viernes, 19 de octubre de 2012

Desde arriba



Desde arriba
(por Emilio Nicolás)



Cuando se recostaba en sus piernas y miraba su mentón con algún que otro vello, él era todo. La majestuosidad con que lo sostenía y la delicadeza con que parecía tomar con los dedos, cual pequeño de pocos días, cada una de sus tensiones y hacerla desaparecer.

Los cinco alargados trepaban, suaves, por su espalda, provocándole pequeños y breves momentos de cosquillas. Y ascendían a su corto, cortísimo cabello y rasguñaban y rasguñaban con la misma finura, con el mismo amor. Cerraba los ojos y por momentos los volvía a abrir para volver a ver su mentón, y las pupilas de sus ojos dirigidas a su cabeza, como concentradas, dedicadas pura y exclusivamente a su bienestar.

Cuando se ponía de pie, con esos alargados zapatos y tenía que inclinarse un poco para estar a su altura, él era tan frágil como un niño caprichoso de cuyas inquietudes infinitas nadie quiere hacerse cargo. Sus brazos presionaban bajo sus axilas, asfixiantes, denigrados, intentando alcanzar su cuello sin éxito. Le dolía la espalda si mantenía aquella postura para permanecer cerca de su calor, y tenía que enderezarse cada tanto para evitar el malestar.



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