viernes, 5 de noviembre de 2010

Pareces olvidar de dónde vengo





Pareces olvidar de dónde vengo
(por Emilio Nicolás)



Pero ¡Ah! Pareces olvidar de dónde vengo. La primera vez que me viste, a tus palabras era un niño que se rehusaba a crecer, era una cabeza mucho más abajo de donde estaban todas las de esa enorme multitud mientras se llevaba a cabo el festival en el pueblo. Supongo que como habías subido a la terraza para ver a las odaliscas desde un mejor panorama fuiste el único que me vio en aquella calurosa tarde en el desértico pueblo de suelo de piedra al norte de Asyü. Debo confesar que no noté tu presencia, pues estaba muy distraído esquivando los sudados muros blancos que se movían a mi alrededor, cerrándose a veces sobre mí.
Aún así, difícil era que en aquel momento imagines mi destreza para arrastrarme cual serpiente de escamas violetas, brillando al sol cada vez que me aproximaba a esos puntos luminosos entre las sombras sobre la tierra arenosa. Levantando el polvo me escabullí para salir de la muchedumbre y buscar refugio en la soledad de algún callejón desolado. Pero me viste y olvidaste los movimientos ondulantes y encantadores de aquellas sirenas de dos piernas y de piel reseca. No comprendo por qué, no comprendo por qué según tus palabras bajaste a toda prisa pisando fuerte con tus pies descalzos las escaleras de mármol para levantar polvo con fuerza al arribar al suelo y correr a mi presencia. Atrás quedaron los hechizos femeninos sobre los que bien te habían instruido. Tu piel quemada y tus ojos de agua supieron encontrar el camino a mi guarida, a mi nido y caer presa de mi hambruna. Hubiese preferido otra de tantas víctimas, fácilmente accesible en el cuerpo andrajoso de cualquiera de aquellos peones inútiles, aplaudiendo, silbando y gritando incoherencias a las pobres damas, víctimas de su bestialidad carente de alma alguna.
En tu serenidad estaba mi paz. En tu silencio totalmente necesario y en tus ojos clavados en los míos estaba mi escape, mi oportunidad. Y no pude resistir el ardor de tus aguas posándose sobre mi piel caliente y aparté la mirada y me tomé de mis rodillas mientras mi espalda bajaba con mi cuerpo entero, arrastrándose contra el paredón. Debiste alertarte, debiste suponer aquella señal y volver al sitio de dónde venías. ¿No te diste cuenta acaso? Pareces olvidar de dónde vengo y aún así te entiendo. Me miras como si ahora tú estuvieses en mi cuerpo y yo fuese un cerdo, un envase vacío pues te equivocas, yo vengo del mismísimo infierno y no cualquiera puede cruzar las puertas sin tener algo de cerebro. Allí donde Cerberos guarda con recelo el candado que sella tu mundo con el nuestro, y donde Eurydice y Orfeo se abrazan estirándose y retorciéndose, intentando volver el tiempo. Claro que te equivocas, yo no soy como esos que aplauden y gritan a un espectáculo de carne y de huesos. Pero heme aquí, y lo reconozco, soy presa del miedo.

Me miras y sonríes levemente, tienes razón. Pero a mí me sobran varias aunque las desconozca. Es este instinto de viajero que me obliga a llorar en tus brazos, desconsolado, y clavar mis garras en tus espaldas y alimentarme de tu propia sangre para volver a mi encierro. No eres más que un objeto temporal, uno de mis tantos muñecos. Te tomaré para que escuches mis lamentos y me veas bailar al viento, mientras la tormenta sobre nuestras cabezas en el oscuro cielo forma círculos en el desierto y me ves girando y girando, formando un tornado que se lleva todo para adentro. Y me detengo y sigues allí, después de verlo todo destruido después de aquel acto violento, ¿Qué haces aún despierto? Hace tiempo que estoy dormido y cuando me tomo un recreo para contemplar este mundo, lleno de utopías y de desconsuelo no hago más que abrir los ojos y allí te encuentro. O has de estar muy aburrido o eso que ustedes llaman amor en tu alma encontró su sustento. Pero pareces olvidar de dónde vengo.

Te miro y me pregunto si eres capaz de ser la excepción de aquello que alguna vez di por hecho. Esa humanidad que tanto desprecio. Sé que abriré los ojos durante siete días y siete noches y no estarás allí, pero transcurrirán otros siete con sus lunas correspondientes y me sorprenderás, sentado en mi cama, sabiendo que te había estado esperando en secreto. Ay, pobre de tí, y pobre de mí, que me creo inmortal por haberme declarado acabado después de salir del infierno. No quiero pensar que has llegado para avisarme que en el fondo algo más espero. Quiero mostrarte lo peor de mí, para que huyas como todos lo hacen y no vuelvas a pisar en mis adentros. Sonríes y crees conocer el alma del niño que se esconde adentro de mí, muy adentro (y quizás esté en lo cierto) pero será mejor que huyas, pues pareces olvidar de dónde vengo.




-




-

No hay comentarios:

Publicar un comentario