lunes, 30 de agosto de 2010

Prisión






Prisión
(por Emilio Nicolás)




Nuestras prisiones eran distintas, sin embargo parecían iguales desde adentro. Es gracioso que diga esto, jamás creí que tendría la oportunidad de entrar al menos un día. Desde afuera la mía es totalmente transparente, y por momentos me duele tanta exposición. No hay de mí que no se esconda a la mirada de los otros. Cuando duermo, cuando lloro y hasta cuando siento se puede percibir desde lo lejos. De todos modos con el tiempo me acostumbré a tanta exhibición. Aprendí que así es la composición de los ingredientes con que me amasaron y me dieron forma. Las flores desde la reja que dejaban mis amigos venían con recomendaciones del tipo "coloca unas cortinas" o "al menos tapa la mitad" y siempre les di la razón, pero por alguna razón me daba pereza buscar unas cortinas dentro de esta enorme prisión. Me pregunto si las habrá.
Lo bueno es que desde adentro yo podía ver el exterior y, aunque no podía ver del todo a otras personas a menos que se acerquen demasiado, tenía de consuelo el cielo nocturno para tirarme espalda al cristal y quedarme dormido así. Diferente era su jaula, que desde afuera no se veía muy bien, parecía sólida, de gris adulto y de piedra dura. Aunque admito que tenía algunos huecos desde los que podía vérselo siempre distraído,siempre entretenido y siempre de un extremo a otro. O estaba completamente alienado con su trabajo, contestando llamados y tecleando sin cesar, o estaba totalmente ebrio y desorientado como un niño que no sabe a dónde ir. Desde mi prisión podía verlo y a veces me quedaba noches enteras con la panza al suelo y los puños cerrados en las mejillas, preguntándome qué clase de pensamientos correrán por su cabeza tan extraña.

Mi capa azul, la había perdido hace tiempo, no porque quiera perderla, sino porque a menudo dejaba entrar a una pareja de roedores que tenían la costumbre de llevarse cosas cálidas para su madriguera y con frecuencia se los veía empujando algunas de mis ropas hacia afuera de la prisión y con una sonrisa la veía partir. Me gustaba pensar que al menos una parte de mí salía hacia afuera y servía de algo. Permanecería la eternidad como un nido que abrigaría quizás a muchas generaciones de pequeños roedores. No podía negarles tal honor.
Sin dar lugar a digresiones, mi prisión prácticamente se había metido en su prisión desde aquel día en que se hizo rotación y se amontonaron cerca algunas prisiones de desconocidos. Una, recuerdo, estaba hecha como un gran fuerte elevado y la primera noche que la vi intenté subirme a lo más alto de la mía para poder ver al menos quién se refugiaba del otro lado. No hubo oportunidad. Y sufrí mucho no sé si por aquel o aquella recluido o recluida, quizás mi curiosidad insatisfecha era motivo de un llanto caprichoso entre sábanas mientras detrás de mi espalda se elevaba tal fortaleza. Claro que esa clase de berrinches se iban con el tiempo y olvidaba aquellas figuras que imaginaba tan aprisionadas como yo, con sus pensamientos y sus miedos ocultos tras cuatro paredes. Por dentro quería alguien a quien no olvidar, alguien con su prisión tan transparente como la mía y que me permitiese ver más allá de los paredones, y creí que había encontrado al indicado cuando me incliné para espiar por el espacio que había detrás de esas gruesas paredes que lo dejaban mostrarse en su plenitud, tan lleno de carne y de huesos y de sangre. Algunos vellos en el rostro y otro tanto sobre la cabeza. Mirada fuerte y decidida. Ojos redondos y negros y piel morena y saludable. Verlo era un placer, espiarlo me divertía y soñar con él me hacía feliz. De hecho siempre fui feliz con tan poco. Despertaba en medio de la mañana imaginándonos caminando por las calles infestadas de gente que va y que viene sin mirar más que para adelante. Y lo imaginé cuidando mis pasos para que sean acorde a los suyos. Claro que fueron nada más que sueños. Una mirada tan adulta como la suya no haría más que caminar hasta la esquina y voltear hacia atrás esperando a que lo alcance para poder cruzar. No eran más que sueños los míos, nada más.

Y fue así como una mañana me descubrió mirándolo. Era mañana de fin de semana, estaba algo ebrio y con la mirada perdida, supuse que no notaría que estaba allí espiándolo y mágicamente de nuevo sucedió la rotación y nuestras prisiones quedaron una junto a la otra. Corrí al espacio que había entre la suya y la mía y extendí mi mano. Con algo de fuerzas tomó la mía pero jamás sonrió. Sonreí como niño y la solté. No era conveniente permanecer sí, algo de miedo infundía en mí. No sé si eran sus ojos, o su miedo el miedo que cubría el cuarto entero. No sé, pero una vez el párroco en una de sus visitas me dijo que yo era como una esponja que absorbía todo alrededor. Si percibía ira era ira lo que devolvía, y si percibía miedo, sería miedo el que se dibuje en mi rostro. Aún así, nunca quise soltarlo.

No sé por qué lo hizo, no sé si estaba aburrido o si se sentía tan solo como yo, pese a que nunca se lo veía solo, siempre estaba con algún amigo o quien sea. Ignoro, ignoro por completo. Pero con frecuencia se asomaba al espacio que lo dejaba ver hacia afuera y, como yo era transparencia pura, me veía siempre hacer lo que sea que estaba haciendo, ya sea durmiendo o cantando alguna canción sin prestar atención al mundo o intentando cocinar. A veces sonreía y me declaraba sus deseos de cruzar para hacerme compañía. Yo sonreía y sabía que eso era imposible. Dicen que el último paso antes de que nos liberen es convertir la prisión en una celda de vidrio, a la suya le faltaba un poco más que a la mía. Sin embargo yo, que peco de ingenuo y que por eso aún no puedo salir de mi celda, tomé sus expresiones de deseo como deseos de proyectos y así fue como cada vez que me iba a dormir no lo hacía sin antes dejarle un beso en la frente. Jamás supe que estaba pensando demasiado en su prisión y había descuidado un poco la mía. Y discutí con un ave que me vino a visitar la mañana siguiente, cuando espié y lo vi concentrado en otras cosas y lejos de querer conversar conmigo. El ave no dejaba de llamarme iluso, tonto, descuidado, ingenuo y enamoradizo. Me senté sobre la cama y vi con tristeza que el espacio ahora era piedra. El ave antes de volar, me susurró en el oído que lo deje descansar, que la razón por la que mi celda sigue siendo una celda es porque aún me cuesta tolerar. Los corazones no son todos iguales y algunos se mueven a diferente velocidad. Algunos tienen más miedos que otros. Otros confían más. Quizás que me diera la mano en la calle hubiera sido mucho soñar. Que me devuelva más que silencios se acercaba un poco más a lo ¿normal? Pero si dentro de mi cordura la locura es no soportar, que no todos son iguales y que no todos podemos coordinar. Mil lágrimas brotaron esa noche mientras la piedra seguía en su lugar. Deseé que asome de vuelta, que suelte el miedo que lo obligaba a construir ese paredón tan frío y que salga a la vereda a conversar. Quizás los dos, sobre el cordón y con la luna sobre nosotros podríamos llegar a algún acuerdo, algo que pactar, alguien que deba esperar, una promesa que con paciencia se llegaría a concretar, pero no obtuve más que el silencio de la noche y aunque no creo en dioses recé para que pueda superar aquella prisión dentro de su prisión, que no era mas que su propia mente atormentada que le impedía ver en mí aquel niño que no quería más que acompañarlo a atravesar lo que quisiera que quiera atravesar. Las ganas se metieron por mi chimenea como los espíritus del polvo que bajan en forma de lluvia y así me quedé con ellas, deseando que las cosas fueran distintas y nada más. Le dejé mil mensajes, no directos, porque nunca lo quise molestar. Este es uno de ellos, de hecho, para que sepa que, aunque me duele su frialdad y ver su frío paredón de piedra cuando le quiero hablar, en algo estoy fallando y por eso mi celda sigue en su lugar. Si en algún momento quisiera asomarse y conversar... no habría resentimientos. No más. Sólo espero que otra rotación no nos sorprenda y no nos vaya a alejar.







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