martes, 6 de agosto de 2013

La culpa es de la bruja



La culpa es de la bruja
(por Emilio Nicolás)




Puede sonar un poco inmaduro, pero es acertado. Estoy en condiciones de echar toda la culpa a esa brujita de metal que llevo en la cartuchera grande antigua
.
Podría culpar al oso de felpa que compramos en un día impar de un mes impar a una hora impar, pero no. El oso no es. Aún cuando sonríe malévolamente cada vez que alguno de los dos se enoja con el otro.

Podría culpar también a la maldición familiar que todos llevamos a cuestas. Todos y cada uno de los miembros. Es como si la reconociéramos sobre nuestros hombros y nuestras miserias se saludasen cuales dos viejas conocidas cada vez que una hace presencia frente a la miseria del otro.

Pero no, no. He sabido llevar la mía con tal orgullo, que creo que se ha cansado de  tentar mi paciencia.

Podría culpar a la maldición de tu familia, vestida con las sábanas blancas de una imitación burda y poco vivaz (qué irónico) de un fatigado y sumiso en patetismo Sir Simon. Pero creo que, con todo este tiempo que me ha visto dormir bajo los techos que cubrieron el vapor de su sangre, se ha acostumbrado al nuevo rostro, uno de seguro bastante familiar (o acogedoramente acoplado, si no) por el que, hasta me atrevería a decir que podría sentir pena, razón por la cual no se atrevería a cometer acto alguno en mi (o nuestra) contra.

Y casi podría culpar a tu pesimismo constante, que vomita y alimenta al mío en una simbiosis interminable de lamentos y frustraciones que ahora mismo hacen que mi espalda se quiebre en varios pedazos. Pero no.

Es esa brujita de chapa, con no sé cuántas inscripciones jeroglíficas atrás, que mi vieja compró para la “buena suerte” a alguna revista de esas que miran las mujeres para encontrar alguna necesidad con dejos místicos, en las peluquerías o confiterías anticuadas, ya sabés.

Cuando me la obsequió yo era adolescente y todo me salía mal (o quizás todo me salía mal porque era adolescente) y ni bien un día de rabia la miré, con su diente salido y el flequillo tapando esa vil mirada que goza del mal ajeno, la hice desaparecer.

¿Por qué se me dio por revisar a fondo mi cuarto, encontrarla y meterla en la cartuchera que llevo conmigo a todos lados? Puede sonar inmaduro, pero es acertado. La culpa es de la bruja







No hay comentarios:

Publicar un comentario