domingo, 20 de diciembre de 2009

Esta mañana creció una azucena en la vereda de casa

Esta mañana creció una azucena en la vereda de casa
(por Emilio Nicolás)




Tenía el mismo color. Lo tenía. El mismo graffiti en la misma pared el mismo fin de semana mirándolo por la misma ventanilla. No podía decir lo mismo del vehículo, la verdad es que no llevo la cuenta de dónde me subo y de quién es el que conduce. Y pensar que en algún punto mi vida depende de él, pero se supone está calificado para llevarme a mí y a tantos más pese a la humedad de la mañana y al calor (sé que no tiene coherencia lo que digo) Algunas gotas cayeron cuando estaba comenzando a subirme y puse el pie en el primer escalón. Miré al cielo completamente gris y me metí del todo.

Y entonces una vez más el lugar parecía tener mi nombre escrito en uno de sus cojines. siempre el mismo. En el lapso de uno o dos segundos hasta que me siento encontré una gorda edición de obras completas de Edgar Allan Poe siendo leída por un joven, bastante atractivo, por cierto, con un camisa blanca cubriéndole el torso y con la mirada clavada en cada una de las letras, deslizándose entre ellas una por una sin despegarse de su recorrido. Sonreí. Y sí, con un poco de esperanzas creí que me miraría notando mi llamado con los ojos, pero estaba tan concentrado que apenas llegó a notar que había alguien junto a él.

Sin embargo el recorrido parece cambiar a medida que lo transito, me refiero a... todos los recorridos que hago, que son iguales, pero en días distintos... bueno no, son el mismo día, sábado, pero no un mismo sábado, espero estar explicándome bien.

No lo estoy haciendo.

Entre sábado y sábado esa sensación acrecienta más y más. ¿De qué manera puedo explicarla? No encuentro ahora mismo una suseción de palabras que sepan definirla correctamente, sólo puedo decir que las casas no eran las mismas, los negocios tampoco, ni los árboles. El graffiti... yo pensé que sí, que era el mismo, pero estaba mintiéndome aquella vez.

Estaba hecho de una figura rosada en una esquina vaya uno a saber dónde, y la figura tenía grandes ojos rosados y expresión perdida. Aún así con la más ingenua de las miradas yo sabía que estaba burlándose de mí, lo sabía. Es esa la sensación que tengo con cada viaje, me siento más y más satirizado, me siento objeto de burlas, motivo de risas, esa es la sensación.

Entonces cuando lo descubrí después de ver la inocente expresión de ese bicho chillando en mi cara me recliné sobre el asiento y con los dedos toqué la ventanilla, desafiando a su presencia. ¿Para qué escapar de él? Así iba a suceder cada fin de semana, y no me es fácil ignorar sus ojos tan grandes buscándome al pasar.

Miré mis zapatillas manchadas y aún no había retirado los dedos del vidrio. La criatura esa ya no estaba más, había quedado atrás, pero la desesperación había llegado en su lugar y me oprimía el pecho tan fuerte que me obligó a doblar los dedos y a acercar el rostro a la ventanilla. Me mordí el labio inferior y pretendí escapar, como si el vehículo entero estuviese por explotar. Pero no tenía sentido, ¿de qué iba a servir?

Una y otra vez con los pies cansados, la mirada perdida, los reflejos muertos y Morfeo dando vueltas a mi alrededor volvería a pasar semana tras semana. El mismo vehículo o no, con el mismo chofer o no, con el mismo asiento, eso sí, y con el mismo graffiti riéndose, y las mismas casas y la misma sensación. Árboles bailando y riendo.

El asiento para uno, mis labios cerrados, mis pensamientos hablando por mí y mis ojos yendo de un lado para el otro. ¿Qué caso tenía si miraba para otro lado? ¿si cerraba mis ojos? Seguramente podría escucharlo hablar a mis espaldas aunque ya me hubiese alejado de él. ¿Y tendría que saltar por la ventana de mi casa también? La misma me espera cada fin de semana respirando por la puerta con una nube de vapor caliente que me da la bienvenida al infierno. Y hará tanto calor que, en medio del silencio una vez más me veré arrastrando los pies hasta la ducha y allí seguramente sujetaré mis rodillas actuando para un público invisible.

No, no tiene sentido, es lo mismo, la libertad corre por mis venas y se pierde por cada una de mis heridas y fluye y no deja de fluír, es tanta que no puedo con ella, y porque me la han dibujado de tal forma que la relaciono con la soledad. Libertad, soledad, soledad, libertad. No, no es lo mismo. ¿Qué hice mal entonces?

El graffiti ya se fue, debería pensar en otra cosa.

Esta mañana creció una azucena en la vereda de casa.




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