viernes, 27 de agosto de 2010

Cruzar la barrera





Cruzar la barrera
(por Emilio Nicolás)




Cuando uno es nuevo en muchos campos lo primero que va a pedir es tolerancia, consigo mismo y con el ambiente que lo rodea. Uno o dos errores son aceptables y el terreno es casi virgen. Los pies lo están pisando por primera vez y es natural que algún que otro balanceo al caminar desvíe la atención hacia el objetivo y despierte más dudas tanto en el participante como en el observante que dan lugar a inevitables prejuicios sobre la base de un "todo" que jamás va a darse a conocer del todo en las primeras intervenciones.

Algunos cayeron muy rápido, dolió ver cómo mi compañera a quien creo capaz en muchos ámbitos (en otros no la conozco) tuvo que abandonar la meta para volver a intentarlo el año siguiente. La abracé, me acuerdo, entre cigarrillos a la noche y camperas porque hacía frío. Y caminamos hacia la estación y una vez más, cuando se fue con su pelo siempre liso y su sonrisa a todo (a todo) miré mis propios zapatos, lustrados y negros y me volví a concentrar en mi camino.

Ser docente no es fácil, lo sería si siguiésemos todos el ineficiente método conductista o el reproductor que constan ambos respectivamente del clásico acción/reacción o el de asumir un papel de parlante que se limita a repetir mecánicamente los contenidos que previamente se bajan como corresponde según la trasposición didáctica.

Ser docente no siempre es ser docente. Al estar horas y horas como el centro de atención de treinta chicos en pleno proceso en algún momento se desbarata. Quizás en una tarde soleada se me da por mirar por la ventana mientras todos copian y miro a la alumna que tengo más cerca y le digo "qué ganas de salir por ahí" o "¡Cómo me dormiría una siesta!" y una sonrisa cómplice de "Yo también quisiera salir" alivia un poco la sensación de querer equilibrar más la balanza para el lado de la persona y dejar al menos un ratito, que descanse al profesor.

Y no estoy a favor de que la balanza esté de un lado o de otro, al contrario, el buen docente sabe equilibrar ambas para que los contenidos sean aprendidos, y sean procesados y sean transmitidos de la forma adecuada para que una mentalidad completamente distinta a la del docente pueda adaptarla según sus experiencias y sus parámetros de aprehensión y así llegar al entendimiento. No es fácil, pero la clave está en el vínculo.

Los alumnos no son cabezas una detrás de otra en pupitres, ni son apellidos en una lista ni son calificaciones. En estas semanas que llevo como practicante no sólo a mi profesora sino a mí también me asombró la habilidad con la que encontré a cada uno de los treinta y uno a una persona en particular, que tiene sus deficiencias y sus puntos fuertes y que tiene cada uno de ellos una manera diferente de acceder al conocimiento. Con algunos no cuesta nada. Antes de que termine el concepto las chicas "de adelante" ya se apresuraron a decirlo antes que yo. Y me miran sonriendo, orgullosas de su atención y de mis ojos que las animan a seguir así.

Están también "los de atrás" (increíble que en casi todos los casos el cliché nunca cambia) que charlan y se levantan pero que en algún momento te llaman tímidamente al banco para que les expliques de manera personal. No tengo problema, lo que quiero es que aprendan, sé que no es lo ideal, pero con animarlos a que participen más a veces funciona.

Los del medio tienen lo suyo, algunos trabajan, otros charlan sin detenerse y a veces tengo que "amenazarlos" para que me miren asombrados y me den pie a hacer algún chiste que los relaje. Casi siempre trato de asomar por la ventana un costado distinto. Reírme de mí mismo es una de las formas, cuando me confundo de nombres o cuando se burlan porque me obligan a quitarme los piercings para entrar al aula. La risa es sana y siempre es bienvenida y si contribuye a un clima más solidario no veo por qué evitarla. Al contrario. De esa forma me regalan más de una sonrisa cuando salgo a la calle y ya no me dicen "Profesor", sino "Emilio". Y mi trabajo está hecho.
Pero he aquí el problema. ¿Qué sucede cuando el alumno requiere más a la persona que al profesor?

Tengo una alumna distinta a las demás, son veinte en total. Me reservo el nombre porque no es importante, ¿Acaso la rosa dejaría de ser una rosa si dejamos de llamarla así? Esta pequeña de menos de un metro se hizo notar desde el primer día. Querida por todos y por todas, con un carisma impresionante y una chispa admirable. Siempre riendo, siempre hablando, siempre activa, con su pelo largo y lacio y su cara que le quita tantos años que parece de primaria.

El docente no sólo tiene que hacer equilibrio entre su rol de persona y de profesor, también existe un equilibrio a la hora de evaluar a un alumno. ¿Qué sucede cuando un alumno participa y no entrega trabajos? ¿Y qué pasa si sucede al revés? En la primaria, en la secundaria y aún en el terciario yo fui (y soy) de los que no participan en la clase ni por casualidad. Sólo miro por la ventana y pienso en volver a casa. Pero llega la hora de dictar consignas y poner una fecha de entrega y los mejores trabajos salen de mis dedos. Felicitaciones y ánimos a participar más y listo, el profesor no pide más.
Pero claro, se pide cuando el caso es el contrario. Esta alumna no entrega un solo trabajo, pero participa y lee y opina.

Luego viene cabizbaja a mi escritorio y me muestra la nota de su trimestre. Un cuatro. Le pregunto por qué, si es tan participativa y tan despierta.

"Por que no entregué ningún trabajo"

Y entonces la pregunta que no sabía que tenía que temer decir: "¿Por qué no entregaste ningún trabajo?" -le dije con una sonrisa. Y ella aún mirando al piso respondió: "Porque me la paso llorando..."

Y en ese segundo es cuando ves en los ojos que ni siquiera te están mirando, que está pidiendo ayuda, que necesita a Emilio y no al profe. Y entonces uno entra en una especie de pseudo pánico interno. ¿Qué hago? No puedo no preguntarle. Me está pidiendo que le pregunte. Me está pidiendo que la escuche. Tiene algo que decir y ¡andá a saber si lo cuenta, si se descarga, si alguien la ayuda a reflexionar!
Entonces sale sin pensarlo: ¿Por qué llorás?
Acto seguido no mira más al piso frío del aula, pero tampoco busca mis ojos, sino hacia un costado suyo. Mientras explica que su papá la abandonó hace más de un año. Que fue su cumpleaños hace poco. Que él no estuvo. Que lo odia. Que lo extraña. Que no deja de pensar.

Silencio entre los dos, no mucho. Porque soy compulsivo, porque digo lo que pienso, porque nunca dije que pienso correctamente, porque cometo errores todo el tiempo por ser así, transparente, pero así como transparente temeroso y torpe. Existen quienes me han agarrado la mano y dicho "No tengas miedo, tonto" y quienes jamás supieron entender y me dieron la espalda. Y mi padre fue uno de ellos.

Ah... Miguel... intento no pensarte- pensé. - Pero la situación lo requiere, no te sientas orgulloso, siempre que te menciono no es para tirarte flores.

Y la miré a los ojos buscando que los suyos encuentren los míos y le dije: -Mi papá me hizo lo mismo.

Emilio estaba en el aula y el profesor ahora miraba del otro lado de la ventana. Ella me miró y me preguntó: - ¿En serio?
Sonreí por dentro, creí que era el único desconfiado que necesita que lo abracen para sentirse seguro. Recordé cuando era chico y tenía la costumbre de imaginar que un viejo harapiento entraba por el cuarto en medio de la noche. Entonces corría a la cama de mis padres y les decía, textualmente "¿Me cuidan?"
Uno de ellos me abrazaba y así podía dormir tranquilo. Hoy la profesora orientadora y la legítima de los chicos contó cómo muchas cosas que nos suceden de pequeños quedan latentes en el inconciente y siguen vigentes aunque los años pasen.
Ella, con sus cincuenta y tantos años, quizás sesenta, tiene afición por los zapatos. No hay zapatería en cuya vidriera no se detenga a mirar detenidamente cada uno de los zapatos. Recuerdo que esta tarde lo contaba con sus mejillas enrojecidas y los ojos brillantes. Los chicos la miraban atentos y la escuchaban y sentían a Dora y no a la profesora. Era la persona, que contaba que de pequeña sus padres no tenían dinero para comprarle zapatos. En aquel momento usar zapatillas era motivo de burlas en la escuela, y ella, tan pequeña que era, se vio obligada a dar una lección frente al resto de sus compañeros, intentando esconder sin éxito sus zapatillas que evidenciaban que ella era distinta a los demás.
Pero nunca se lo dijo a la madre, primaba el deseo de cuidarla y de cuidar su integridad que sus anhelos de "ser parte". Y cuando hoy lo contaba sonreí. Por un momento pensé "quisiera encender mi celular" pero me distraje y seguí escuchando atento su anécdota. Era la persona y a ella los chicos la escuchaban más, creo, que a la profesora.

Y así debe pasar en cualquier caso. Porque ahí estaba, carismática y extrovertida, pero insegura y temerosa, preguntándome si de verdad me había ocurrido lo mismo.
Le volví a afirmar que sí, que mi papá nos dejó, sin un solo peso. Que aprendí a valorar más a mi verdadera familia, que siempre fue mi mamá, que siempre fue mi hermana. Él no. Él volvía de trabajar y me preguntaba cómo se llama mi carrera todos los días. Luego, cuando aprobaba un final, me preguntaba cuánto me faltaba para recibirme.
"A mí tampoco me dejó nada", me dijo "me corresponden dos televisores y la computadora, pero no, se las llevó, es una m..." y es textual, porque ni siquiera se animó a llamarlo "mierda". Por el afecto que seguramente aún conserva. Porque imagino que con mis veintidós años me llevó tiempo asumirlo y decirme a mí mismo "ahora no tengo más un papá, no lo tengo más" ¿Entonces qué queda para una cosa tan chiquita como ella?
El padre que estuvo durante años seguramente llenándola de regalos y de cuidados ahora no estaba más. ¡Y en plena adolescencia! Momento en que el niño no tan niño olvida su cuerpo de niño, olvida su rol de niño y olvida el rol de sus padres como "los protectores y dueños de la verdad"
Pero olvidar a un padre por completo a esa edad debe ser otra cosa. Seguramente lo sea. ¿Será una fuga? Por ahora en ella no parece serlo. Recuerdo cuando estudiamos las famosas fugas, aquellos acontecimientos fuertes para la vida de un adolescente que lo obligan a convertirse en un adulto de un día para el otro. Como quedar embarazada en plena adolescencia, por ejemplo.
Sin embargo ella parece tan despierta y tan niña, poniéndose a llorar de emoción cuando cuento historias. Hoy les conté la historia de Nievecita, la muñeca de nieve que cobra vida y muere en el fuego por querer hacer amigas nuevas. Todos quedaron en silencio, aterrados por el final, pero ella ahí estaba, con sus lágrimas y su risa nerviosa. Siempre niña y siempre sensible.

"¿Sabés una cosa?" seguí "La familia no siempre está definida por la sangre, es algo que aprendí hace poco y que me alegra haberlo hecho para decírtelo hoy. La familia la integran los que están con vos, los que quieren verte bien, los que luchan todos los días al lado tuyo. Seguramente tu mamá hace eso..."

Casi se pone a llorar, no era mi intención, pero me dijo un "Sí" fuerte y claro. En ella, de hecho, hay fuerza, la reconozco, la veo cuando llega y me saluda con un beso en la mejilla que hasta me la golpea. Las lágrimas vienen y se van. Las lágrimas son buenas, la fuerza es lo que importa. Es lo que importa tener. Y a ella lo sobra.
El profesor golpeó la ventana cuando vi que estaba en el aula y no en otro lugar. Así que lo dejé entrar y dije:

"Hagamos una cosa... la semana que viene, sabés, tomo una evaluación.... Quiero que estudies, quiero que aprendas todo lo que estamos viendo que no te cuesta, porque pariticipás y con ganas, y entendés todo. Entonces quiero que estudies y que apruebes.... y si te sacás una buena nota... yo me olvido de que no me entregaste los trabajos..."

Nos quedamos en silencio los dos. ¿Haré mal? ¿Haré bien? ¿Mi trabajo se limita a decir: VOS TENÉS UN UNO, VOS UN DIEZ? ¿No puedo preguntarme por qué? ¿No puedo preguntarles por qué? ¿Qué los hace perder la concentración? ¿En qué ocupan más tiempo pensando?
Me dijo que sí. Y de paso se le dibujó una sonrisa...

Sonreí también.

Me dijo "Mi papá dice que mi mamá y yo somos unas buenas para nada, pero le voy a demostrar que no es así"

"Así se habla" le dije. Y unas compañeras que miraban de lejos corrieron a abrazarla.
Me dolía la cara. Eso suele pasarme cuando tengo ganas de llorar y tengo que aguantar.



Paciencia. Tolerancia. Oídos. Labios. Humildad. Corazón. Comprensión.
En el aula, en donde sea, tenemos que saber que todos somos quienes somos por alguna razón. El repertorio de experiencias no es el mismo en nadie. Y eso nos forma. Y no todos somos iguales. Y si no nos escuchamos, no nos toleramos y no nos ayudamos a cambiar, va a ser difícil avanzar.



Ella se fue, del brazo de sus amigas.


Y yo me fui.
Solo, pero feliz.











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