domingo, 13 de enero de 2013

Time machine









Time machine
(por Emilio Nicolás)






Si no hubiese estado tan distraído mirando el mar...

Pero es que, entonces lo vi con otros colores, es decir, con todos los colores que pudieras imaginar, no pude evitar hundirme en él, aunque no estuviera sumergido de todas formas. Si lo hubieses visto de la misma manera, entonces quizás ahora podría responder.

Sé que te va a molestar que te lo diga, pero desde entonces todo está tan confuso en mi cabeza, que cuando intento recordarte a vos, o recordar aquel momento… en lo único que pienso es en el caos, en el desorden, en miles de cosas arremolinadas, girando hacia adentro... las pulseras anticuadas de la abuela, el babero amarillento, aún con algo de baba, los cientos de gatos del parque, las historietas, las notas de mamá, los dibujos que te hacía, y el vaso que esa noche sostenías, aún con algo de líquido bailando, encabezando la fila hacia abajo. Todos, tormentosamente hundiéndose. 

Después te recuerdo saltando directo al mar, de espaldas. Y ese es mi recuerdo más grato, aunque sea como una fotografía de un momento que jamás viví. Porque sé que no la tomé. Ya sabes, seguramente, lo que pienso de las cámaras y su manía de atraparnos en el tiempo, de sujetarnos con cadenas… y también lo sé porque yo no estoy en la imagen. 

Eras el más alto del trío que conformaba la fila, y aunque no puedo acordarme de tu rostro, no sé por qué, lo imagino feliz, humedecido, brillando por el reflejo del sol que va directo a las miles de gotas en tus mejillas y estalla en ellas. 

Pero de ese día... ah. Solo te veo sentado sobre la arena, que estaba algo espesa, porque la marea estaba alta y a cada momento nos hacía cosquillas en los pies y ablandaba el suelo. Yo no quería mojarme, la tarde estaba algo fresca y no tenía ganas de sacarme las sandalias. Vos ya te habías mojado hasta el torso. Los vellos bermejos de tus piernas resplandecían con el sol, como si fueran de oro.

Vos hablabas, pero no podía entender absolutamente nada de lo que decías. Todo era el mar, todo eran los colores, los cientos de colores que se escabullían hacia todas partes, inquietos, muy inquietos...

No puede ser que recuerde más a esos colores que a aquello que me preguntaste... sé que suena desconsiderado, pero soy lo más honesto que puedo. Te respondí murmurando, mascullando palabras que, creo, siquiera existen. Me miraste extrañado y yo entonces desperté del letargo que tenía estando despierto. A los dos minutos ya no estabas más, y los colores también se habían ido.

Lo que sigue después... ya no lo retengo.

Olvidé la forma de tu nariz, olvidé el color de tus ojos, de tus cejas, de tus pestañas, olvidé tu pelo, que supongo será de cobre, de brillante cobre. Olvidé cómo eran tus manos, también, quizás nunca las haya tocado. No puedo estar seguro. Solo estás vos, ahí, paralizado en el tiempo, con las rodillas dobladas, la espuma explotando a tus pies, que flotan en el aire. Se pega en algunos de tus dedos, acaricia tu cintura, se divide en muchas burbujas que toman aire para volver a la masa azulada debajo de todo aquello. 
Tus brazos doblándose conduciendo al extremo: tus puños cerrados, como golpeando a la marea, que está detenida en el tiempo. Y tu espalda quemada por el sol, larga y delgada, y nada más recuerdo.

Algunos de mis allegados recuerdan tu nombre, porque según ellos, lo mencionaba todo el tiempo, y te ponía mil apodos que me ayudan hoy a dibujarte de nuevo. Pero no me sirve, quiero verte, quiero volver a ese momento. Estabas hablando y el mar también me hablaba, y su voz era más fuerte y enmudecía tus palabras. Lo siento tanto, pero no puedo volver atrás el tiempo.

Nadie supo decirme tu ubicación exacta, y en el fondo creo, que si quisiera realmente encontrarte ahora podría hacerlo. Pero considero que no es el momento.

Aún así, haciéndome el tonto, como siempre me manejé por esta vida de vaivenes y de misterios, haciendo que en algún momento de nuestras vidas mi destino recayese sobre tu cuerpo… así giro mi destino como si no fuese a quererlo, lo llevo a tu dirección e invoco a la mano más azarosa, para que nos crucemos, casualmente, tal vez sin playas, tal vez con ríos, de nuevo.

Si no hubiese estado tan distraído mirando el mar... quizás ahora, que lo necesito, recordaría tu rostro.







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