lunes, 7 de abril de 2014

Al inframundo




Al inframundo
(por Emilio Nicolás)






Él siempre dijo que quería vivir en las grandes capitales de oriente. Debo pedir disculpas por mi ignorancia pero no sabía comprender cuál era la diferencia entra una capital occidental con una de por esos lados. Solo podía imaginarlo haciéndose pequeño entre edificios cien veces más grandes que los nuestros y con cegadoras luces que lo volvían invisible. Jamás le pregunté si la imagen que me figuraba coincidía con la que moraba en su cabeza y se asomaba, imperceptible, cada vez que hacía ese comentario en medio de una conversación cuyo tema nada tenía que ver con las grandes ciudades capitales de oriente. Supe por otros conocidos que había hecho lo mismo en diferentes oportunidades, siempre en medio de conversaciones con otras personas. Por lo visto, algo quería decirnos y nunca fuimos capaces de  comprenderlo. Sus otros compañeros de la facultad, si bien tenían casi su mismo intelectual, narraron en alguna que otra declaración que en esos casos desconocían alguna respuesta que le resulte satisfactoria, así que no podían hacer más que contestar con un silencio de tres segundos que les daba pie para continuar con el tema interrumpido. Lo mismo nos pasaba a los que más lo conocíamos. Era una lástima, y al día de hoy lo sigue siendo. 

Tratar con él era como tratar con una copa de cristal, preciosa a la vista pero incapaz de ser tocada en exceso o sin tener cuidado de hacerlo. Cualquier movimiento provocaría un daño irreparable y entonces era él quien guardaba silencio por varios minutos, horas, días o semanas, según el daño causado. A muchos nos costaba entenderle, pero supongo que el daño es daño según quien lo reciba y no según quien lo provoque. No muchos le tenían paciencia y preferían echar culpa sobre sus hombros, como si no tuviese suficiente con sus fantasmas y sus ciudades capitales orientales en su cabeza. Resultaba mucho más sencillo indicar que tenía algún tipo de trastorno que lo obligaba a sentirse ofendido por cualquier comentario con una pizca de amargura. Afortunadamente no era amigo de la violencia, de otro modo creo que varios de nosotros habríamos terminado con un ojo morado por algún simple malentendido. Ahora me río, pero estoy haciendo algo que nunca hice y es hablar de él. Me gustaba pensarlo desde la superficie de su complejidad y la sola idea de hundirme en sus complicadas rutas marinas ya me hacía alejarme de sus playas. Pero ahora, que me obligan a zambullirme, estoy dándome cuenta de muchas cosas. De seguro es difícil ser él, no lo sé, ahora siento que incluso yo podría ser así, pero supongo que soy una hipócrita más, como tantos, que preferimos mentirnos; conformarnos; desayunar, almorzar y cenar con el mismísimo diablo y pensar que es un amigo. Él buscaba lo puro, y quizás es por eso que ahora no se encuentra ni a sí mismo, ha de ser difícil buscar algo de inocencia en estas ciudades, que no serán capitales orientales pero de seguro están repletas de pecados capitales. 

Claro que recuerdo la última vez que lo vi, creo que fue hace una semana y media. Habíamos arreglado, con otros dos amigos, salir a tomar algo precisamente al centro de la ciudad. A él le gustaba mucho recorrerlo, pero siempre nos decía que prefería la soledad y el silencio del campo, que la ciudad solo le gustaba como turista, como viajero de pasada, como un extraño con ansias de explorarlo todo y luego volver a casa. Él ya se conocía todos los locales de todo tipo de comercio, pero daba la sensación de que siempre tenía algo más para encontrar... algún café literario, una nueva librería, una tienda de mascotas, o alguna con música de la que nos gusta (que  es raro de encontrar por aquí), es como si hubiese sabido a qué  fecha y en qué hora se levantaría de las tierras un nuevo templo para él, y nos llevaba a sus expediciones y nos mostraba, ansioso, todos sus descubrimientos. Todos éramos felices viéndolo feliz, más aún los que conocíamos su pasado. Bueno, no todos, los más nuevos en el grupo no le tenían paciencia, como dije anteriormente, solían verlo con un poco de distancia, como si lo vieran chiquito, vulgar, algo fácil de pisotear y dejar abandonado a un costado de la ruta. No los culpo, no lo conocían y a simple vista él no se esforzaba mucho por dejar ver el universo dentro de su cabeza, que todos sabíamos que lo tenía, pero que no fuimos capaces jamás de entrar en él. Supongo que siempre nos estaría prohibido el acceso.

Ese día nos encontramos en la plaza de la ciudad, él había llegado primero y estaba como abstraído mirando todo a su alrededor, algo risueño, mientras llegábamos con Brandon y Nahuel. A mí me abrazó fuerte y me dijo que tenía el cabello más largo. Eran muy escasos los momentos en que él demostraba afecto con el cuerpo, es decir, no siempre te andaba abrazando y a decir verdad siempre se mantenía al menos a dos o tres pasos de uno, intentando no estar muy cerca. Pero cuando lo encontrabas te saludaba con un abrazo tan cálido que ya no hacía falta otra demostración. A Brandon también lo saludó con un abrazo y un beso y le preguntó cómo andaba su nuevo gato negro (le gustan mucho los animales, y particularmente hacía hincapié en el color del gato nuevo de Brandon, solo supongo que porque le gustan los gatos negros) él rió y le dijo que estaba bien, pero que aún no tenía nombre. Le respondió que ya le buscarían uno y mientras terminaba de decirlo, saludaba sin ganas a Nahuel, que hace poco comenzó a salir con nosotros y desconoce del tiempo que lleva ganar su confianza (mucho, ¡si nos habrá costado con Brandon que comenzase a saludarnos en la facultad!) 

Luego caminamos largas cuadras por el centro de la ciudad, yo iba del brazo de Brandon, sin ningún interés en él (tiene novia) sino que, admito que tal vez quería que Nahuel se pusiera un poco celoso. Supongo que lo logré, pero ese no es el asunto por el que me citaron ¿verdad? Nahuel caminaba a un costado de nosotros, mirando de reojo cada tanto a mi brazo aferrándose al de Brandon, y él caminaba detrás nuestro, como siempre. Es algo que no le importaba mucho, siempre le gustaba ir apartado pero nunca delante. Si pudieran analizar eso y luego contarme, me gustaría conocer los detalles, porque siempre me llamó la atención y estoy lejos de ser una psicóloga para saber interpretarlo.

Él estaba ahí, en su mundo de nuevo. Cada tanto debíamos repetirle lo que estábamos diciendo, porque si bien nos escuchaba, era imposible que pusiera atención. Generalmente, cuando hablaba, lo hacía con respuestas cortas y con una ligera sonrisa cálida, siempre dirigida a mí y a Brandon. A Nahuel ni siquiera lo miraba. Dudo que le importase a él, de todos modos. 

Aquí mi memoria se pone un poco borrosa, creo que nos detuvimos en una rotonda, que  tenía un arco cubierto por enredaderas y debajo había bancos, de esos para sentarse. La novia de Brandon llamó a su celular y él se detuvo a hablar un rato, un poco alejado de nosotros. Creí que mi emboscada a Nahuel se arruinaría, tras revelarse que Brandon tenía novia, pero creo que en ningún momento dejó al descubierto que la que llamaba era efectivamente su novia, solo la llamaba por su nombre: Celeste. Y sonreía mucho mientras hablaba con ella. Parecía entretenido y también parecía que se quedaría varios minutos hablando con ella. Nahuel aprovechó para sentarse al lado mío mientas esperábamos a que terminase de hablar y me sacó conversación. Sinceramente no recuerdo bien de qué hablamos porque en mis pensamientos no hacía otra cosa que festejar que me estuviese hablando de  cerca. Por su parte, él se había alejado, más de lo común. Estaba apartado, en otro banco, mirando a los jóvenes que andan en patineta por esa zona. Esperó a que Brandon terminase de hablar para volver a acercarse a nosotros. Cuando así fue, se acercó con pasos cortos, algo aniñados, cabeza gacha y no la volvió a levantar sino hasta cuando llegamos al café y nos ubicamos y levantamos la mirada al camarero, que nos preguntaba qué queríamos tomar. 

No hablamos de grandes sucesos ese día. Él estaba taciturno, como siempre; respondía corto, pero tierno, como siempre; se ofrecía a ayudarnos con lo que no entendiésemos de algunas materias, como siempre, incluso a Nahuel, a quien le habló más una vez sentados; todo fue como siempre, no nos dijo nada inusual, nada que nos sorprenda o que nos haga pensar que había algo más en su mente. Estoy casi segura de que esto se debía a la presencia de Nahuel, un extraño para él. Casi segura. De lo que sí puedo estarlo es que bastaba con la presencia de un solo extraño en el grupo para que él se inhibiera por completo y dejara de ser natural con el mundo. 

Alrededor de las siete nos despedimos en la misma plaza donde nos encontramos. Nahuel me preguntó si quería que tomase el colectivo conmigo (lo deja un poco más lejos de su casa) y claro que le dije que sí. Brandon le preguntó a él si quería ir a su casa a cenar. Raramente le contestó que no, a secas, sin ningún tipo de argumentos. Dijo "No" y todos quedamos en silencio por unos segundos. 

Nos despedimos y cada uno fue a su casa. 

Esa fue la última vez que lo vi hasta que llamó su madre una mañana, preguntando si lo había visto, si estaba conmigo, si había ido a la facultad la noche anterior. Y volvió a llamarme el otro día, y el siguiente...


































- ¿Qué estás mirando?
- ...
- Hey
- ¿Qué?
- ¿Qué estás mirando?
- A la gente... nada más
- Mañana termino con Celeste
- ¿Sí?
- Sí, esta vez lo digo en serio.
- ¿Y entonces?
- Entonces, no sé, salimos a la tarde y después... después vení a casa.
- Está bien
- Hay que buscarle un nombre al gato.










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