sin dejar de ser un libro para chicos, perfecto regalo de un padre a un hijo y también una perfecta forma de iniciar a un niño en la lectura de baratos libros de autoayuda. En la primera página había un contador en el que colocaba mi edad desde el primer momento en que me fue regalado aquel objeto. Lo tengo desde los trece años, al parecer (confieso que me sacó una sonrisa ver mi letra igual de desastrosa a pesar del paso de los años) Y en la contratapa estaba una dedicatoria de quien me regaló el libro, mi padre.

"Para mi hijo, para que nunca te rindas y luches por tus sueños. No dejes que obstáculo alguno te haga besar el suelo"

Una risa irónica se escapó de mis labios, y el cuarto comenzó a dar vueltas. Es gracioso que me lo haya regalado la misma persona que diez años después se borró del planeta así, fácilmente y me dejase casi solo, peleando el doble de lo que venía haciéndolo, y dejando mis inútiles miedos infantiles, absurdos, para poner en su lugar miedos que de verdad dan miedo.

En fin... como verás, todo de esa perversa caja rectangular de madera parecía estar dispuesto a predisponerme de tal forma, había cartas de ex compañeros de la secundaria, fotos de cuando era pequeño, hojas de carpeta que me hicieron recordar viejas materias y hasta cuadernos para estudiar añejas lecciones que tanto me hacían sufrir y que hoy en día podría estudiar en cinco minutos. También estaba un cuaderno donde dedicaba empalagosas palabras a mi primer amor (¡con cuánta facilidad uno dice Te amo cuando se es adolescente)

Había también agendas, una carta de mis padres del momento en el que me fui por primera vez de campamento... tantas cosas que pudieron sacarme alguna que otra lágrima, sin embargo y como sabrás, nada salió. Simplemente un pseudo suspiro que me dejó secretamente débil. Mi cuerpo se convirtió en un cascarón perfectamente completo pero vacío por dentro. ¿Cómo habrá hecho la pequeña criatura para escapar del mismo sin siquiera quebrarlo? no lo sé, pero es algo que no importa ahora. El cuarto comenzó a dar vueltas, o bien yo comencé a dar vueltas. El suelo era una laguna que cubría gran parte de mis pies y desde el espacio debajo de la puerta podían verse pasos que corrían de un lado a otro del otro lado, en el pasillo (nunca hubo nadie más que yo en la casa) Otros demonios al acecho.

En el fondo del cajón estaba tu despreciable carta, esa misma que dejaste después de viajar horas como el más perfecto de los idiotas bajo la puerta de casa y sabiendo que yo iba a arrojarla lejos, como un boomerang... que siempre vuelve. Quizás por eso te animaste a hacerlo, como el más perfecto de los idiotas del cual todos ríen, porque no sabe más que asentir con la cabeza a todo lo que le dicen y seguir como perrito fiel que perdió el criterio y la voluntad. No eras tan así después de todo.

La miré tan bien envuelta en celofán junto a una de esas ridículas tarjetitas que venden por dos monedas los niños en el tren. Hice una mueca de asco y mi mano tembló durante dos segundos. Dos, nada más.

Recordé esa mañana, después de cerca de un mes sin hablarte, y me recordé imaginándote, entrando sigiloso y recorriendo mis jardines mientras los perros entonaban otra de sus canciones de alerta a las que ya no hago caso. Me recordé imaginándote con el rostro cansado, las piernas pesadas y la mirada triste, dejando ese inútil papel como un último golpe de esperanza arrojado al aire. La carta deslizándose por el suelo de cerámica e intentando atravesar la puerta (iluso, olvidas que por esa puerta nada entra) Y de nuevo me recordé imaginándote como el protagonista de la mejor escena de ternura en la que desapareces con el viento mientras entran al escenario algunas hojas arrastradas por el viento y así de esa forma, quedaría yo como el mejor de los villanos, durmiendo plácidamente envuelto en frazadas mientras te consumes en tu dolor.

La abrí.

La leí.

Me recosté sobre la cama.

Te recordé.

¿Por qué ahora escribes algo coherente? ¿Por qué ahora se te ocurre usar la cabeza?

¿Por qué ahora se me ocurre leerla?

Las imágenes aparecieron de pronto. Los colores fríos. El aire que cortaba las mejillas, por eso tapaba mis pelos con un gorro que sólo permitía asomarse a mi picudo flequillo; y mi boca y cuello tapados con una bufanda que en secreto me picaba la piel. Sólo mis ojos estaban al descubierto y aún así podía convertir el pálido en rojo. Ríos corrían a escondidas. Y tu silencio.

Eras un mastodonte, un niño en el cuerpo de un hombre, parado, envuelto en frío, esperando a la llegada del tren conmigo y con el silencio. Me sentí fuerte, me sentí poderoso, me sentí un hombre en el cuerpo de un niño. Te sentí en la palma de mi mano, sufriendo por haberse escapado de entre tus dedos las riendas de una bestia que ni con toda la experiencia del mundo podrías manejar. Qué iluso.

Aún así fueron divertidos esos días en los que te dediqué mi atención, y aunque para vos era mucha, para mí era desinteresada, inerte y sin trascendencia. Yo sabía que se iba a terminar.

No tengo más que contestar, si quieres saber si me conmovieron tus palabras, quizás sí. Si quieres saber si volvería a buscarte entre la gente ahora que conozco lo que pensabas, sabes que no, sabes que mi orgullo dejó correr al tiempo y que fue lo mejor. Pudiste debilitarme en aquel momento, pudiste sacar la oscuridad en mí como quien abre la ventana en un día soleado. Pudiste, por eso la guardé. Y ahora que a estas cavernas no llega un rayo, nada más me provocó. Me alegra saber que del otro lado estás mejor.

Pero soy un demonio y estoy orgulloso de quien soy.






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2 comentarios:

  1. sos extraño hasta para escribir.. deverias hacerlo mas corto asi no da fiaca al ojo. pero interesante ... ya soy tu seguidora.. tkm

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  2. Florcita no seas vaga y leé! Bebedores... gracias :$

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