domingo, 6 de marzo de 2011

Círculo





Círculo
(por Emilio Nicolás)




Me gustaba creer que era distinto.
Los días pasaban, y se hacían meses y él seguía con su cabellera al viento, a la tormenta, intentando llevarse lo poco que quedaba de ella con la fuerza que yo mismo generaba.

Ahí estaba él, a un costado, como si nada le importase, ubicado cerca del centro, casi diciéndome: No tengo nada más que hacer que pararme aquí, nada más que eso. Pero a mí me gustaba creer que era distinto.

Ahí estaba yo, en medio, una vez más víctima de mi enfermedad y bufón mío, bufón de todos, bufón de él. Tomando mis brazos mientras mis cabellos iban a todas direcciones y generando una vez más aquella barrera familiar que automática y progresivamente se iba formando siempre que entraba en contacto con eso que me gustaba llamar atracción.

Había algo en mí que me convertía en una contradicción absoluta, un miedo superior, tan superior que era capaz de materializarse y generar estas ráfagas a mi alrededor, incapaces de ahuyentar a cualquier otro espécimen de mi propia raza salvo que sintiese alguna suerte de afecto especial o intención de profundizar. Me fui dando cuenta a medida que los iba viendo a todos, uno por uno, azotados con la misma fuerza que yo mismo generaba a partir de mis miedos, de mis inseguridades, de mis paranoias. ¿Por qué estaba tan presente el abandono? Tanto lo temía que yo mismo lo generaba y así terminaba, como una vez más lo estaba aquella vez.

Cerré los ojos esperando no encontrarlo al volver a abrirlos, como solía suceder siempre, pero lo hice y seguía ahí, no contento con el viento desparramando su cara hacia atrás y no contento con sus pies fuertemente sostenidos sobre la tierra intentando hacer equilibrio para no despegarse de ella. Quise preguntarle qué lo mantenía ahí, pero su rostro seguía diciendo: Estoy aquí porque no tengo otra cosa que hacer. Y arriba un nubarrón violeta giraba en torno a mí y dibujaba un rostro apuntando directo al mío y mirándolo agresivo. Jamás me sentí capaz de agradar a nadie. Jamás me sentí digno de interés, siempre fui el ridículo rogando a extraños que no lo abandonen. Y los extraños más coherentes buscaban la comodidad, cada vez más lejos de los huracanes y las tormentas.

¿Pero qué ocurría con él? Me seguía mirando, como si sintiese pena por mi desesperación, como si no creyese en mis verdaderas intenciones de parar de una vez por todas con este círculo que era el ojo del tornado. Tenía razón, y me pregunté si sería lo suficientemente paciente para ayudarme a escapar. Cerré mis ojos y me prometí detener el círculo a su momento y no volver a abrirlos hasta terminar...




-





-


1 comentario: