jueves, 3 de diciembre de 2009

El fugitivo del campo y el que no me atrevo a nombrar



El fugitivo del campo y el que no puedo nombrar
(por Emilio Nicolás)




Y todos están mirando ahora sin saber. La situación se revirtió. ¿En dónde está lo que estaba por esconder? Estaba entre sus palmas de buen ladrón que en un segundo está y al otro no. Movimientos de leopardo.

Y todos están mirando ahora sin saber. Quiero gritar pero hay un pinchazón en mi garganta que me hace enmudecer.

Y todos están mirando ahora sin saber. Hablan entre ellos, se ríen y me llevan a enloquecer (la vieja ópera, el viejo televisor, shh...)

El niño del campo se obliga a recibir el amanecer en medio de una gran ciudad que se mueve casi tan torpe como él.

Y después de tantos empujones en medio de la oscuridad envuelta por ese sonido chirriante, las manos persistentes.

El balcón de Julieta.

- ¿Alguna vez te has detenido a sentir el fresco aire de la mañana?
- Jamás antes.

En lugar de gacelas que, presurosas intentan al sol alcanzar, un centenar de automóviles que se contradicen en el paso y no avisan ni a dónde van.


- No está mal. Me sentiría perdido si tuviese a dónde ir ( y si no estuviese el nativo aquí conmigo)
- Guarda silencio si quieres escuchar


Con tantas flechas que cortan el aire por aquí y por allá.
De no ser por su presencia no me atrevería a cruzar.

- ¿Me ayudas? Después de todo no fui yo quien te mandó a llamar.

Me miró atónito aquel medio ebrio (y no del medioevo) que siquiera con un nombre lo podía mencionar.
Pero no me importaba. La rosa, si no se llamase rosa seguiría siendo rosa igual

¿Qué estoy haciendo acá?

Y a los otros, que los dejé atrás, no me molesté en llamar. Hoy no quiero volver de la mano. Hoy soy libre de ir a donde el viento me quiera arrastrar.

Pero dijeron por ahí que si muy fuerte te pones a recitar, alguien va a escuchar.
Entonces yo, que buscaba algo de soledad (y no le digas a nadie, en realidad buscaba alguien con quién hablar) en los ojos de un "sin nombre" me vengo a posar.






- No es extraño que ante la miel que se abandona en medio del campo un millón de hormigas viniese a desayunar.

- Hay tres cosas que quiero aclarar.

- Las quiero escuchar

- La primera es... que no soy miel, soy un pez (ahora pescado) que tomó la corriente equivocada cuando la corriente empezó a cambiar.

- Ahá.

- La segunda es que no veo un millón de hormigas. Eres el único que vino acá.

- Las otras no conocen las virtudes del pescado. Y por el aroma de la miel se dejaron llevar.

- La tercera es que no he desayunado, estoy en otro lado y con esa palabra a mi pobre cerebro hiciste reaccionar

- No es el cerebro lo que oigo ahora, niño de campo. Vamos a otro lugar.









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