martes, 15 de diciembre de 2015

Ni en la salvación

Ni en la salvación
(por Emilio Nicolás)







No. Solamente le dije que no, y me miró extrañado, esbozó una sonrisa incapaz de ocultar el descontento y suspiró. Y quise escapar de su sentencia, así que puse mis brazos alrededor de mis rodillas, hice acercar más mis talones a mi encogido cuerpo y volví la mirada a los autos, que iban y venían, incontables. 

Hizo lo mismo, y me sorprendió. Reí a propósito, por medio segundo y eso lo hizo reír. Mientras en su cabeza la esperanza bailaba con destellos en la mía se apagaba más el fulgor.

Me preguntó la razón y le dije que nunca había llamado mi atención. Parecía que aquello le importaba demasiado, tanto como para considerarlo una traición. Aún así se quedó conmigo mientras se ponía el sol. Se quedó conmigo, con la estatua que ya no se permitía una salvación.

Alto, como ninguno (inevitable comparación) aún ambos sentados giraba su cabeza hacia el suelo para captar mi atención. Me vi reflejado en sus pupilas, vacío de emoción. Cómo desperdicias tu tiempo, le dije, casi cantándolo, como si fuera una canción. Y se quedó un rato más, hasta que se cansó.

Y cuando ya no estaba y la noche era un manto que envolvía la ciudad lo volví a imaginar sentado a mi lado e hice algunos cambios a la situación. Yo reposaba en sus piernas, mirándolo fijo mientras me contaba de sus actos rebeldes, cuando iba a la escuela solo para buscar un nuevo tema de discusión.

Y yo me burlaría y lo provocaría para terminar rodando por las escaleras hasta ser uno, los dos. Luego me acompañaría a tomar el colectivo a casa y en el camino le avisaría por dónde voy, mientras mi sonrisa estuviera pegada captando todas las miradas alrededor.

Sí, eso hubiera pasado, pero entonces se borró en mil lucecitas de un solo color y del mismo brillo otra figura se dibujó. Ahora estábamos los dos, de nuevo, en el silencio del dolor. Pero yo me sentía a gusto, porque hacía tiempo que no sentía la misma sensación, aún a pesar de las mil y un peleas en un solo año, en una sola traición.

Reí solo, mientras todos pasaban y comprendí que algo estaba mal. La figura se reía conmigo y me abrazaba, me decía lo mucho que me quiere mientras en sus ojos se reflejaba mi rostro de decepción. Ya no sería lo mismo, ya no podría mirarlo como lo miraba hasta hoy. Ya no podría verme como me vi hasta hoy, en el reflejo de un charco de agua, imaginando, estático, sin recurrir a la acción.

Me puse de pie, de golpe, mientras la figura se borraba de vuelta, y con los ojos quise encontrarlo de vuelta, pero hacía horas que se había marchado, con el silencio de mi respuesta a la pregunta de la ocasión:

¿Te gustan los superheroes?

No. Solamente le dije que no.

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