viernes, 19 de septiembre de 2014

El hombre muerto


El hombre muerto
(por Emilio Nicolás)





No se acerca el mediodía, si no las siete de la tarde. No hay puente golpeado por los pasos del caballo de un muchacho, ni pequeño llamando a mi nombre bajo la luz del asesino sol que se corta con un machete tajante (hasta la muerte muere)

Ni yo soy el sueño de Horacio. No, no es nada inventado y no estoy tendido en el suelo, pero estoy igual de cansado.

No, no hay mediodías ni espinas en mi vientre, pero el sofoco me mantiene vivo y cada segundo camina hacia atrás mientras yo lo miro. 

Todavía no son las siete y tu barbilla llovida se mueve y se mueve, se contrae y se relaja y yo la miro y no entiendo cómo el mundo sigue y yo estoy acá detenido, perdiendo mi tiempo, haciendo nada.

Mañana voy a organizar mis papeles, mañana voy a mirar uno o dos capítulos más de aquella serie, mañana voy a... 

Todavía no son las siete. Y debía irme a las seis. Y tus brazos de sangre grisácea y roja se siguen moviendo y el umbral me mira, esperándome y el alambrado de púas se cierra sobre mis pies. Tu sombra se funde con la mía y no puedo salir. 

Me hablás, me hablás... como si no pudieras leer mi mente.

Estoy tendido con el vientre entumecido, las palabras ahogadas y la sangre, toda junta, en la boca de mi garganta.

Y el caballo que no existe todavía no pasa y el niño sigue llamando mi nombre con una voz muda y el sol sigue quemando y me pregunto si serás tan inteligente como parecés para darte cuenta de que esto no es un cuento sobre otro cuento y que todo es un mundo de ficción, imaginario.

Y olvidate de que sean las siete. Sigo siendo un bulto en el suelo, encogido y vos seguís al lado mío, hablando y hablando. 

Hablando y hablando.

Siento el aroma de tu aliento ¡Tan cerca! ¡Tan vivo! pero es tarde para moverme, porque el puñal está bien clavado y yo estoy ya casi hecho. Te escucho y asiento. Vos querés ser el centro y yo te dejo. Intento resolver el enigma detrás de tu personaje y no lo encuentro. Te hablo con los ojos y vos me hablás del tiempo.

El tiempo.

¿El tiempo?

¡El tiempo!

Me resigno a festejar que ya son las siete y por fin muero por dentro. 

Finjo tener algo más importante en qué ocupar mi mente, que en tu eterno, molesto, inquietante y pendejo misterio.

Y como un errante me dispongo a caminar muy, muy, muy lento.


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