lunes, 17 de agosto de 2015

Letargo





Letargo
(por Emilio Nicolás)





Solo un hilo de voz, que no puedo desperdiciar.

Abro los ojos por primera vez, pero por alguna razón puedo moverme como si conociera estas ruinas. No sirve mirar al horizonte, pues frente a mí solo se extiende un vasto vacío que no creo, pueda conducirme a algún sitio. Y como si estuviera aburrido me siento sobre una gran roca de lo que alguna vez fue su monumento (es la roca de lo que queda, de su brazo izquierdo) rodeando con mis ambos brazos mis rodillas y hundiendo mi cara en mi pecho.

Miro a lo blanco, casi lavanda, que se abre, infinito, ante mis ojos atónitos, recién despiertos. Me saco las lagañas y suspiro un cálido aliento, que contrasta con el frío cortante de una mañana a la intemperie después de haber estado durmiendo... tres años y medio.

Y el aire ahora corta con más ganas o será que yo soy mucho más vulnerable cuando amanezco. Intento moverme para entrar en calor mas no quiero más que volver al refugio donde estaba mi sustento. Y no está.
Sigo sentado sobre las ruinas mientras el día se abre paso en el más profundo silencio. Una parte de mí pregunta dónde está mi amor, a quien le construí este avejentado reino. Otra parte de mí calla a la primera y llora, empecinada en esconderlo. Ya no hay ríos ni puentes colgantes, ya no hay cataratas ni aguas termales, ya no hay playas a medianoche ni sillones cómodos ni videojuegos. Sigo sentado, en completa soledad, esbozando una mueca de niño al que acaban de contar que las hadas no existen, finiquitando su imaginario universo.

Pero no hay lágrimas ni gritos fervientes al tan gigante cielo, que me tragaría en el primer intento. Acepto la derrota que una guerra nunca existió, mas yo nunca me quise enfrentar a nadie, solo fui un devoto al que chuparon las ganas de amar sin espacios, sin tiempo. 
Acepto que estoy despertando de un letargo fascinante, erótico e incierto. Pero ahora por mis venas la sangre comienza a oxigenarse y su andar es más violento y temo que hierva y mane a borbotones si no hago algo pronto por detener, detrás de esta calma, al más iracundo infierno.
Y vuelvo a torcer la boca, esperando testigos de la más ridícula inocencia tierna y  doy mis primeros pasos, mirando cada tanto atrás, por si de nuevo lo encuentro.




No hay comentarios:

Publicar un comentario