sábado, 4 de diciembre de 2010

Los extranjeros




Los extranjeros
(por Emilio Nicolás)





- No es que ninguno de los dos esté contra el mundo - Le dije.
- El aire está más ligero aquí... - Respondió sin dejar de mirar hacia abajo.

Suspiré.

Me senté sobre el borde sin dejar de mirar al frente. La cúpula de aquel edificio siempre me había llamado la atención. Recordé aquellas épocas húmedas y de calor extremo cuando entonces la suerte no estaba de mi lado. Recorrer aquellas calles bajo el pisotón ardiente del sol amarillo parecía ser un círculo del que jamás podría liberarme y mi único respiro aparecía cuando me acercaba a la estación del subterráneo y entonces levantaba mi fatigaba cabeza y contemplaba aquella corona donde dos ángeles cuyos rostros mefistofélicos y algo nihilistas no expresaban más que la indiferencia pura hecha ojos, hecha labios, hecha perfiles mientras apenas tocaban las puntas de sus dedos como si en su afán de presentar al universo la soberanía indiscutible dibujada en sus ojos no fuesen capaces de ocultar su debilidad al reflejar sus miradas en la de otro similar.

- Ni los ángeles, ni los demonios, nacieron para vivir en soledad - Solté de mis labios sin siquiera pensar en mis palabras mientras no quitaba mi vista de aquellos seres, siempre quietos, siempre presentes.
- No soy un ángel, ni un demonio... - contestó dirigiendo su mirada a mí. No fui capaz de mirarlo.

Sentí que en su mirada había cierta preocupación por mi ubicación. O quizás eso fue lo que quise pensar. Me gustaba la idea de saberlo preocupado por mi integridad. Presioné mis uñas contra mis rodillas mientras las sujetaba entrecruzando los brazos y pensé para mis adentros que no había forma de que yo cayese en el juego en que a todos hace caer. Esa máscara de abulia hacia todo lo que lo rodea no podía mentirme. Comencé a preguntarme si era realmente así, si yo era capaz de leerlo más allá de aquella superficie negra que muestra al mundo o si sólo era una ilusión para sentirme diferente y único al resto de su universo. Volví a suspirar. No quise responder más. Me agobiaba él. Me agobiaba entero.

- ... sin embargo estoy aquí ahora - continuó.

Y tenía razón. Acababa de responder a mis inquietudes. Como si una vez más supiese leer en mis silencios a cada uno de mis miedos y preocupaciones. Él me dolía, porque había abandonado todo lo que me era propio para proponerme quedarme a su lado y luchar contra el mundo juntos y no había retroalimentación que me llenase. Una vez más me había confundido de término. En mis propios pensamientos cometí el error. Moví mis labios:

- No es que ninguno de los dos esté contra el mundo ¿Verdad?
- ¿A qué te refieres?
- A veces me confundo - Me paré sobre el borde y miré hacia abajo - Ambos caminamos por entre la gente pero nos sentimos diferentes, como si no hubiésemos nacido para ser parte de ellos, ¿No es así?
- Pero lo somos. No estás en ninguna novela - Respondió sin mirarme.

Cada vez me dolía más. No podía hacerle entender el sacrificio que había cometido, que jamás tomé como tal. No me había costado hacer a un lado, por lo menos aquella tarde, a todo lo que me era propio para quedarme en silencio, así, lejos de casa y lejos de todo, al lado suyo. Desde el primer momento en que mi mirada se cruzó con la suya jamás pude volver a dormir dignamente. Fue como si un espejo reflejando al sol de pronto se hubiese situado en mis pupilas. Necesitaba saber si gozaba de mi compañía como yo con la suya. Pero había algo que nos diferenciaba a ambos.

- Recuerdo la antipatía en tu rostro cuando te conocí... - me dijo de pronto.

Lo miré extrañado.

- ...jamás pensé que resultaras un mártir sensible y caprichoso - continuó.

Lo miré frunciendo el ceño. Sonrió exhalando un leve suspiro por sus fosas nasales. Algo soberbio.

- No es nada malo, al contrario - dijo moviéndose un poco y por fin mostrando algo de vida en su pálido cuerpo.

El viento parecía más fuerte donde estábamos. Pero discreto a la vez. Helaba pero no soplaba intensamente sobre nosotros. Como si de manera minuciosa estuviese actuando sobre nuestros cuerpos para helarlos hasta dejarlos duros.

- ¿Me hubieses preferido así? - le dije con miedo, con los labios temblando. Me escandalizaba la idea de perderlo. Tenía miedo de saberme en un juego de estrategias en el que debía cuidar cada una de mis palabras si quería mantenerlo junto a mí. No era justo.

- Estoy a esta hora, en este día, en este lugar, y no estoy solo - me respondió. Pero sin mirarme.

Tan distante. Tan antipático también. Eso era lo que nos diferenciaba. Yo supe mostrar mi rostro detrás del miedo. Él no sabía liberarse de los suyos. Lo aterraba tanto la idea de sentir que ni con el más paciente de los niños era capaz de abrir sus puertas de una vez. Suspiré una vez más.

- ¿Recuerdas esa tarde ventosa, cuando pasamos por ese camino asfaltado a cuyos costados se extendían dos hileras de cerezos?
- Como si fuese ayer.
- Aquella lluvia, distinta... No estábamos en ninguna novela idílica - Sonreí. Me gustaba contradecirlo. Él sabía que no era con malas intenciones. Era mi forma de acariciarlo sin que se sienta incómodo.
- No, no lo estábamos - Dijo sonriendo.
- Entonces ninguno de los dos está contra el mundo, ¿Cierto?
- Me gusta mucho el mundo.
- Entonces son ellos, ¿No es así?
- La mayor parte...
- ¿Qué quieres hacer?
- Huir no tendría sentido.
Abajo todo parecía una cinta en movimiento que terminaba y volvía a comenzar. Nada variaba, nada rompía con ese movimiento constante y aletargante que se repetía una y otra vez. Arriba estábamos bien. Él y yo. En silencio. Abrazarlo hubiese sido letal. Hubiese sido demostrarle que no estoy a su nivel de insensibilidad. Demostrarle que temo a la humanidad, lejos de serme indiferente, y que su compañía me es necesaria. Permanecí quieto. Miré sus ojos celestes, casi grises. Una vez más me volví a resistir a la posibilidad de que se haya convertido en un jóven de piedra. Su mirada parecía vacía pero no lo era. Parecía.

Nuestra forma de aceptarnos como humanos era completamente distinta. Pero ¿qué más daba? Él estaba ahí, en ese momento, en ese lugar. Y yo estaba ahí, en ese mismo momento, en ese mismo lugar.





-



-


No hay comentarios:

Publicar un comentario