lunes, 18 de abril de 2011

Pero la noche no llegaba






Pero la noche no llegaba
(por Emilio Nicolás)






"Una ondulación, dos ondulaciones, tres... cuatro ondulaciones. Ahora se quedó quieta"

El movimiento adormecedor de la cortina translúcida, medio grisácea, no estaba a nuestro ritmo; pero era lo que tenía en mente en aquel momento.

"Resortes rechinando una vez, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez. Me cansé de contar"

Mi mano estaba abierta y cada uno de los dedos se mantenía lo más separado posible del otro. La otra mano estaba igual. Eran dos garras que se sujetaban fuertemente de cada una de sus piernas, apenas velludas.

El ventilador emitía un ruido similar al de los resortes subiendo y bajando (como yo) y juntos formaban una melodía que las cortinas y yo bailábamos, aunque de manera diferente. En cuanto a él... no podía verlo. No tengo ojos en la nuca.

Una, dos, tres gotas de transpiración acariciaban mis espaldas con la misma delicadeza que empleaba la brisa de verano para hacer danzar a la cortina.

Entrecerraba los ojos mientras su vaivén me hipnotizaba y me debilitaba más y más. Hacía mi mayor esfuerzo para que el movimiento no se descarrile del ritmo que tan bien venía llevando, pero ya me estaba aburriendo. Mis garras eran el soporte que necesitaba para no desplomarme sobre el colchón como un muñeco. Él, mientras tanto, como si anticipase mi inminente caída, desprendió sus manos de mi cintura y me sujetó por debajo de los brazos. Aquellas estaban calientes, ardían en cada uno de mis pechos. Pero no había posibilidad de que se estuviese anticipando. Él no podía leer mi mente. Él no era como él... y perdón que sea redundante, ninguno de los dos merece ser nombrado. Uno por la importancia que merece, el otro por la importancia que debería merecer.

Suspiró jadeante, casi ahogado. Su aliento acarició mi espalda húmeda y sentí un leve escalofrío que me hizo arquear en dirección a la ventana. Me sujetó con más fuerza. Mi frente desprendía aún más gotas de sudor. Él continuó jadeando, pero no había forma de que yo le siguiese la melodía. Era un ente, un cuerpo que sólo sabía moverse hacia arriba y hacia abajo y producir más y más gotas de sudor mientras los ojos no se salían de aquellas ondulaciones.

"Ahí viene de nuevo la brisa. Cinco ondulaciones, seis, siete. Setenta y cinco resortes rechinando, setenta y seis, setenta y siete. Estoy cansado de contar. Estoy cansado de él. Él no es como él"

No ansiaba otra cosa que ver al cielo oscurecerse, mas a través de aquella bailarina no veía más que un anaranjado, medio rosa, algo fosforescente, ardiendo del otro lado de la habitación.

"Así estaba cuando lo conocí. Así estaban sus cabellos cuando lo conocí. Si él estuviese aquí, yo no estaría de espaldas, contemplando la cortina hablándome, ni buscando compañía en el ventilador de techo, que cuenta los segundos conmigo (aunque reconozco que se apresura demasiado)"

...

"Ocho ondulaciones. La cortina se detuvo de vuelta. Me pregunto por qué estoy acá. Me pregunto dónde está. Me pregunto si habrá terminado ya. Me pregunto por qué no deja de acariciarme. Me pregunto en qué momento se irá"

Su movimiento se violentó de pronto y comenzó a controlar con autoridad a mis propios movimientos. Presioné las uñas sobre sus duras piernas a modo de regaño, pero parecía gustarle aún más. Me arqueé hacia abajo. Algunas gotas de sudor corrieron rápido por el contorno de mi nariz y se suicidaron en el colchón azul. Largué un suspiro. Creo que fue la primera vez que oyó algún sonido proviniendo de mí. Eso lo incentivó. Se movió con más y más fuerza sujetándome una vez más por la cintura hasta que, con un último grito de agonía, culminó su lucha y progresivamente se fue deteniendo hasta quedar con los ojos fijos en el techo, pero estoy seguro de que no miraban hacia ningún sitio en realidad.

Me acomodé hacia adelante para dejar afuera cualquier otro tipo de contacto con su cuerpo y así me quedé, delante de él, sin volverme a verlo a los ojos.

"Ya no hay brisa, pero el cielo sigue anaranjado. Me pregunto si ya se irá. Me pregunto por qué sigue recostado sobre la cama. Espero que no se quede dormido"

Me preguntó si estaba bien.

Crucé mis piernas y bajé mi cabeza. Fijé mi mirada en mi miembro y me quedé contemplándolo, haciéndose cada vez más y más pequeño mientras la sangre volvía a su lugar. Era como ver a un globo pinchado achicándose, casi imperceptiblemente, a menos que uno detuviese la mirada en su cuerpo. Si desviaba mi atención y volvía a mirar seguro lo encontraría distinto. Ver el proceso era más llamativo. Estaba apoyado sobre mi talón y despacio se iba alejando de él, soltándolo, volviendo hacia atrás.

"Tengo tantas ganas de volver atrás"

Me volvió a preguntar si estaba bien.

Ya había vuelto a la normalidad. Pero aún no podía quitar mis ojos de él. Mis manos ahora sujetaban mis piernas. La cinta roja de mi muñeca izquierda, que nunca supe por qué la llevaba puesta, brillaba. Las puntas de mi flequillo estaban mojadas y desprendían algunas gotas aún. A él no le gustaba mi flequillo, pero no tenía poder sobre él. Mi flequillo me gustaba más que él.

Él, sin embargo, apenas recordaría mi corte de cabello. Con las luces apagadas no había mucho que ver. Insistió con la pregunta, como si realmente le interesase, mientras se dignaba a moverse y colocar sus pies en el suelo, sentándose en la cama y buscando con la mirada su ropa interior.

"Se va"

- Estoy bien - dije

- Ah... - contestó. Y a continuación se estaba vistiendo.

Él se habría quedado recostado (probablemente antes, me habría sujetado por la cintura y me habría arrastrado a su lado, obligándome a que durmiese con él, a sentir su respiración yendo y viniendo sobre mi hombro) Seguramente yo habría acariciado sus cabellos (salvo al costado, porque no tiene nada allí) y me habría quedado mirándolo, iluminado por el anaranjado (ya sea directamente o a través de los pequeños orificios de la persiana cerrada)

Luego lo sabría dormido y cerraría mis ojos.

Me pregunté dónde estaba él en aquel momento. Me pregunté dónde estaba yo.

Levanté la cara por fin y miré hacia la ventana. Otra gota cayó al colchón, pero esa no había nacido en mi frente.

Tomé aire pero no lo solté, como una piedra, que estaba quedándose atravesada y se detuvo en el pecho y pegué un salto fuera de la cama y me vestí.

En cuestión de minutos la soledad estaba de vuelta. Yo estaba sobre la cama, pensando en alguna otra manera de dejar que el tiempo corra y corra y corra.

Pero la noche no llegaba.







-





-



No hay comentarios:

Publicar un comentario