sábado, 25 de diciembre de 2021

Renacimiento

 



Renacimiento

(Por Emilio Nicolás)




Desde el día en que los inquisidores migraron a insondables tierras imaginarias la muchedumbre no supo qué hacer. En principio había un motivo para hacernos creer, entre todos, que se había consumado una conquista, que aquello era concreto, que los muros se habían derrumbado y, apilados en manojos, se ramificaban los caminos y las posibilidades. Todos bailaban, se embriagaban, hacían el amor a plena luz del día y ante la mirada atónita de quienes guardaban, todavía recelosos, algo de juicio apropiado por aquellos fiscales cuyas huellas ya se habían borrado de la arena, brindaban por un comienzo que nunca se animaron a consumar.


Por eso devino el caos, como siempre sucede. 


Nadie supo qué hacer con tanto y, de pronto, la palabra libertad era un papel en el bolsillo que preferían arrugarlo y ocultar. Empezó siendo uno, el que miraba de reojo primero, y después fijamente, señalando encrespado y buscando ecos y explicaciones, volteando la cabeza hacia la ruta por donde había partido la inquisición. 


Se dio de forma tímida, casi imperceptible entre el medio de los mil rostros gimiendo, los mil cuerpos danzando y los mil húmedos miembros entrando y saliendo al compás. Al cabo de un tiempo ya eran varios, los acoplados, y alzaban sus voces al grito estruendoso que invocaba nuevos muros, nuevas alianzas y nuevas reglas que acatar. 


Yo siempre estuve a un costado, no hice nada. Porque las masas siempre pecan de no pensar, o de pensar demasiado. 


O se lanzan al precipicio, bramando; o planean minuciosamente su acto final. 


Siempre termina igual.


¿Alguna vez pensaron que una tragedia podría desenvolverse, cautelosa, dentro de una comedia? Mientras todos hacían el amor algunos empuñaban sus armas bajo sus mangas y, llevados por la represión de la que nunca se pudieron liberar, comenzaron a juzgar a puñaladas. Todos volvieron a tener un nombre. El bien y el mal.


 El sexo se tiñó de sangre. El río lo sonrosó todo y los gemidos de placer se mezclaban con los que clamaban piedad. Desde algún punto lejano del mismísimo averno, los inquisidores de seguro bailaban y bebían de su propia sal.


La orgía duró días, si no meses. Llevados por sus propios traumas, dejaron un banquete de carne y huesos que los chacales, los buitres y los cuervos terminaron de tragar. Sentí el aroma a óxido, a pantano y a esperma inundar el escenario y, en efecto, nadie me hubo notado en ninguna oportunidad. Los cuerpos caían, chupados por la gravedad, uno sobre otro y, entre tanto brazo, pierna y cadera estaba alguien más. 


Nunca supe si estaba al tanto o, si en medio de la masacre, se había perdido hasta de su propia identidad.


Atónito.


Desesperado por actuar.


Pero paralizado.


En el mismo lugar.


Siempre en el mismo lugar.


(igual que yo)


No hubo sonrisas, al menos no ese día. Le agarré la mano y, casi sin querer, empezamos a caminar. El crujido de los huesos pudo haber alertado a cualquiera de esos, los que juzgan, los que no pueden con sus propias vidas entonces vienen por los demás. El crujir de cada paso pudo haberlos alarmado de nuestra libertad, pero... todos estaban ocupados ahogándose en su propia sangre, muriendo en verdad.


¿Por qué no moríamos nosotros?


¿O moríamos y volvíamos a respirar?


No le pregunté por su nombre. No me interesaba. No le pedí que me relatara su historia, porque el renacimiento se acababa de efectuar. En ese mismo momento, mientras lanzaba al cielo un primer último suspiro, suave, casi tímido, quizás por el horror de haber escuchado tantos gritos. Sí. El horror. Con horror se liberaba de su propia prisión y explotaba en un llanto de libertad. Le sentí dentro mío, duro, estuoso; y sentí su vida y su emancipación estallar en miles de fuegos líquidos que se fusionaron con mi cuerpo y lo inundaron en su totalidad. Ya no había miedo, ya no había necesidad de ocultar. No a mí. Sí a los demás.


¿Pero quién soy yo para juzgar? 


Atrás, en algún rincón de los campos elíseos reposaban los inquisidores, y sus réplicas todavía crujían en el escenario negro mientras los cuervos graznaban al bailar.


Ellos morían en verdad.


Nosotros renacíamos, inmortales, en una y otra oportunidad.


No. No soy nadie para juzgar. Está bien que escondamos cosas. La libertad se paga con libertad. 


Entre los muros perdidos de algún bosque imaginario hay dos que mueren y reviven todos los días, con cada orgasmo que se enmudece, con cada deseo que se suelta, con cada secreto que se revela... y que se vuelve a guardar.





lunes, 16 de diciembre de 2019

El niño rojo


El niño rojo
(por Emilio Nicolás)


Nadie te dedicaría poemas tan sofisticadamente sentidos
que te reflejen tanto
como yo


De entre el enmarañado cabello, que no era suyo
asomaba su rostro
desafiante
explosivo
no eran sus facciones, las que contemplé
era él

la oleada se sintió como una brisa
no hubo astillas y el veneno
sabía a chocolate
relamí mis labios como aquella vez
¿querés un beso?

su mano en mi cintura
suave
infantil

mi mano entre sus vellos
mis ojos en sus ojos

tan negros

y ese cabello enmarañado que no era suyo ahora se desenvolvía como una mancha bien negra que lo ensuciaba todo
¿Pretendes mancharme aún más?
¡Qué iluso!

Me senté sobre el borde de la cama mirando al suelo, pensándolo un reflejo y estabas del otro lado
ni siquiera al lado
del otro lado

Y mis suspiros se los tragaba un no sé quién
que me miraba enamorado
pobre señor
¡No hay nadie como tú! torciendo mis labios
me dolían las mejillas
aquel sonrió y se vistió para irse
sin aquellas mentiras mágicas
no volvería
y yo no tendría la posibilidad de
hacer de cuenta
que de entre ese cabello enmarañado que no es tuyo
saldrías de entre las tinieblas
rojo

bien rojo

como vos
niño

bien rojo

y me mancharías por completo
bien hasta el centro

domingo, 27 de octubre de 2019

El niño con el niño en brazos

El niño con el niño en brazos
(Por Emilio Nicolás)




Pensé que durante la luna llena salían los licántropos, pero ahora comienzo a dudar de su existencia. Y sostengo esto mientras subo, peldaño a peldaño y los oigo aullar a lo lejos, oigo sus garras sobre la piedra repiqueteando como la lluvia sobre el tejado. No. No creo ya en ellos aunque gritan a mis espaldas y babean sobre mi nuca. Y avanzo. Hacia el altar.

Una ninfa de aire sombrío levanta su brazo y acaricia mi mejilla con el revés de su mano. Me pregunta cómo alcancé a llegar justo a tiempo al altar de las pasiones ocultas y solo la miro a los ojos, para que encuentre la respuesta. Con una leve señal me indica que siga caminando y una ráfaga de fresco viento, pese a soplar contra mi cara, me da la sensación de que soy más que invitado.

¿Acaso existe un Dios que lo llama a uno a su destino, con pena? Ellos quieren su espectáculo ¡Y por supuesto que yo también! Pienso que quizás eso les irrite, porque la sangre sabría mejor si fuera derramada con profundo sufrimiento. Sin embargo pienso sonreír cuando haya llegado a la cima. Pienso reír como nunca.

Su silueta se divisa en lo alto, ¿O acaso soy yo quien la está dibujando, con mis propios deseos y su fuerza sobrenatural? Así como siempre dibujaba su mano. 

Su mano. 

¿O estaba escrito que estuviera allí, parado? El niño con el niño en brazos. Llorando. 

Yo sigo subiendo, peldaño a peldaño mientras lo recuerdo, después de tantos años. Ahí, en la puerta. Y yo, yendo a abrir. Temblando. 

Hoy mi vida es un desfiladero de rostros y heme aquí, por él, caminando. ¿Cómo lucirá ahora? ¿Estará más alto?

Su pequeño torso desnudo. Su aroma a manojo de jóvenes nervios, en mi corazón impregnado. Serpentean los cascabeles, cantando que el inexperto ahora tiene un niño en brazos. Su futuro se está borroneando. 

Y los licántropos ¡Los licántropos! Él era el más manso de ellos, pero también el más macabro. Sus piernas, cubiertas de vello, su rostro raspando. Me abrazó con malicia. Me dijo "Te amo". Sus ojos negros se clavaron. Tan profundo se clavaron como la daga aquella noche en la que huí desesperado.

Ahí está. El niño con el niño en brazos. 

Cuánto he llorado por tí, mi pequeño. Cuánto sigo llorando. Te has embriagado de lo que sea y te has puesto tu mejor máscara de pena, siempre mendigando. Y de entre las sombras renace mi amor por tí, como brazos implorando, siempre dejándote libre para verme abandonado. Los dioses lo saben y yo lo sé. Por eso hoy voy a reír cuando te encuentre al final, sobre la luna de llena. Repleta de licántropos.

Siento frío en la herida, que ahora está borboteando, la sangre del puñal que aquella noche me clavaste se sigue derramando. Corre por mis piernas -Su roce en envuelve y te pienso sobre mí, sobre ella, penetrando- y forma un sendero que voy pisando. 

Ah, mi niño. Aquella noche de antifaces. Yo fui el mejor disfrazado. Con mi más paternal sonrisa bailé tendido a tus brazos el baile más corto del mundo y me escapé del castillo para llorar después, de demonios rodeado. La lluvia caía sobre el tejado, repiqueteando. Como las uñas sobre la piedra. Como la piedra sobre mis brazos. 

Qué tonto eres, jamás te diste cuenta de lo que sucedía más allá de tus propias narices, pequeño niño con un niño en brazos.

Ahora estoy frente a vos y quisiera llorar ¡Pero me empeñé tanto en que veas lo que no soy, todos estos años! Que simplemente tomo al pequeño sonriendo, como lo prometí, y lo hago pedazos. Me como su corazón y me trago su cerebro mientras tengo mis ojos en los tuyos, clavados. Me mirás llorando, te contemplo bajo el velo de sangre que salpica y que me deja ciego y me seguís enfrentando, casi golpeándome con la mirada, casi abrazando.

Sos libre, pequeño, sos libre pero no de tí mismo, y por eso me voy otra vez, y ellos corren conmigo, los licántropos.

Ay, niño. Los dioses ríen ahora. Otra vez se están riendo. Otra vez soy burlado.
Ay, niño. Sería perfecto si no fuera por tí. Pero te tuve que haber encontrado.





jueves, 15 de noviembre de 2018

Pecado


Pecado
(Por Emilio Nicolás)



¿Qué sería de mí si  tu nombre tuviera tal fuerza? La justicia se haría eco entre los muros rojos, repletos de miradas vacías de muñecos testigos. La soledad (que siempre estuvo) saldría de su escondite, vanagloriándose de haberme alcanzado al fin, mientras todos a mi alrededor se apartarían, anonadados, tapándose los ojos, los oídos y los labios.

Sí, estaría contenta la soledad y me abrazaría, vehemente. Me lamería las mejillas una y otra vez con su lengua raposa esperando saborear alguna lágrima. Pero yo deslizaría mi mirada, arrastrando mis pupilas agotadas, torcería mi boca y con solo mirarla a los ojos ya sabría. 

Que no hay sorpresa.

Lo sé todo.

Pero no puedo hablarlo.

Sos mi amor silencioso.

Mi amor inventado.

¿Qué sería de mí si tu nombre tuviera tal fuerza? Lo susurraría entre sueños, dormido, soñándote como tantas noches te sueño y despertaría gritándolo, confesando el crimen, llevándome al centro de las miradas acusadoras.

¿Pero existe tal crimen? Me consuela saber que no hay juez que no pueda ser juzgado. 

Veo manchas de sangre en cada mano, en cada santo. Cuando acepto que yo mismo me estoy lastimando nadie más es capaz de abrir una herida en piel de plástico.

¿Qué sería de mí? Pero tu nombre no tiene fuerza, son tres sílabas inertes, son laureles meciéndose en el viento, son tabiques que se están tambaleando, son roperos vacíos y sin espacio.

No. No es tu nombre. Son tus ojos, que no puedo contemplar por mucho tiempo, porque me hacen daño. Son tus labios resecos, apenas abiertos, ásperos. Son tus manos chiquitas, tus pies inquietos, tu pelo enmarañado. 

El poder no está en tu nombre. Está en tus abrazos.

martes, 18 de septiembre de 2018

Inmunidad



Inmunidad
(por Emilio Nicolás)



No es haber atravesado el umbral, intacto
es llegar al final de la puerta totalmente manchado

respirando

he de conocer muy bien a mis bacterias
cada una de las cuales
¡Cómo me ha infectado!
Y me revolqué por el suelo de cenizas
y también de cobre
mientras la lluvia corroía mis huesos
al borde de un acantilado

tan

tan adolorido

como maravillado

He combatido mil monstruos
pensando haberlos derrotado
pero he aquí la cura 
para ser hoy inmaculado
no es saberlos idos
porque eso sería engañarse
es tenerlos bien al lado

Oh sí
no os asustéis
estamos llenos de enfermedades
de locuras desquiciadas
de sueños retorcidos
de deseos maquiavélicos
así somos



estoy maravillado

mientras menos habré de negarlo
más inmune seré
a lo que somos
irremediablemente
atados
a nuestra nefasta
y suprema condición

de 
por siempre
condenados




miércoles, 18 de julio de 2018

El caos



El caos
(Por Emilio Nicolás)




Estamos hechos para esto
para el vacío

Cuando era más joven quería controlarlo todo
que nada se me escapara de las manos

Hoy, también

pero me acostumbré a que
de entre mis dedos
siempre salga algo rodando
alejándose de mi mirada
riéndose de mí, perplejo
anonadado
ahogado en el silencio obligado
de una garganta que aprendió a ser libre
en un mundo que se reprime
todo el tiempo

que salga, sí
algo de entre mis dedos
rodando
con el próximo colectivo
con el abrazo de aroma joven
arruinando mis años
contemplándonos frente a un espejo
un inútil "te amo"
de emoción materialista
adolescente
recordándome lo que pude ser
y que, por suerte, no fui
despertando mi consciencia
de que todo
todo
todo tiende al caos