jueves, 13 de octubre de 2016

Amistad





Amistad
(Por Emilio Nicolás)







Pero yo nunca tuve un amigo.

Poniendo toda la fuerza sobre su trasero se dejó caer sobre la cama y su cuerpo rebotó en saltitos unas tres o cuatro veces. Eso no le impedía encender un cigarrillo mientras lo repetía, también poniendo toda la fuerza sobre el costado derecho de sus labios, moviendo el otro costado para hablar.

En serio, nunca lo tuve.

Pero no le respondió. Él ya estaba fumando el suyo y miraba a través de la ventana una calle que no conocía. El sol estaba ocultándose y lo bañaba de naranja y de rosa. 

Se quedó contemplándolo, con el pulgar aún presionando el gatillo del encendedor y la llama, flameando caliente. Avispó la mirada y contempló sus nalgas infladas, luego su espalda rígida y ancha, luego su pelo enmarañado, oscuro y la barba de dos días que resplandecía en su mejilla prominente.

No sé lo que es un amigo.

No pudo saber si le respondió, finalmente, o no. Porque giró su cabeza y fijó los ojos en los suyos, con una expresión severa que apenas pudo divisar, ya que ahora la luz del sol no estaba iluminando su rostro.

¿Esto es tener un amigo?

Levantó la mano derecha pero al instante la dejó caer sobre su vientre desnudo y tomó todo el humo que pudo.

La canción que estaba sonando entonces terminó, y durante tres segundos hubo incomodidad hasta que empezó una vez más. En su cabeza no pudo evitar anticipar los sonidos que se reproducirían y largó una bocanada de humo, mirando al techo, embrutecido por sus propios pensamientos. 

El otro caminó unos pasos hacia la computadora y cambió de canción.

Ah, no me hubiese importado escuchar ese tema una vez más.

De pronto recordó. Su celular permanecía apagado. Se puso a pensar en qué respondería, pues nunca se había ausentado durante tanto tiempo. 

Ahora que el otro se había corrido la luz anaranjada iluminaba sus piernas, que ofrecían una selva de pequeños rayitos dorados saliendo por la piel de las dos ramas blancas, enredándose unos con otros.

Pero yo nunca lo tuve. Y quiero tenerlo. ¿No lo merezco?

Se vistió y se fue, sobre esa misma calle que el otro estaba observando otra vez, con la misma expresión severa.

Lo vio cruzar, también desorientado, también extranjero, se volteó a ver los pliegues de la cama, aún con su marca, aún con su perfume. Suspiró y dudó en acostarse sobre la silueta, pero en lugar de hacerlo se fue a bañar.



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