jueves, 3 de enero de 2013

Necesariamente egocéntrico




Necesariamente egocéntrico
(por Emilio Nicolás)







Y te miro dormir y quisiera protegerte de absolutamente todo. De todo. De tu seno, de vos, de mí. Te miro dormir tan frágil y olvido mi propia debilidad. Te acaricio el pelo, admiro tus rasgos, delicados, sencillos, inocentes. No puedo evitar llorar en silencio, para no despertarte. Lloro mucho, pero no se nota. Me siento un idiota.

Te movés dormido, como siempre. Suspirás. ¿Quién sabe qué estarás soñando? Un brazo se levanta y rodea tu cuello, el otro se acomoda despacio sobre el borde de la cama. Doblás tus piernas, las extendés, las flexionás… y tu cuerpo se ensancha por toda la cama. Sonrío. Pero aún abatido.

Desarmo el sillón, que se convierte en cama y en silencio, aún, te veo por última vez, antes de cerrar los ojos. Está claro que hoy no podemos dormir juntos.

En soledad, aunque aún con vos, veo a las sombras abarcarlo todo suavemente, casi como acariciando tu techo, que se está rasgando de a poco, y me pregunto si estarás debajo cuando termine por desmoronarse. Me pregunto si estaré allí también. Y el mismo silencio que me invade me responde. No puedo dormir, me aterra la idea de mañana. Abro los ojos. Allá los gritos de hace unas horas se ahogan despacio y se hacen agujas, que se clavan y dibujan manchas que no puedo quitar. Mi rostro aún sigue hinchado. Y solo pienso que te quiero salvar, ¿Pero de qué?

Entrecierro los ojos, los vuelvo a abrir, giro la cabeza, que me duele mucho. Mucho.  Quiero saber si estás bien. Las rejas del sillón que se hace cama enfrían mi piel cuando la rozan. Las sujeto, presiono los dedos como si fuesen barrotes de una prisión que yo mismo mandé a construir. No puedo salvarte de la ignorancia de los hombres. No puedo salvarme ni a mí mismo. Quisiera, pero no puedo. Volvés a suspirar. Estás cansado, aún dormido. Las aves empiezan a declarar el comienzo de un nuevo día. Me pregunto qué será de vos mañana. Me pregunto qué será de mí. Y vuelvo a llorar en silencio.

Y quisiera arrancarte de todo, arrancarnos de todo. Quisiera sacarte de todas y cada una de la ramas de la enredadera que te sujeta los pies, y que ahora me encierra despacio, desde que decidí acompañarte por este… ¿Camino? 

Pero para esto estamos, ¿o no? Estás en silencio, porque otra respuesta no podrías darme. El brillo de tus ojos seguirá contemplando el mismo enemigo una y otra vez, y yo no puedo ser tu héroe, ni vos podés ser el mío. Egoístamente imagino un universo en el que yo no soy yo, y vos no estás, y nadie más está. Aprieto mis ojos, como si quisiera meterme por completo dentro mío. 

Suspiro, porque a fin de cuentas solo me tendré por siempre a mí mismo, el resto no es eterno, es algo finito. Mañana te despertaré con mi mala cara, la de siempre, esa que te hago soportar, te contestaré mal y permaneceré agazapado, bajo las mantas, mirando a la nada, evitando tu mirada. Intentarás hacerme sonreír, como lo intentas siempre, pero no lo conseguirás. 




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