sábado, 8 de agosto de 2015

La prisión abierta



La prisión abierta
(Por Emilio Nicolás)





Yo no tenía nada, yo era un nene sentado en una plaza, con una tos nerviosa que simulaba ser alérgica, con una remera con una guitarra y abundante cabello pintado de negro, sin pelos en la cara.

Yo, es verdad, no tenía nada, allá estaba el sillón, allá estaba la cama. Allá mis partidas, una a una arrancaban, allá las bebidas en las paredes bailaban. Allá el gato entraba y salía y sobre la mesa había siempre comida. 

Y la música sonaba, y sonaba y sonaba.

Y había una ventana que, aunque pequeña, por la mañana lo alumbraba todo y yo me cubría con las frazadas. 

Sentía la respiración del carcelero y sus murmullos de pesadilla. Yo lo cubría con sábanas, le besaba la frente, tocaba su pelo, y seguía durmiendo. Y seguía la mañana.

Es verdad, yo no tenía nada, y en esa prisión lo tuve todo, o al menos eso creía. El techo era alto y la diversión abundaba, el suelo era de cerámica y a veces... muy a veces... mientras él estaba dormido, me abrazaba.

Y ahora las cadenas yacen en el suelo y las miro anonadado, preguntándome si lo que sigue me dará por fin el consuelo de saber... 

...que hay algo del otro lado. 

Atrás quedan mis personajes, los que yo había armado, adentro queda el suyo, ¡Vaya si era un personaje! ¡Uno que lo hacía muy bien, actuando! 

Mas no me mira, está perdido en sus pensamientos, donde yo nunca estuve, aunque nunca me moví de su lado.

¡Qué irónico! 

El carcelero, que vivió conmigo, ahora mira a otro horizonte e ignora mis ojos, que lo buscan desesperado. 

La puerta está abierta, las rejas se derrumbaron y el carcelero no me oye. Le grito: ¡Hey, dale! ¡La vida está por allá y hoy hace un día soleado! Pero no... él sigue ahí, mientras el gato da vueltas a su alrededor. Está sentado.

Y yo dejo un camino de lágrimas, por si algún día se decide a seguirme, pero no tengo opción... hace rato me tenía que haber marchado.

Ya no hay sillones, ya no hay frazadas, ni una ventana pequeña que lo alumbra todo por la mañana. Solo estamos el camino y yo, dejando una por una mis lágrimas, por si algún día quiere buscarme, por si algún día voltea a mirarme.


Avanzo dos pasos, miro hacia atrás.
Yo era un nene que no tenía nada.
Miro hacia atrás, avanzo dos pasos más.
Yo era un nene sentado en una plaza, nada más.
Avanzo otros dos, miro hacia atrás,  no me mira, nunca me miró.
¡Por Dios, qué tarado!



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