domingo, 25 de julio de 2010

Juego






Juego
(por Emilio Nicolás)





Cuando se me dio por ver el reloj me di cuenta de que habían pasado años. Sin embargo no sentía mi cuerpo acalambrado, ni entumecido, ni sentía hambre, ni cansancio. Pero apenas me percaté del tiempo que había perdido el peso cayó sobre mi cuerpo y lo dominó por completo. Sentí sueño, mucho sueño.

Y de pronto todo estaba moviéndose en cámara lenta, de repente mis ojos estaban fatigados de observar con atención cada rostro que se cruzaba al pasar. Estaba cansado de buscar, de llamar, de gritar en silencio. Sentí por primera vez en años el frío cerámico del borde de la fuente en la que estaba sentado y, como si de pronto mis oídos recuperasen los sentidos volví a sentir el agua que siempre había estado cayendo a mis espaldas en forma de cascada al cielo. Me vi las manos tomándose la una a la otra y me voltée para verme aún fresco en el reflejo cristalino. Pero enseguida volví a mirar a la gente pasar. Sentí que estaba perdiendo el tiempo, que podría estar perdiéndolo ahora.

Me reí.

Me sentí víctima de mi propio juego, sin embargo en ningún momento quise abandonarlo. Me relamí los labios, que recién ahora sentía resecos y entrecerré los ojos. La sonrisa aún no se iba. Pero no era de esas sonrisas que todos imaginan cuando las miran.

Era como si la circular fuente sobre la que estaba sentado estuviese dando vueltas conmigo encima cuando en realidad eran ellos quienes desfilaban, uno tras otro, apurados buscándose los unos a los otros y corriendo a brazos extraños. Todos tan bellos, todos tan libres, todos tan perfectos. Se miraban entre sí y volvían juntos desapareciendo de mi vista. Abajo estaba yo. Y jamás en estos años que mi reloj había estado corriendo me había percatado de los momentos en que la noche se hizo noche y de nuevo esclarecía para contar un día más y otro y otro. Como si la oscuridad de pronto se hiciese parte de mí y me impidiese temer al frío o a la soledad. En esas altas horas nadie transitaba y yo sin embargo seguía girando mis ojos hacia uno y otro lugar como si siguiesen buscando sin detenerse y sin pensar. Fantasmas. Fantasmas y nada más.

Pero ahora el sol brillaba sobre el cielo aunque comenzaba a helar. Las manos, por más juntas que las tuviese se quebraban al menor movimiento y las mejillas me ardían de la fiebre que seguramente había estado controlándome todo este tiempo.

Pobre de mí, pobre de mí que era, como siempre, víctima una vez más. Pero esta vez no de ellos, no de ellos que pasaban solamente para saludar y cordialmente volverse a retirar, o a burlarse un rato para volver sus espaldas de nuevo hacia mí o invitarme a levantarme para arrepentirse cuando mis manos ya habían cambiado de posición y agarraban el borde de cerámica para empezarme a levantar. No, en esta oportunidad mis atacantes no eran aquellos androides hermosos y fríos que se reían al pasar. Esta vez yo era mi propio bufón y me estaba comenzando a gustar. Como si de pronto me conformase con inventar una figura ideal, que se adapte a lo poco que he pedido en estos años que me senté a esperar. Idealizarlo era mejor que salir a buscarlo y pensando que el amor lo conocemos mejor aquellos que lo soñamos y nunca quienes creen tenerlo en las palmas de sus manos. Vivir de estar forma, engañándome y feliz de hacerlo me convertía en un alienado que así terminaba, solo, sentado en el borde de la fuente viendo otra vida pasar, otra vida totalmente distinta y que jamás sabré qué tan real será en comparación con la que me gusta imaginar.

Miré al suelo y efectivamente era yo quien comenzaba a girar. Ninguno de ellos se percató pero no me importaba ya. Me gustaba pensar que en la cima de alguno de aquellos altísimos edificios alguien me miraba con algún binocular y esperaba a que caiga dormido de tanto esperar para despertarme después de bajar. Reí de nuevo. El sonido del agua me imitaba. Todo es irreal, el amor no existe más, pero existirá mientras lo recree en mi mente con cada historia que se dibuje en mi imaginación con cada rostro de belleza que se cruza al pasar. Estoy dando vueltas y cada vez me duele más. Estoy solo y nadie se da cuenta de mi fragilidad. La cerámica nunca se romperá, y la fuente seguirá tirando chorros hacia el cielo pretendiéndolo alcanzar. Estoy en este juego que no me lleva a ningún lado, pero que me gusta jugar.







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