viernes, 18 de septiembre de 2015

A Claudia



A Claudia
(por Emilio Nicolás)





Por acá los chicos juegan en el patio del recreo y yo espero a que entren para otra que otra jornada de trabajo continúe. Desde que ocurrió todo ahora trabajo más, podría decirse que son muchos, los que ahora tienen que agradecerle a su hijo mi disponibilidad más amplia, empezando por mí. Aunque solo sería una excusa para volverlo a ver ¿sabe?

Desde la ventana veo al sol radiante y siempre que percibo sus rayos de luz, infiltrándose entre las ramas y hojas de algún árbol pienso en el río... o mejor dicho, en un río, uno cualquiera. No, uno cualquiera no, uno donde hayamos estado alguna vez, y lo pienso caminando, así medio torpe, apresurado, como solo sabía caminar, y lo pienso con sus lentes de sol que me causaban gracia. Lo pienso, todo el tiempo.

Seguramente ahora la estoy utilizando como una excusa, una ventana para asomar la cara entera, con los ojos cerrados, y volverme a esconder. No quiero saber nada. Nada de nada, pero quiero estar ahí, de nuevo, quiero volver. Cuando, por las noches, me recuesto en la completa oscuridad sobre mi nueva cama (oh, sí, tengo una nueva, de dos plazas de hecho, ¡Todo el cuarto está nuevo) imagino de golpe, de nuevo, su entrada... la de su casa. Imagino el portón, completamente cubierto, imagino las macetas justo frente a mis ojos, y la ventana siempre con la persiana cerrada. Imagino la pesada puerta, con la cerradura rota, imagino el garage, la ropa colgada, el aro de basket... y sigo caminando a mi izquierda y salgo a la luz del sol... el baño detrás mío y por delante su puerta. Y tiemblo 

¡No sabe cuánto tiemblo! ¡Miles de preguntas van y vienen, de nuevo! ¡No me dejan en paz!

¿Cómo fue capaz? Pasaron tantos años, tantos días, tantos momentos en que, en cámara lenta bajo el sol de algún verano yo acariciaba su brazo y dialogábamos sobre alguna pavada, yo lo aconsejaba para que no fuera tan ingenuo, yo lo miraba a los ojos cuando le hablaba. Yo no me acercaba mucho, en realidad, no corría a abrazarlo ni lo besaba, pero ¡Cuánto puedo jurarle! Cada segundo al lado suyo yo me sentía seguro y pleno y ahora no hago más que taparme hasta las narices y pensar de nuevo en cada centímetro de la casa y temblar de miedo.

¿Acaso el mundo es así de siniestro? He de decirle que si el mundo aún me da razones para recordarme lo filosas que son sus rosas, yo todavía no me pongo los guantes de cuero, riego las plantas con mi sangre y las dejo florecer, mientras las miro de lejos. Quizás sea el equilibrio perfecto, ¿será? 

Para algunos el destino es incierto y para otros... para otros acaba siempre igual, y nos esforzamos por no saberlo. Me pregunto cómo estará su pierna ¿está haciendo el tratamiento? Acá vienen los chicos a saludarme ¡Como si fuera que no nos hubiésemos visto antes! Si me viera, ahora, Claudia, usted, que me dijo alguna vez que yo era como su hijo, ¡Cuán orgullosa estaría en este momento!

Lo difícil de todo esto es elegir extrañar y no querer acercarme, porque el miedo no se va, porque su hijo tampoco, de mis recuerdos ¡Y mire que lo intento!


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