miércoles, 2 de diciembre de 2009

Me alegra haberte conocido

Me alegra haberte conocido
(por Emilio Nicolás)


Se refirieron a mí como al pequeño orgulloso cuya antipatía por las ideas que difieran de las propias despertarían tormentas en el día más soleado. Como el pequeño cuyo carácter de serpiente en alerta impide que cualquier hombre asome la punta de su dedo a la boca por miedo a sufrir un tarascón. Se refirieron como el pequeño tierno y abrazable que se disfraza de perra madre que protege a sus cachorros y que enseguida se pone a ladrar.

Sí, los oí, estaban conversando acerca de los amigos en común que tenían hasta que mi nombre apareció. ¿Pequeño? ambos eran menores que yo, no entiendo cómo se atreven a tal atrocidad sólo porque mis ojos no alcanzan la altura en la que los suyos reposan con tanta facilidad. ¡Ah, nadie puede alterar a gusto la genética!

Me costaba creer que semejante envase pequeño contuviese más conocimientos que mi botellón de tres litros. Comencé a reír mirando al cordón de la vereda.

Sus dientes salieron de la barba negra como la noche y me pregunté a qué se debía esa risa de presumido. Yo mismo lo oí decirlo aquella mañana, ahora me debía una explicación.

¿Qué podía decirle? Es inevitable, por más conocimientos que sus hermosos labios expresen no dejará de serlo. Mírenlo ahora cómo se cruza de brazos y me contempla reír. Desvío la mirada en microsegundos sólo para deleitarme con tal escena, luego vuelvo a centrar los ojos en el agua que corre hasta la alcantarilla e intento retener en mi memoria tal imagen de una criatura tan tierna y berrinchosa (¿existirá esa palabra?)

Por un momento mi brazo casi se mueve por inercia y golpea con la palma de mi mano esas rechonchas mejillas que cubre con tanto pelo. Porque estoy seguro de que esa es la razón por la que se deja crecer la barba, no debe soportar tener una cara tan redonda e inflada y cree que con esos hermosos vellos azabaches la cara se le achatará un poco más. Pues a mí no se me escapa, a mí no se me escapa ese detalle, te imagino sin barba y exploto de risa de la misma forma en que te estás riendo ahora sin decirme el por qué. Pero no puedo atreverme a hacer lo mismo, se supone que ahora debo estar serio y firme.

No recuerdo bien cómo lo conocí, pero agradezco tanto este momento. La tarde está desvaneciéndose muy despacio a medida que la humedad también disminuye. Llovió mucho anoche, se lo voy a preguntar a ver si admira de la misma forma que yo las manifestaciones de la naturaleza. Además sé que a esas altas horas de la noche siempre está moviéndose por algún lugar. Es tan inquieto en verdad.

¿Por qué me pregunta eso? Está desviando el tema, está esquivando mi mirada y mi pregunta, está evadiéndome.... sí claro que recuerdo la lluvia de anoche, fue tan leve y tan serena, apenas se podía escuchar (si tenías oído de vampiro). Salí al patio alrededor de las 5 de la mañana y el cielo, que insistía en amanecer pero que se rendía a la tormenta que lo llegaba a tapar, se había vuelto de color bordó medio magenta. Sobre mí estaba el árbol imponente desprendiendo pedazos de una especie de algodón como si estuviese nevando. Debajo de mí el suelo verde y blanco y mis pies descalzos pisándolo. La tranquilidad de la noche era incomparable (¡Ah, ese silencio!) y las pequeñas gotas depositándose en mis dedos, brazos, mejillas, pelo, eran como caricias para invitarme a dormir. Pero ya todos saben como soy, obstinado y rebelde hasta con los horarios para dormir. ¿Por qué tengo que hacerlo cuando todos lo hacen? ¡Uy! Lo dije en voz alta

Te conozco, aunque es estúpido que lo diga, ¿cuántas veces cruzamos palabras? Contadas con las dos manos, pero por alguna razón te conozco, te veo a los ojos mientras intentas disimular la risa que está despertando al ver la mía y es como si te hubiese visto durante años. No sé qué hago acá y ahora con vos, prácticamente somos dos extraños, pero la tarde está terminando y no quiero recibir a la noche en soledad, al menos tu compañía haría menos leve al silencio que me envuelve cuando vuelvo a casa a paso lento y mirando a la gente pasar, en dirección contraria a mi camino. Es preferible oír tus berrinches y tu capacidad para ser tan verbórragico que en nadie más encontré. ¡Y con tanto atrevimiento hablas en la forma en que hablas! Como un mocoso a quien poco le importa la autoridad. La cara se le transforma de nuevo.

Se sigue riendo y sigo sin saber por qué, por un momento casi caigo en su trampa de querer hacerme reír, pero si no conozco los motivos ¿por qué habría de imitarlo? No tiene sentido. Ahora sí estoy serio de verdad. Los escuché, los escuché a ambos, que son menores a mí en edad, decir que yo soy un pequeño. ¿Pequeño dónde? Tengo en mi haber más experiencias que uste... bueno eso no es cierto, quizás fui un poco malcriado y no conozco el mundo de la misma forma que ellos, pero eso no quita los años que llevo de vida. Mientras yo aprendía a caminar esos dos inútiles estaban saliendo al mundo, chillando y empapados en sangre. ¿Dónde está lo pequeño?

Insiste con explicaciones que ni yo puedo inventar. Es lógico que con su metro y medio nos dejemos seducir por las confusiones. Sabemos que no son más que eso pero de todos modos optamos por ignorar. La forma en que camina, la voz chillona que sale de su garganta, las risas de diablillo perverso ideando un plan infantil e inmoral. Esos impulsos con los que tomas sus decisiones y ¡ah...! tus berrinches, pequeño, tus inconstantes berrinches, como el de ahora. ¿Te hace bien escuchar de mis labios reconocer que eres mayor que yo? Te haré el favor entonces, pero cuando abrazo tu pequeño cuerpo, mis grandes y fuertes brazos están abrazando a un niño que aún tiene mucho que aprender… y que todavía no me pasa en estatura. Y por momentos pienso "ya crecerá y me alcanzará" Luego reparo en que naciste antes que yo y que así te quedarás, y entonces me pongo a reír y ahí estás, mirándome tan mal.

¿Qué puedo hacer contra eso? No hay forma de que me tomes en serio si es eso lo que vas a pensar. También me sale barba, tengo gente a mi cargo y... bueno ¿Para qué me voy a molestar? Diga lo que diga siempre seré un niño para ti y nada más. No verás al hombre que hay en mí y que tanto desea poder amar. Lo mejor será que me dé la vuelta y que me ponga a caminar, no le das la importancia que yo le tengo a esta forma en la que me suelen mirar. Tu risa se convirtió en una mueca de incomodidad. Por fin me entendiste, pero ya es tarde para arreglarlo.

Quizás tenga razón, pero aún así esos ojos están delatando que aunque maduro se muestre, le falta mucho por pasar. Está bien, no más bromas por hoy y cuando vea a mi amigo le recordaré tu edad. Sus ojos están mojados, ¿ya lo ves? Te esfuerzas por mostrarte como un hombre pero enseguida te largas a llorar. No voy a abrazarte porque sería consentirte y supuestamente de eso no querés más. Bah, no puedo evitarlo, lo voy a abrazar.

Qué cálido se siente, aunque huele un poco el sudor bajo sus brazos, no me importa, hago una mueca de asco total él no me ve. Bueno ya es suficiente, estoy actuando muy inmaduro, voy a rodear su rechoncho cuerpo con mis finos brazos y le voy a demostrar que... que caigo rendido a sus palabras porque dice la verdad. Los años no son nada, aún queda en mí el niño que tanto intento tapar. Y quizás eso le guste, quizás eso... ¿nada más?

Si supiera que veo en él más que un niño que por todo se pone a quejar. Aprendí tantas cosas de sus palabras coherentes (tiene más sentido común que cualquier viejo al pasar) pero si se lo digo no me va a creer. Sigo sin recordar cómo fue que lo conocí, quizás en un café, quizás bailando una noche, quizás por Internet, quizás lo conocí en un coche, en medio de la calle o viajando en tren. No puedo recordarlo y si se lo pregunto se va a enojar, pensará que no lo tengo en cuenta, pero es la verdad. ¿De dónde saldrá? Mi carácter fuerte enseguida se amansa cuando su cara pequeña se presenta en el mismo lugar. Mejor dejo de pensar, está por hablar.


- No me digas más pequeño, aunque lo sientas, no me lo digas más

- Está bien, ¿ya te vas a tu casa así sin más?



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