Dijo el vampiro
(por Emilio Nicolás)
(por Emilio Nicolás)
Escapémonos, escapémos entonces, dijo el vampiro.
El azul de sus ojos se hizo más y más celeste mientras de sus labios asomaban filosas sus filas de dientes.
Una expresión entre peligrosa y sensual, que me producía escalofríos y a su vez me hacía ebullir la sangre me hizo sonrojar y lo miré, y me miró, y mi mano derecha apretó mi antebrazo izquierdo y de inmediato mis ojos se fueron al suelo.
Escapémonos, si no crees que puedas con esto vámonos, dijo el vampiro.
Un ráfaga de pocos segundos le siguió al instante que cayaron sus palabras. Algunas hojas algo secas, algo verdes pasaron por en medio de ambos. Miré al cielo negro.
Entre nosotros los edificios viejos de una ciudad que estaba durmiendo. Pocos autos asomaban por las calles de piedra, las ventanas estaban cerradas y los perros en silencio.
Escapémonos, no lo pienses más, yo tampoco puedo con esto, dijo el vampiro con tanto miedo.
Volví a ver sus ojos, ahora casi blancos, que me dejaron tieso. Me miraba tan triste, pero tan decidido, tan enamorado. ¿Lo estaba yo también?
Me mordí el labio de abajo y me pregunté si de tener colmillos me haría daño a mí mismo. Todo quedaría decidido después de que yo hable, pero no podía oír más que el rugido del viento, que se volvía más y más violento, y su respiración tan agitada, de nuevo con pavor por desconocer lo que siento.
Y es que mi garganta estaba seca, mientras que la suya estaba sedienta. Me miré las zapatillas llenas de barro, había llovido toda la noche y enseguida busqué charcos de agua en el parque al costado de la calle, bajo los árboles, pequeños claros, lagunas para insectos, quería sumergirme en ese mismo momento.
No me hagas esperar, vení conmigo, empecemos de nuevo, dijo el vampiro.
Y una lágrima de sangre le corrió por la mejilla, otra incolora por la mía, y quise abrazarlo y fundir ambas gotas en un mismo líquido casi rosado, pero no podía.
Si lo abrazaba era decir que sí, dejar todo atrás, dejar a mi amiga...
Se conocieron hace pocos años, quién sabe dónde, quién sabe cómo, se conocieron hace un par de años.
Desde entonces ella tan alegre venía a tomar el té conmigo y con las muñecas que a las cinco en punto cobran vida.
Ambos nos quedábamos maravillados, viéndolas salir de las estanterías, y sentarse cada una en el mismo lugar cada día.
Entonces charlábamos mientras ellas revoleaban los ojos, de un lado a otro, desde el living hasta la cocina. No bebían de sus tazas, no lo necesitaban, sólo querían escuchar nuestras historias y nuestras risas.
Entonces, por aquellos días, no habría otro tema de conversación que el del jóven pálido que la visitaba cada vez que el sol se escondía.
Le dije que me parecía raro, que un ser común haga ese tipo de visitas. La muñeca de pelo negro me miró tan afligida, como si supiese más de lo que nuestras pobres mentes conocían.
Pero ella tan feliz no hacía caso omiso a mis advertencias. Ella sólo esperaba a que la luna asome redonda y amarilla para abrir la ventana de su cuarto y verlo arriba del árbol penetrar adentro hacia su cama.
Le hacía el amor como ninguno, de la forma más salvaje, de la forma más extraña. Se movían como dos serpientes, al ritmo de la más desconocida melodía que salía de una invisible flauta. Y siempre que podía, daba mordiscones a su cuello, pero sin abrirlo, ella decía.
Vamonos, ¿en qué estás pensando? está por asomar el día, me dijo el vampiro.
Volví a mirar a la casa de la que ella siempre salía, para venir a la mía, para contarme de su romance con alegría.
Las cartas que se escribían las desplegábamos sobre la mesa, y las leíamos una y mil veces hasta terminar tirados en la cama los dos sonrientes. Por fin mi amiga, tan inocente, tan pura, tan bella, tenía lo que quería.
¿Pero quién era este extraño ser, que sólo por las noches se daba a conocer? Imaginé una piel pálida por el sol no ver e imaginé ojos azules como el mar retorciéndose al moverse, mirando de la misma forma en la que miraba yo a la gente.
Imaginé al antisocial que en mis sueños dibujaba mi mente, con nariz algo pequeña y altura prominente. Lo imaginé vestido de negro acechando como depredador, acercándose sigilosamente.
Lo imaginé tocando el violín sobre la terraza de algún mausoleo y no tocando el piano como ella solía hacerlo. Lo imaginé vistiendo de seda y no de terciopelo como ella solía hacerlo.
Por lo que ella me contaba, era mi hombre perfecto, no era el suyo, y lamenté no poder conocerlo.
Pero claro, estas palabras las cargaría conmigo hasta después de muerto, cuando mi espíritu errante se le aparezca en sueños y se lo cuente llorando para tener un consuelo.
Pero no fue hasta que lo crucé en una noche de desvelo, en la que salí a caminar por las calles a comprobar si las estatuas cobran vida mientras todos están durmiendo.
Lo ví parado frente a la casa, mirando a la ventana algo desganado, como si de sus rulos amarillos ya estuviese cansado y quisiera otro corazón que hechizar hasta tenerlo bajo sus pies, a la tierra que pisa besando.
Se dio vuelta y sus ojos chocaron con los míos, su sonrisa traviesa se tornó una mueca seria y en menos de un segundo sobre mí se había avalanzado.
Fue amor, sí, amor de alguna otra vida, que ahora volvía como un trueno. Sé que lo conocí, sé que al escuchar esas palabras de ella a un conocido estaba recordando. Estaba de nuevo junto a él. ¿Dónde lo había encontrado?
No lo sé, y él tampoco, no hubo más que decir después de entonces. Estaba traicionando a mi hermana y él estaba a punto de convertirme en uno más de sus hermanos.
Ganaría o perdería, estaba todo en mis manos.
Escapémonos, escapémonos entonces, dijo el vampiro, deja de pensar, ¿nos vamos?
El azul de sus ojos se hizo más y más celeste mientras de sus labios asomaban filosas sus filas de dientes.
Una expresión entre peligrosa y sensual, que me producía escalofríos y a su vez me hacía ebullir la sangre me hizo sonrojar y lo miré, y me miró, y mi mano derecha apretó mi antebrazo izquierdo y de inmediato mis ojos se fueron al suelo.
Escapémonos, si no crees que puedas con esto vámonos, dijo el vampiro.
Un ráfaga de pocos segundos le siguió al instante que cayaron sus palabras. Algunas hojas algo secas, algo verdes pasaron por en medio de ambos. Miré al cielo negro.
Entre nosotros los edificios viejos de una ciudad que estaba durmiendo. Pocos autos asomaban por las calles de piedra, las ventanas estaban cerradas y los perros en silencio.
Escapémonos, no lo pienses más, yo tampoco puedo con esto, dijo el vampiro con tanto miedo.
Volví a ver sus ojos, ahora casi blancos, que me dejaron tieso. Me miraba tan triste, pero tan decidido, tan enamorado. ¿Lo estaba yo también?
Me mordí el labio de abajo y me pregunté si de tener colmillos me haría daño a mí mismo. Todo quedaría decidido después de que yo hable, pero no podía oír más que el rugido del viento, que se volvía más y más violento, y su respiración tan agitada, de nuevo con pavor por desconocer lo que siento.
Y es que mi garganta estaba seca, mientras que la suya estaba sedienta. Me miré las zapatillas llenas de barro, había llovido toda la noche y enseguida busqué charcos de agua en el parque al costado de la calle, bajo los árboles, pequeños claros, lagunas para insectos, quería sumergirme en ese mismo momento.
No me hagas esperar, vení conmigo, empecemos de nuevo, dijo el vampiro.
Y una lágrima de sangre le corrió por la mejilla, otra incolora por la mía, y quise abrazarlo y fundir ambas gotas en un mismo líquido casi rosado, pero no podía.
Si lo abrazaba era decir que sí, dejar todo atrás, dejar a mi amiga...
Se conocieron hace pocos años, quién sabe dónde, quién sabe cómo, se conocieron hace un par de años.
Desde entonces ella tan alegre venía a tomar el té conmigo y con las muñecas que a las cinco en punto cobran vida.
Ambos nos quedábamos maravillados, viéndolas salir de las estanterías, y sentarse cada una en el mismo lugar cada día.
Entonces charlábamos mientras ellas revoleaban los ojos, de un lado a otro, desde el living hasta la cocina. No bebían de sus tazas, no lo necesitaban, sólo querían escuchar nuestras historias y nuestras risas.
Entonces, por aquellos días, no habría otro tema de conversación que el del jóven pálido que la visitaba cada vez que el sol se escondía.
Le dije que me parecía raro, que un ser común haga ese tipo de visitas. La muñeca de pelo negro me miró tan afligida, como si supiese más de lo que nuestras pobres mentes conocían.
Pero ella tan feliz no hacía caso omiso a mis advertencias. Ella sólo esperaba a que la luna asome redonda y amarilla para abrir la ventana de su cuarto y verlo arriba del árbol penetrar adentro hacia su cama.
Le hacía el amor como ninguno, de la forma más salvaje, de la forma más extraña. Se movían como dos serpientes, al ritmo de la más desconocida melodía que salía de una invisible flauta. Y siempre que podía, daba mordiscones a su cuello, pero sin abrirlo, ella decía.
Vamonos, ¿en qué estás pensando? está por asomar el día, me dijo el vampiro.
Volví a mirar a la casa de la que ella siempre salía, para venir a la mía, para contarme de su romance con alegría.
Las cartas que se escribían las desplegábamos sobre la mesa, y las leíamos una y mil veces hasta terminar tirados en la cama los dos sonrientes. Por fin mi amiga, tan inocente, tan pura, tan bella, tenía lo que quería.
¿Pero quién era este extraño ser, que sólo por las noches se daba a conocer? Imaginé una piel pálida por el sol no ver e imaginé ojos azules como el mar retorciéndose al moverse, mirando de la misma forma en la que miraba yo a la gente.
Imaginé al antisocial que en mis sueños dibujaba mi mente, con nariz algo pequeña y altura prominente. Lo imaginé vestido de negro acechando como depredador, acercándose sigilosamente.
Lo imaginé tocando el violín sobre la terraza de algún mausoleo y no tocando el piano como ella solía hacerlo. Lo imaginé vistiendo de seda y no de terciopelo como ella solía hacerlo.
Por lo que ella me contaba, era mi hombre perfecto, no era el suyo, y lamenté no poder conocerlo.
Pero claro, estas palabras las cargaría conmigo hasta después de muerto, cuando mi espíritu errante se le aparezca en sueños y se lo cuente llorando para tener un consuelo.
Pero no fue hasta que lo crucé en una noche de desvelo, en la que salí a caminar por las calles a comprobar si las estatuas cobran vida mientras todos están durmiendo.
Lo ví parado frente a la casa, mirando a la ventana algo desganado, como si de sus rulos amarillos ya estuviese cansado y quisiera otro corazón que hechizar hasta tenerlo bajo sus pies, a la tierra que pisa besando.
Se dio vuelta y sus ojos chocaron con los míos, su sonrisa traviesa se tornó una mueca seria y en menos de un segundo sobre mí se había avalanzado.
Fue amor, sí, amor de alguna otra vida, que ahora volvía como un trueno. Sé que lo conocí, sé que al escuchar esas palabras de ella a un conocido estaba recordando. Estaba de nuevo junto a él. ¿Dónde lo había encontrado?
No lo sé, y él tampoco, no hubo más que decir después de entonces. Estaba traicionando a mi hermana y él estaba a punto de convertirme en uno más de sus hermanos.
Ganaría o perdería, estaba todo en mis manos.
Escapémonos, escapémonos entonces, dijo el vampiro, deja de pensar, ¿nos vamos?
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