sábado, 13 de agosto de 2011

A mí siempre me toca la peor parte




A mí siempre me toca la peor parte
(por Emilio Nicolás)






Me pregunto, entonces, si la clave para acelerar el tiempo está levantando mi cabeza, fijando la mirada en las nubes que se empujan y se mezclan con pereza. Puedo prever sus movimientos, puedo saber cuánto tiempo ocultarán al sol y cuándo volverán a descubrirlo y volverlo a tapar. Pero todo me resulta tan lento. Me pregunto, entonces, cuál es el método para adelantar los minutos. Quizás si bajo mi cuello y me concentro en los autos, que pasan veloces hacia distintas direcciones. Si intento detener mi mirada en uno de ellos y seguirlo con los ojos. Conseguir que sea nítido y no un simple color luminoso que desaparece. No... eso congelaría al tiempo. Creo. Necesito que pase. La gente que camina no me ayuda. Pensará otra cosa. Nadie celaría a un grupo de autos o a un grupo de nubes que se mueven. Mirar personas es otra cosa.

Él no deja de hablar, está comentándome acerca de la última banda que conoció hace poco y me está preguntando si me gustaron los videos que me pasó mientras conversábamos, cada uno en su casa, la noche de antes de ayer. Si tengo que ser honesto, creo que de cada uno de los temas habré escuchado diez segundos. No entiendo por qué pretende que me guste su música ¿Cuál es el punto?

Me está preguntando qué tema me gustó más, si Velocity girl o Chasing cars. No recuerdo ninguna de esas dos canciones. Me pregunto si realmente me las pasó o si me está confundiendo con otra persona. No puedo cuestionarlo, entonces evidenciaría que dudo de mí mismo. Y él dudaría de mí. La verdad es que últimamente estoy tan aletargado, que siento que todo pasa rápido, como esos coches. O lento como esas nubes, y todo lo que puedo retener es el ahora y nada más. Me gusta el título del segundo tema, fue como si una señal bajada por una mano divina estuviese diciéndome que Chasing cars es lo que tengo que hacer. Sigo mirando a los autos. Decidí que no volveré a subir la cabeza a mirar las nubes, que ahora son más.

Le contesto que el primero era bastante quieto para mi gusto, y que el segundo, si bien también era una balada lenta, me había gustado. Me sonríe. Supongo que esa sonrisa tiene algo de frustración pesando en los labios. Como si en realidad quisiesen tironear hacia el otro lado y dibujar una mueca de decepción. No quiero averiguarlo.

Ahora estoy manoseando el bolsillo de mi mochila, moviendo los dedos para todos lados, tocando papeles, envolturas de golosinas, las llaves. Encuentro el encendedor violeta y lo dejo sobre el escalón en que estamos sentados. Ahora encuentro el paquete de cigarrillos y saco uno. Lo enciendo. Él me mira. Lo miro, por un segundo, creo, o dos, pero más no. Tiene la palma de su mano derecha apoyada en su rodilla, la cual está flexionada y termina en el segundo escalón, si se cuenta desde arriba. No sé de dónde sacó esta escalinata, pero me encanta. Me siento con el control total, del cielo, del suelo abajo mío dibujando colores que van y vienen y que, a medida que anochece, toman más y más brillo. Pienso que es un poco tarde para volver a casa, pero también pienso que no quiero terminar en la suya.

Después de un silencio de no sé cuántos minutos él retoma la conversación, que parece más un monólogo. Me sigue hablando de lo que le producen esos temas. Ojalá me produjesen lo mismo. Me dice que en este momento se siente igual que en Chasing cars, olvidándose del mundo, junto conmigo, los dos sentados en soledad una tarde de verano, a lo alto de una gran escalinata, mirando al patético mundo seguir con su ritmo.

Admito que fue romántico lo que dijo, pero no conozco esa canción, ¿Cómo puedo compartirlo? Lo miro sonriendo, juro que doy lo mejor de mí pero en cuestión de segundos ya le aparto la mirada y mis labios descansan de la tortuosa sonrisa aparentada. Me quedan doliendo.

Él me toma de la mano, como si no le importase que alguien nos viese. De todos modos no hay gente cerca. Y yo suspiro. Y me llevo el cigarrillo a los labios. Sé que no le gusta que fume. Quizás si doy pitadas cada vez más seguido evite la parte en que tengo que besarlo. Tenía razón. Volvió a alejarse unos centímetros de mí y ahora me pregunta si quiero pasar la noche con él.

No sé por qué me distraje tanto, debería estar tomando el próximo tren a casa y llegar y tirarme en la cama hasta quedarme dormido. Sin embargo sigo acá, y ya es un poco tarde para volver solo. Acepto su invitación, pero en el camino de regreso a su departamento estoy callado. Agarro fuerte las cintas de mi mochila mientras camino, miro a los ojos de las personas que se cruzan en nuestro camino. Los suyos no, aunque me parezcan hermosos.

Mientras estamos en las últimas cuadras de Arias, caminando más y más lento, aunque apuro mis pasos lo más que puedo, me comenta acerca de su proyecto con no me acuerdo cuál grupo, para aprobar no sé qué leyes para no sé quiénes. Su voz es como una melodía en otra lengua que se materializa y baila en torno mío, haciendo figuras circulares y ondulantes. Y yo intento apartar mi rostro de ellas. Me habla sobre su vegetarianismo, o como se diga, me habla de Beastie Boys, me habla de las películas de Larry Cark. Yo no entiendo nada. Tampoco entiendo cuál es el punto de pretender que me acople a su universo. Siento que el mío se desmoronó tanto que no tengo derecho a abrir la boca y comenzar con mi lista de pertenencias, o de identificaciones, aunque las tenga. No le encuentro sentido.

Él sigue hablando, aún cuando estamos entrando al edificio.
Dentro del ascensor se calla y me sonríe. Nota un poco mi descontento, o al menos eso creo. Me toca la punta de la nariz con uno de sus dedos mientras sonríe. Siento pena por él. Siento que intenta animarme e intenta convencerse de que todo está bien. Retoma su monólogo con un "Entonces..."
Sigue hablando de Larry Clark, menciona Kids. Recuerdo haber visto esa película, me desagradó tanto. Sin embargo conozco a alguien tan fanático como él parece serlo, de ese mismo director. No me acuerdo bien cuál era su nombre. Recuerdo que era un muchacho de una edad similar a la mía. Lo conocí en la Universidad de Bellas Artes. Recuerdo que al principio me había gustado mucho, pero luego ocurrió lo mismo que estaba ocurriendo con él ahora mismo.

Dejé mis cosas en el primer sillón que divisé y me puse a recorrer su casa entera. Videojuegos, aunque no de los que me gustan. Novelas, muchas. Eso es bueno. Pero detesto a Camus. Cuadros preciosos, pero seguramente no de los que tendría en mi hogar, si es que algún día podré tener un edificio que pueda llamar "hogar". Él prepara algo de comer y de tomar, me pregunto con qué vegetal saldrá de esa cocina. Detesto los vegetales, también me pregunto por qué a los vegetarianos uno los imagina comiendo nada más que vegetales. Deberían cambiarles el nombre, deberían ser... "no come carnes" o algo así. No tengo mucha imaginación ahora mismo. Escucho que silba en la cocina y quiero estar en otro lugar.

Por otra parte... me agrada no estar en casa. Siempre fui un explorador desinteresado. Estoy seguro de que no voy a volver. Estoy seguro de que en un año, quizás, lo cruzaré por la calle y no lo reconoceré. Pero ahora ¿Qué más da? Él me habla desde la cocina, parece alegre, o al menos parece intentar estar alegre. No lo estoy ayudando. Me siento mal conmigo mismo, pero a su vez tampoco me interesa cambiarlo. Lo hago, pero por inercia. Me acerco a él y tomo una papa frita de la mesada, mientras vierte varias de un paquete rojo. La mastico pensando "Bueno, ahora no tengo tanto aliento a cigarrillo" y lo beso. Muy apenas, pero lo beso. Ahora se lo ve más animado. En fin.

En la cena estoy totalmente ido, como rápido para terminar mi plato de ravioles de espinaca rápido y terminar en su cama dormido. Él me habla de Eli Roth. Me habla de las películas en que participó, de lo mucho que le gustan sus actuaciones. Conozco al tipo... ¿Cuándo hizo un protagónico, al menos? ¿Por qué tanto interés? Recuerdo que a ese chico de la Universidad de Bellas Artes también le gusta, y creo que en el mismo nivel que él. Yo, por mi parte, no le encuentro sentido.

De la nada empieza a llover sobre la ciudad. Y fuerte. Me asomo al balcón para mirar. Me pregunto si habrá alguien en casa que se encargue de entrar a los animales. Siempre que salgo me preocupo por ellos. De pronto aparece y me abraza por detrás. Siento sus manos cálidas alrededor mío. Quisiera que me suelte. Me dice que le encanta la lluvia. Yo por mi parte la aborrezco, pero le contesto que a mí también me gusta.

Ahora estoy sobre su cama, o más específicamente sobre él. Casi sin energías, mientras amanece. Todavía se escuchan algunas gotas repiqueteando en el pequeño techo del balcón. Pero la tormenta se fue. No entiendo por qué charlamos tanto durante la madrugada. Son las siete de la mañana. Me duele tanto el cuerpo, sin embargo ahí lo tengo, quizás con lo que en el fondo pretendía, o quizás no. No sé. Parece buen chico.

Me mira sonriendo mientras me toma por la cintura y yo me muevo a su ritmo. Despacio, aletargado. Necesito que termine de una vez. Transpiro y la humedad de la mañana no me favorece mucho. Seguramente cuando termine le voy a pedir que me deje darme un baño. Realmente espero que no me acompañe. Su ritmo se acelera. Presiona fuerte sobre mí mientras mueve su ingle y la erige cada vez con más fuerza y más elevación. No entiendo por qué no siento ninguna clase de dolor. Sólo agotamiento. Y siento a mi cuerpo como a un pedazo de goma inerte. Un suspiro acompañado de un gemido me hace entender que terminó su parte. La mía siquiera había empezado.
Levanta la cabeza y se queda con los ojos cerrados, respirando agitado hasta terminar calmándose.
Me abraza. Dios, no quería que me abrace. Ahora me agradece por haberlo acompañado toda la noche. Yo pienso que debería decirle: No fue nada, me encanta trasnochar, seguramente ahora en el tren me quedaré dormido y andá a saber si llego a casa. Le digo que no fue nada mientras deslizo mi mano por su espalda grasosa.

Ahora estoy en su ducha. Su bendita ducha. Me paso el jabón por todos lados. Por todos. Me pregunta si estoy bien. Quizás mi respuesta sea el pie que necesita para meterse conmigo. Le digo que estoy casi por salir. Me dice que me espera. Me río solo. Las cortinas me protegen. Puedo reír y hacerle muecas y no se enterará.
Salgo un poco más animado. En cuestión de minutos estoy más enérgico que nunca, corriendo por las escaleras de su edificio con mi mochila en la mano. Cuando atravieso la puerta de entrada la coloco sobre mis hombros y comienzo a caminar a la estación del subterráneo. Él está en su casa durmiendo, ahora mismo.

El subterráneo llega. Traspaso sus puertas sonriendo, con la vista algo nublada. Estoy solo en el vagón, preguntándome por qué.

Su bondad, su entrega desmedida, sus ojos tiernos, tiene tantas virtudes que no soy capaz de reconocer. Quizás el problema no sea él, quizás soy yo. Pero la realidad es que no puedo dejar de poner un muro tras otro entre él y yo.

No me gusta esa banda cuyo nombre no me acuerdo, no me gustan las películas de Larry Clark, no me interesan las participaciones políticas y ojalá fuese vegetariano pero me fascina el sabor de la carne. Miro al piso. Sonrío aunque no quiera hacerlo. ¡Qué más da! No tengo nada que perder. Si vuelvo al punto de partida sigo siendo el de siempre, con los mismos viajes y los mismos rostros que rotan cada semana. Al menos me sigo teniendo.

El teléfono vibra. Seguramente es un mensaje de él.
Peor. Me está llamando.
No atiendo.
En no me acuerdo cuál estación se sube el muchacho de la Universidad de Bellas Artes, el mismo al que evoqué toda la noche por encontrar sus gustos parecidos al de "aquel".
Me saluda excitado. Yo apenas puedo levantar la cabeza sin marearme. Pero como soy tan bueno fingiendo y estoy tan acostumbrado, no se lo hago notar.
Me pregunta de dónde vengo.
Le digo que de la casa de un amigo.
Me pregunta si es un amigo o algo más.
Le digo que un amigo. Nada más.
Le digo que estuvimos conversando toda la noche, sobre nosotros, porque apenas nos conocemos hace poco, y que me recordó mucho a él.
Le pregunto si quiere su teléfono y me dice que sí.
Se lo dicto mientras el viento que provoca el subterráneo en movimiento entra por la ventanilla y me despeina. Me siento fresco. Sonrío.
Él lo agenda y me pregunta ¿Y qué le digo?
Le contesto: - No sé, que hablaron hace mucho y tenías su número guardado. Inventá algo. Sos un chico creativo. Seguro algo se te va a ocurrir.
Me despido de él.
En una hora y media o dos ya estoy en casa.
Dejo la mochila, que ahora me parece más pesada que nunca.
Tenía el video Chasing cars completamente cargado en el monitor de la computadora. Sólo faltaba reproducirlo.
Me senté, fatigado, y lo reproduje.
Creo que es uno de los videos más tiernos que ví en mi vida. Lo recuerdo.
Me pregunto si es muy temprano (o tarde) para enviarle un mensaje y decirle que ahora sí escuché el tema. Y que me gustó mucho.
No tiene sentido.
Borro su contacto del celular y me voy a dormir.




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