sábado, 19 de mayo de 2018

El juego



El juego
(Por Emilio Nicolás)



Entonces caminamos, apurados, no sé por qué. Él sabía. Yo no.
Caminamos y las luces de los grandes centros comerciales y sus inquietos juegos iluminaron la atmósfera congelada, la revelaron en partículas tan pequeñas que no podía verlas mientras, apurado, me desenvolvía todos sus miedos.

Ahora.
A salvo en medio de la jungla de la ciudad.
Lejos del peligro de cuatro paredes que obligan a desentrañar.

El agua se elevaba, volaba por el viento que producía su rápido andar (y el mío, injustificado) y se mezclaba con lo que sus labios escupían.
Claro que para mí esto no es nada, yo estoy en otro universo, estoy en otra dimensión, entiendo lo que decía, pero no entiendo por qué lo decía.
Sus enredados problemas parecían tener solución con tres palabras que, como si de mi puño se tratara, lo golpeaban en el rostro y él, entonces, callaba.
Pero yo también callé.
Porque le pegué fuerte.
No por aconsejarlo.
Sino porque
a mí también me dolía.

Y necesité ver más que solo agua flotando y me prendí un cigarro.
En mi mente yo también caminaba rápido.

- ¿Me convidás? Yo también fumo.
Me preocupé. 

Por él. 
Por mí. 

Pero evidentemente no estoy lo suficientemente manchado como para determinar las reglas, que seguramente serían perversas, sino que le cedo el privilegio mientras me meto las manos en los bolsillos y trago cuanto humo puedo.

Y no las entiendo.

Y me hizo caminar aún más rápido, como si quisiera huir de mí, después de haberme buscado.

Y lo dejé andar.
Sabiendo que no voltearía.

Y me fui.

Y caminé despacio, agotado.

Y el aire era humo y era agua y era frío y era palabras mudas.





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