lunes, 1 de marzo de 2010

Flight II

Flight II
(por Emilio Nicolás)




Él nunca lo había vivido, nunca de esa forma. Bueno ¡qué cosas digo! casi nadie en este mundo habitado por millones y millones de diminutas personas lo había vivido de esa forma. La sonrisa imborrable y sus ojos brillosos eran la mejor forma de pagarme el día que estaba a punto de terminar. No estaba arrepentido.

El viento se siente diferente desde estas alturas, fue lo que me dijo apenas abrió los labios después de tanto tiempo maravillado y en silencio. Y tenía razón, desde lo alto el aire es distinto, es mucho más puro, menos contaminado. Cerrar los ojos y tragarlo entero es revitalizante. Lo hicimos varias veces juntos, de hecho lo miré y lo hice pidiéndole con los ojos que me imite. Lo hizo en cuestión de segundos y ambos reímos. Sus cabellos rizados se veían magníficos sin gravedad, serpenteando hacia todas las direcciones. Cualquier encantamiento significaba nada en comparación con tal hipnótica imagen. Cuando se detuvo a contemplar mi fascinación sacudí la cabeza y me salí de aquel hechizo que comenzaba a aprisionarme.

Fueron varios minutos de permanecer así, diría, envueltos en la oscuridad, pero estábamos tan cerca de la luna y aquella se encontraba tan pálida y grande esa noche que no había negrura cerca, estábamos iluminados. Me mordí los labios intentando no sonreír de la misma forma que él, la situación era totalmente asimétrica, era la primera vez que él estaba flotando en el aire y yo lo había hecho tantas veces, pero no pude evitarlo, su exaltación era la mía, éramos dos niños explorando un nuevo universo abierto de par en par a nuestras manos. Y eso éramos, pese a nuestras décadas. Sí, eso éramos, éramos y somos dos niños. Creo que siempre lo seremos. Creo que eso me atrajo de él, creo que esa es la razón por la que no me arrepiento de aquella noche.

No encontraba mayor consuelo a las horas anteriores durante el reinado diario de Apolo. Ahora Selene era quien nos protegía con su manto y nos regalaba tal espectáctulo. Bajo nosotros la ciudad era un sorteo de edificios de todas las formas y alturas. Algunos intentaban tocar el cielo con sus espigadas terrazas y otros apenas podían percibirse allá abajo. Las luces dibujaban figuras de la misma forma en que las estrellas hacen lo propio arriba. Las calles tenían vida, miles y miles de pequeños fulgores se movían incesántemente en direcciones distintas. Algunos tenían rumbo, otros sólo daban vueltas y vueltas y se perdían en el momento en que perdíamos la concentración después de seguirlos atentamente. Me moví como pez en el agua y me recosté sobre los aires dándole la espalda a toda la ciudad entera. Abrí los brazos, cerré los ojos, suspiré, lo invité a que haga lo mismo. Estaba aterrado, tuve que darle la mano.

Pasaron segundos hasta que se animó a controlar la falta de gravedad en nuestras masas y en poco éramos dos pájaros nocturnos deshinibidos nadando por entre los edificios, asomándonos por las ventanas de los más altos pisos de las edificaciones y besando a las tan abandonadas gárgolas que reposaban donde nadie podía tocarlas. Risas que sólo nosotros podíamos oír mutuamente de nuestras cuerdas. Pies relajados y brazos abiertos de par en par. Aquella era una noche distinta.

Nos detuvimos en la cúpula de la catedral más grande de toda la ciudad, desde allí, las millones y millones de luces allá abajo se convertían en un solo fulgor borroso y poco perceptible. Era como estar sentado en la orilla de un río por la noche y que el reflejo de la luna en el agua estuviese besando tus pies.

Frío.

Recordé el día durante el reinado de Apolo antes de hacerlo, recordé que había quebrantado el pacto que había negociado años atrás, cuando era un niño en cuerpo y alma (ahora sólo lo soy en alma...quizás)

Nada tenía sentido ahora, en realidad poco me importaba. Vi volver hacia atrás todas las imágenes que aparecían; la mano arrugada tomando la mía, el garabato sobre la arena, rojo. La ola gigante que casualmente apareció apenas después del subrayado. Su figura desapareciendo de un segundo a otro. Y mis pies más y más ligeros. La primera vez que volé. La condición de no revelarlo.

Tantos años escondiendo.

Pero él era distinto, él quería lo mismo, desde que lo había conocido de pequeño que sabía que ambos compartíamos el mismo sueño. Él ignoraba mi secreto, y yo moría por dentro. Otorgarle mi don era perder el mío y el suyo. Y ambos lo sabíamos. Pero estábamos muy en lo alto como para pensar en soluciones, consecuencias, mañanas.

Ya lo habíamos vivido todo. Todo en una noche. Nadie nos creería, nadie nunca nos creyó. Ni siquiera el día en que nuestros labios se cruzaron bajo el mismo dominio de Apolo, una vez más. Y bajo el mismo reinado del mismo le revelé mi secreto horas antes. Lo sabíamos, sabíamos de nuestro fin. O de nuestro comienzo.

Me tomó la mano. Nuestros pies pesaban sobre el concreto viejo e inhabitable. Nos miramos. Y volamos.



-





-

No hay comentarios:

Publicar un comentario